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Diego Sancho (@SanchoDiegoo)

“Zamora no daba cuartel y su silueta aquilina se desmesuraba en el ánimo del pueblo contra el resplandor del incendio que iba sembrando a su paso, en marchas y contramarchas desconcertantes para el enemigo. Haciendo así la guerra alegre de la astucia junto con la trágica devastación.” Rómulo Gallegos en “Pobre negro”

Franceso Stifano era un entrenador de categorías menores en la capital. Pulía jóvenes prospectos con el tacto dócil de un experto domador de caballos. Vio a grandes jugadores de cerca y siempre le confió piezas importantes al entrenador de turno en el Real Esppor. Uno de ellos fue Noel Sanvicente. Mientras tanto soñaba con dirigir en primera.

Cuando por fin lo ascendieron a liderar un grupo de primera, fue repelido con soberbia en más de una ocasión. En La Guaira no le dieron tiempo de implantar su idea. Luego en Portuguesa devolvió al equipo a primera división, pero los directivos juzgaron que el desempeño mostrado en un puñado de partidos en el primer escalón de fútbol nacional no era suficiente para la jerarquía de un pentacampeón (que tiene más de treinta años sin un título). En Tucanes poco pudo hacer por aquel amazónico conjunto además de salvarlo del descenso.

Cansado de tanta irrisión, puso sus cartas sobre la mesa antes de firmar con Zamora en el 2015. Era una institución en la que todavía había algunos horcones de la gestión Sanvicente, un viejo conocido. Decidió retomarlos como punto de partida.

Cuando vio que tenía una oportunidad de entablar una línea de trabajo, transformó ese resentimiento acumulado en sed de venganza.  Encarnó el espíritu del federalista Ezequiel Zamora en las tierras barinesas,  llano en el que otrora hubo retozos de las Queseras del Medio. Quería la sangre de los que tenían poder y recursos. Pero esta sería una venganza de fútbol. Quería demostrar que él también tenía la valía para triunfar como lo hacían los poderosos (los Mineros, Deportivo Táchira y La Guaira).

Contaba con campos lisos como la sabana llanera para que sus jugadores, como corceles, aprendieran a  contragolpear en velocidad. La cadencia planeada no tendría registro en el resto del país. En el fútbol venezolano no se domina tanto por el estilo de juego sino por la intensidad del mismo. Llevarían a la plantilla a un ritmo que estaría un peldaño por encima de la exigencia física promedio en Venezuela. Los godos, que se creían en el poder, arderían con lo que se estaba fraguando en Barinas.

Y todavía pasa, cada fin de semana, que el área de sus rivales queda en paridad o inferioridad numérica en varias ocasiones. Los jugadores de ataque buscan la espalda de los volantes de la línea de presión para iniciar la estocada final. Zamora intenta atraer a los contrarios a su mitad cancha para sorprenderlos en la retaguardia, como hacía el caudillo decimonónico con estrategia militar para tomar las plazas conservadoras. Nadie los puede detener cuando arranca la danza macabra del contragolpe, cumpliendo con el axioma de Cryuff: “Si corres antes, pareces más rápido”. Desde hace un año son el rival a vencer, ya acaparan dos torneos semestrales consecutivos. Han cumplido lo propuesto: llegar a dominar el país con su fútbol.

Lo más resaltante es que el sistema es a prueba de individualidades. Triunfaron antes de Pedro Ramírez y no desentonan sin Yeferson Soteldo. No hay capataz. Es la ley del hierro que rige el fútbol. La incorporación de elementos útiles para el guion buscado, que es la especialidad de Stifano, ha sido otra clave para este éxito rotundo. Hacer que jugador y técnico sean uno solo, como la unión entre la bestia equina con el jinete domador. A pesar de que los rivales planteen situaciones disímiles en cada partido, varios equipos terminan padeciendo sus contras. Sucumben ante el desgaste y ceden la ventaja. Desde los de gran chequera hasta los más precarios. Es Zamora triunfando dos siglos después.

Ahora hay frutos de todo este trabajo. Un año guerreando ya le ha servido para sumar mártires aliados a la causa. Richard Blanco, uno de los referentes de área más completos del concierto nacional ya es uno de ellos. Antes había llegado Pedro Ramírez, jugador de buen toque de balón para fungir de lanzador y gestor de contragolpes. Todo aporta en un esquema pensado en pro de las características de sus miembros.


Ahora Zamora buscará llevar a otra dimensión el éxito deportivo: competir con esa solvencia a nivel internacional. El primer paso es ante Barcelona de Guayaquil por Copa Sudamericana. La nación ecuatoriana ya puso al descubierto a la región con Independiente del Valle, despabiló a sus rivales del sopor, del bostezo competitivo en el que se encuentra el continente. Con un detallado proceso de gestión, lograron quebrantar la barrera de la inversión con un trabajo medroso en las categorías inferiores. Ahora le toca al Zamora ensillar la bestia domada y galopar por el continente izando la bandera del proceso por Sudamérica. Llega entonces el momento de hacer historia por propia cuenta.

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