Antes del mundial de
Brasil era impensado ver a la selección Argentina con línea de 5 o con
aspiraciones más defensivas que ofensivas; parecía casi un insulto a la
gambeta, a la poesía y sobre todo al hincha, que no dudó en reprochárselo a
Sabella. Llevar a los “pechos fríos de Estudiantes” fue otro
error a los ojos del periodismo, y los hinchas muchas veces llevados por el qué
dirán colectivo, cayeron cómplices sin quererlo en esa casi-conspiración que
consistía en renegar las decisiones del DT por no poner cinco delanteros.
Para sobrevivir al
fútbol moderno hay que reinventarse y Sabella lo hizo muy bien: dejó de lado su
argentinidad y buscó un nuevo estilo, uno coherente.
Unos quisieron ganarle a los alemanes sólo por ser Argentina, otros buscaron jugar como el Barcelona
de Guardiola y hacer girar el equipo alrededor de Messi, ese que en Brasil no
dio del todo la talla. "Pachorra", sin embargo, buscó un camino distinto: fue
consciente de sus limitaciones y trabajó en ellas más de lo que reconoció sus
virtudes, con humildad y, sobre todo con horas y horas de estudio, porque solo
así sobrevive un entrenador moderno.
Curó heridas, porque no
es fácil perder 4-0 con un rival histórico, ni quedar fuera del máximo torneo
continental en casa -con otro rival de toda la vida-. Con esos mismos
jugadores, sumado a un retoque de “pechos fríos”, como se les llamó muchas
veces a los muchachos de Estudiantes, hacer una eliminatoria casi perfecta y
llegar a la final de un Mundial de una forma tan digna.
Lo de Argentina fue muy digno,
porque si bien tiene jugadores notables, es un equipo que necesita trabajo,
estudio y un paso de hormiga para no escaparle a detalles que solo el trabajo
soluciona. Sabella lo descubrió, y renegando de los caminos que tomaron sus
antecesores, transitó uno contrario que curiosamente les hizo recuperar la
identidad.
Ni el Blind de Van Gaal
cumplió su rol como lo hizo Di María, apuntalando por la banda para llevarle el
balón a Messi y ser el puente entre la defensa y la delantera; un trabajo que
pagó caro y lo dejó fuera de la final. Mascherano -espíritu y alma de este
equipo- y Garay le dieron seriedad a la defensa y movieron los hilos para que
Zabaleta y Rojo cumplieran su función tal como debían hacerlo. Pérez fue otro que
trabajó como hormiga sin pedir nada a cambio, muchas veces sin tener el
reconocimiento que se merece.
Nadie extraña a Tévez y
nadie culpa a Higuaín o a Palacios… al contrario, se valora lo que se tiene.
Pero volvamos a Sabella,
porque no solo obtuvo un triunfo sobre el césped: obtuvo uno moral, uno que
necesitaban los argentinos desde hace muchísimo tiempo y es tan valorable como el
del campo: recuperó el orgullo.
Argentina ganó en unidad
y volvió a creer que todo es posible con sacrificio, que a veces el camino más
largo muchas veces es el mejor para alcanzar los objetivos, y cayeron en cuenta
de que hay que dejar de dramatizar cada derrota o cada vez que se juega mal,
porque les pasa hasta a los mejores, y nadie está exento.
Argentina 2014 tenía
mucho de su propio pueblo: luchador, lleno de orgullo y dejando el alma para
defender a los suyos, ya sea para vencer en un campo de fútbol o para llevar un
plato de comida a la mesa.
Publicar un comentario