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“Con el corazón abierto, con los empeines esmerados, con la cabeza sincera, con la fe en lo que se puede o no se puede tener fe, todos lo hicimos: todos quisimos jugar al fútbol, alguna vez, algún ratito, como Pablo Aimar. Todos quisimos y no pudimos. Bah, pudo Messi, quien contó del modo en el que se cuentan los sueños que de pibe quiso jugar como Pablo Aimar y por esa razón, entre otras, de grande se volvió Messi.”

Ariel Scher- Presentación del cuento escrito por Aimar para el libro “Pelota de Papel”.



Lucas Jiménez (@LucasJimenez88) en Fulbo Blog


Los niños disfrutan el juego más lindo del mundo, patean la pelota con un amor que enamora. No saben que significa la palabra “pecho frío”, ni entienden que es “sentir la camiseta”, en invierno juegan con buzo y/o campera, porque lo hacen en la calle con dos atuendos para marcar los arcos.

Tampoco saben qué es una pelota parada, ni una marca personal, pues ellos juegan para divertirse. Los niños adoran al niño adulto que usa la diez en un equipo y/o una Selección. El niño adulto se aburre cuando el juego tiene poco de tal, y los niños se ven reflejados en él. No hay peor cosa en la vida de un niño que el aburrimiento.

En la infancia todos soñamos con jugar a la pelota como el 10 de turno. Ver los huecos imposibles, que la remera nos quede gigante, pasarle la pelota a un compañero, recibir la devolución. Los niños queremos jugar como el niño adulto, el que parece no haber perdido el divertimento. Si estás leyendo esto en Argentina o cualquier parte de Sudamérica, tu cabeza está llena de nubes y en cada una duerme un ejemplo de enganche que te enamoró de chico. El 10 justamente nos engancha con nuestra infancia, con nuestros primeros pasos junto a la pelota.

De adulto, es el puesto más bastardeado. Se busca la efectividad por sobre la creatividad y la imaginación. “Hay dos formas diferentes de imaginar. La primera es la que haces el día antes del partido: imaginás jugadas, que todas salen bien y terminan en gol. La segunda, ya jugando, es ver las cosas antes de que pasen: si tu compañero va a girar para un lado, si el pase te va a venir fuerte, si la esperas dos pasos para allá o dos para acá.” La frase pertenece a Pablo Aimar en una imprescindible entrevista al sitio Goal.com; hace exactamente un año el cordobés se retiró del fútbol luego de luchar contra las lesiones.

El ex enganche de River, Benfica y Valencia, entre otros clubes, fue ídolo de Messi que a los 15 años, con real admiración, decía que de Aimar le gustaba que “antes de recibir ya sabe lo que tiene que hacer, la velocidad que tiene, como distribuye el juego y las bochas que mete”.

Todos alguna vez habremos dichos cosas parecidas de nuestro 10 de cabecera, pero como puntualiza perfectamente Scher en “Pelota de Papel”, Messi tuvo como faro a Aimar y fue Messi, así como Iniesta se espejaba en Riquelme y por eso fue Iniesta.

Existe una especie de enamoramiento recíproco entre los creativos, algo que no entiende de pasado, presente y futuro. De hecho, Aimar tenía todo acordado para pasar del Zaragoza al Newcastle pero terminó en Benfica. La frase que lo convenció fue de otro entendido, Rui Costa: “Me voy a retirar, quiero que uses mi camiseta”. Luego, la afición del Benfica lo adquirió como el sucesor en cariño y posición en el campo hasta en los tiempos que era suplente; en las tribunas sonaba el cántico: “Vamos Pablito Aimar, que la gloria volverá, como Eusebio o Rui Costa, otro genio inmortal”

Amado en River, Valencia y Benfica, el contexto no lo ayudó en Zaragoza, donde igual dejó su sello. Allí todavía recuerdan cuando lo presentaron en 2006 y se juntaron 5 mil personas sólo para verlo hacer jueguitos. Ése día dejó una sentencia de la que deberían tomar nota todos los futbolistas profesionales: “Vine aquí porque me llamó el entrenador, porque vinieron a buscarme, y esto en el mundo del fútbol no es habitual, donde suelen ofrecerse los jugadores”.

Al que juega bien le gusta ser valorado, mimado, entendido, ya que él entiende el fútbol. Sólo pide que lo entendamos a él y lo escuchemos cuando habla. El fútbol profesional es injusto, no siempre ganan los mejores. Es tan injusto que, por ejemplo, Argentina eliminó a México del mundial 2006 con un zapatazo de Maxi Rodríguez pero minutos antes el juez de línea anuló un gol de Messi que fue un árbol genealógico futbolístico; pase filtrado de Riquelme a Aimar, que la toca al medio para Messi, que sólo debió empujarla. Un gol tan olvidado como delicioso. Si hubiera sido convalidado seguramente Aimar, Riquelme y Messi no terminarían días después compartiendo el banco de suplentes mientras la Argentina era eliminada por penales contra Alemania.



Luego de las derrotas (esa no fue la excepción), los adultos cargamos todas nuestras miserias y problemas de rutina en alguien que patea una pelota. Nos volvemos viejos cada vez que dejamos de hacer cosas que amábamos cuando éramos niños. Somos cada vez más gruñones cuando criticamos al 10, al que elegíamos primero en el pan y queso que jugábamos en la calle. Sin raíces nuestro árbol personal comienza a envejecer y pudrirse por dentro.

A fin de este año seguramente Juan Román Riquelme haga su partido despedida y comparta cancha con Aimar y Messi -entre tantos-, lo que nos negó Pekerman en aquellos cuartos de final. La cancha estará repleta de niños de edad y  de alma. Ya no tenemos a Riquelme, hace un año nos dejaba Aimar y Messi no sabemos si volverá a jugar con la celeste y blanca. Nos duele la cabeza de la mala sangre, algo típico de adulto. De niños habíamos escuchado hablar de la “mala leche” de una patada pero el significado de la mala sangre lo entendimos más adelante mientras nos tragábamos un Ibuprofeno.

El ídolo de Messi es cordobés, el ídolo de quizás el único niño adulto que nos queda, se llama Pablo César pero en Argentina le dicen Payaso y en Portugal Mago, los dos apodos tienen puntos en común: hacen reír y divertir a los nenes. Los grandes les queremos adivinar los trucos y perdemos siempre.


Chicos y grandes van a ver el mismo espectáculo pero las palabras que usan son distintas, valoran cosas diferentes de un mismo evento. Cuando alguien le pregunté al niño como la pasó en esa carpa gigante ubicada al costado de la ruta, este hablará fascinado del payaso y el mago, mientras que el adulto responderá que la pasó bien en el circo.

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