Hovannes Marsuian (@HMarsuian_)
Uruguay es una mina de talentos, un país tan pequeño y
tan productivo, que está viviendo una revolución en su mediocampo. Y es curioso,
después de tantos años (Cavani, Suarez y compañía) conviviendo con
centrocampistas alejados de aquella idea sobre circuitos de juego y
asociaciones de pase, aparecen nuevos nombres para cambiar la fórmula, como
Federico Valverde, Matías Vecino, Nahitan Nández, Rodrigo Bentancur. Y hay
otro, que todavía no ha tenido la oportunidad de debutar con la selección mayor
de La Celeste, pero que se encuentra
en la órbita del entrenador Óscar Washington Tabárez: Lucas Torreira.
La Sampdoria de Marco Giampaolo es un conjunto con una
puesta en escena táctica irrefutable: el 4-3-1-2. El técnico se muestra
adaptado, ya desde su etapa en el Empoli, a un esquema definido, que no está en
discusión. El dibujo lo forman un pivote – protagonizado por Lucas Torreira –,
dos interiores y un enganche a la espalda de una doble punta. Un equipo que se
caracteriza por mantener orden en torno a los
espacios, tanto con balón como sin él.
El sistema beneficia y potencia a Torreira, porque al
momento de distribuir el balón, los dos interiores (Barreto, Linetty o Praet)
se abren para aumentar las líneas de pase y tener la posibilidad de que reciban
cerca de la línea de banda. Es un futbolista con criterio, que de manera
simple, con pocos toques, puede convertir en dinámica la circulación del esférico.
Además, posee en su repertorio un giro muy técnico para colocarse de frente al
arco rival, el cual de manera constante debe utilizar para escaparse de la presión
que sufre insistentemente del contrario, al convertirse en el pilar de la
salida del esférico (donde más está sufriendo la Sampdoria esta temporada) después
de la venta al Inter del central Skriniar. Sin embargo, su punto débil son los
pases verticales para batir líneas, donde se limita.
Es el elemento más posicional del mediocampo, quien se
encarga de sostener, mientras su equipo ataca, en donde acostumbran llegar al
área rival con un total de cinco o seis futbolistas. Además, es una pieza
fundamental en la presión tras pérdida, donde el sistema también lo beneficia
porque cuenta con la protección de sus dos interiores. Aunque en la primera impresión
puede sorprender por su físico algo débil, es un jugador con mucha garra,
siendo agresivo sin balón, convirtiéndose en un adversario complicado de
superar. Su actitud, lectura y posicionamiento le permite recuperar muchos
balones.
La inteligencia con la que lee cada acción consigue que distintos aficionados del fútbol ahorren un tiempo para verle
jugar, porque es un futbolista capaz de dominar el juego y los espacios, con su
manera de mover los hilos desde la medular como un director de orquesta, porque
no importa cómo ni dónde reciba, hace lo posible para no perderla, orientarse e
inventar un pase. Y todo es cuestión de comprensión, de lectura. Además, posee
una muy buena pegada en las acciones de pelota parada. Tiene todas las
condiciones para liderar a cualquier equipo, porque en él hay un proyecto de
centrocampista de élite.
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