Jairo Ramos (@JairoRamos_) en @ElDoradoMGN
La generación de una
“fábula personal”, según varias teorías clásicas del desarrollo, es una etapa
típica de la adolescencia. En su transición hacia la mayoría de edad, explicaba
el psicólogo David Elkin, el niño tiene una percepción errónea del mundo
exterior: imagina a la gente en su entorno como una audiencia enfocada sobre su
persona, y así desarrolla la idea de que es único. La fábula de que es
especial. Pero ¿qué sucede con el niño que es verdaderamente distinto? ¿Cómo se
adapta el adolescente que sí crece con una etiqueta evidente de fenómeno, y
cuya figura delgada capta, en la humedad de un estadio atiborrado, la luz del
reflector principal?
Para Jarlan Barrera,
entenderse como futbolista -quizá, hasta como persona- no ha sido fácil. Es un
pelado humilde, sí; pero desde sus primeros pasos con guayos, ha escuchado su
nombre entre los nombres de los mitos. En una plaza que venera al trecuartista,
Jarlan ha aprendido a jugar sintiéndose parte de esa estirpe: un proyecto de
leyenda con evidencia de su linaje entre los genes. Dejar atrás aquel
egocentrismo juvenil, por lo tanto, le ha costado. Durante los últimos dos años
Jarlan fue una figura tan emocionante como frustrante: entendía el fútbol solo
desde sus zapatos. Se veía a sí mismo como una carta resguardada exclusivamente
para ser protagonista y redimible tan solo para la acción espectacular. Pero,
por fortuna, en las últimas semanas, algo ha cambiado en él. Esa es la gran
noticia para Junior: Jarlan parece, ha empezado a madurar.
Desde sus inicios en Primera, ha quedado claro que Barrera es un superdotado en lo técnico y en lo mental; pero eso mismo le ha jugado en contra. Entregado exclusivamente a buscar la filtración larga o el disparo estrambótico, el sobrino del Pibe se vio por mucho tiempo como un futbolista inconsistente y hasta letárgico; casi irrelevante en el trámite del juego con y sin pelota, y de poco valor más allá de los dos momentos de brillantez que generaba cada 90 minutos. Era solo un recurso para resolver. Pero en lo que va de las finales, Alexis Mendoza ha visto otro futbolista. Jarlan ha entendido que tiene un lugar imperativo en la gestión de juego, y que el pase horizontal lo ayuda a sí mismo a asentarse sobre la cancha. Que sus virtudes para hacer lo espectacular, son espectacularmente útiles para hacer la jugada más común, y que la participación sobre las zonas que menos le gustan, es la que multiplica su participación donde le encanta recibir. En una transición de madurez fugaz, Jarlan ha comenzado a acercarse a la pelota en los lugares difíciles, y a los pases más verdes y más feos para tratar de dibujar algo para el equipo, demostrando así que ha llegado a una conclusión vital: el trecuartista depende de un contexto que él mismo tiene que generar.
Desde sus inicios en Primera, ha quedado claro que Barrera es un superdotado en lo técnico y en lo mental; pero eso mismo le ha jugado en contra. Entregado exclusivamente a buscar la filtración larga o el disparo estrambótico, el sobrino del Pibe se vio por mucho tiempo como un futbolista inconsistente y hasta letárgico; casi irrelevante en el trámite del juego con y sin pelota, y de poco valor más allá de los dos momentos de brillantez que generaba cada 90 minutos. Era solo un recurso para resolver. Pero en lo que va de las finales, Alexis Mendoza ha visto otro futbolista. Jarlan ha entendido que tiene un lugar imperativo en la gestión de juego, y que el pase horizontal lo ayuda a sí mismo a asentarse sobre la cancha. Que sus virtudes para hacer lo espectacular, son espectacularmente útiles para hacer la jugada más común, y que la participación sobre las zonas que menos le gustan, es la que multiplica su participación donde le encanta recibir. En una transición de madurez fugaz, Jarlan ha comenzado a acercarse a la pelota en los lugares difíciles, y a los pases más verdes y más feos para tratar de dibujar algo para el equipo, demostrando así que ha llegado a una conclusión vital: el trecuartista depende de un contexto que él mismo tiene que generar.
Tras ser marginado Édinson
Toloza por una riña con el cuerpo técnico, Alexis decidió poner a Jarlan como titular
para la vuelta de semifinales ante Nacional. Seguramente, ni él mismo se
imaginó el cambió que vería. Junior fue distinto. Jarlan era otro: imprimiendo
ritmo, recibiendo en profundidad, soltando a dos toques los cambios de
orientación, y a un toque las filtraciones. Un niño con las riendas en las
manos. Un milagro. La ausencia de Guillermo Celis (con la Selección) y un bajón
de nivel de Roberto Ovelar (debido en parte a un cuadro de dengue) le habían
generado a Junior muchísimas dificultades a la hora de intentar trazar pases
entre líneas y fortalecer su ataque posicional. Quizá aquella necesidad fue la
que hizo que Barrera despertara y tomara acción. O quizá, simplemente fue un
capricho más. No importa. El caso, a fin de cuentas, es que en el momento más
crítico de la temporada, Junior ha adquirido una herramienta importantísima,
que, de seguir al ritmo en el que viene, le permitirá parecerse más a sí mismo
en los 90 minutos definitivos del campeonato: un Jarlan que finalmente va
pasando de ser una silueta idealizada a ser una realidad.
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