
Va a ser difícil zafarnos
de la mente la cara de Lionel Messi en el banquillo luego de perder la final de
la Copa América Centenario. Luego de fallar su penal, que además lo erró siendo
el primero en patear -gesto solidario para con sus compañeros- y con la banda
de capitán al costado. Le siguió el desconcierto por su aparente deserción a la
selección Argentina. No será menos fácil de olvidar el desconsuelo de Cristiano
Ronaldo al perderse gran parte de la final de la Eurocopa por lesión.
Ambos momentos, más allá
del desenlace de sus respectivos equipos, están cargados épicamente en la
historia de este deporte. Este atípico verano se nos ha hecho largo a los
futboleros. Pero lo llevaremos presente, entre otras cosas, por el trágico
final de los dos ídolos del fútbol mundial.
Gran medida de esa carga
épica en la que estos dos "astros" están envueltos es por parte de la
prensa. Son víctimas de un endiosamiento desmedido. Quizá se trate porque
ciertas intervenciones suelen ser tan majestuosas que causan una perplejidad en
la que los periodistas ojean sus lugares comunes predeterminados para
tildarlos. Quizá sea por otras razones no muy distantes, pero son héroes de la
prensa. A fin de cuentas, sus fanáticos también adoptan ese lenguaje para
referirse a ellos.
Una vez que a Chile le
expulsaron a Marcelo Díaz, el repliegue de la roja fue muy pronunciado. La
única manera de que Messi llegase al área era traspasando mágicamente una superioridad
numérica y posicional de sus marcadores. Y no pasó. Lo dejaron solo. Si bien es
cierto que a nivel de selecciones el papel de las individualidades suele ser
más determinante por el hecho de que no tienen suficiente tiempo para crear una
identidad de juego, la dependencia de un solo elemento en un equipo es una
falacia: se requiere del esfuerzo de todos; no de uno.

En la edad de oro del
bilardismo, Maradona esquivó a todo el costado izquierdo inglés e hizo el gol
más fantástico de la historia de los mundiales. Pero hoy en día no se puede
depender (tanto) de que un jugador regatee a media oncena porque existen
tácticas defensivas a prueba de cracks de caderas ligeras. Tácticas que los
jugadores de Pizzi conocen. El fútbol ahora es más competitivo, y requiere de
la suma de las partes para progresar. Pocos tienen la lámpara del genio. Y el
genio no sale en cada frotada.
Con Cristiano como
capitán, el liderazgo del vestuario fue más notorio en los gramados galos. Su
Eurocopa no fue la mejor, pero se notó su sacrificio e influencia en momentos
importantes. Los Renato Sanches, Nani, Andre Gomes y Pepe brillaron con la misma
consonancia que Cristiano, más allá del abismo de talento que hay entre CR7 y
sus compañeros. Hubo buena gestión del técnico balanceando los egos y primando
sinergias positivas entre sus jugadores.
Entonces llega la lesión
del tres veces Balón de Oro durante la final en Saint-Denis. En su lugar
entra Quaresma, sin embargo el equipo no deja de serlo. No ocurre ese
desequilibrio sistemático. Acá no se dependía de uno. Quizá esto explica la
suerte de una selección y de la otra, aunque eso no lo hace una máxima para
ganar. El fútbol no es lineal, pero hay equipos más proclives al éxito por su
unión interna que por su calidad (Miren al Leicester City, Islandia, Plaza Colonia e Independiente del Valle).
Lo que sí es cierto es que
lo que pueden Cristiano y Messi es abominable para sus rivales. Cuando no los
tengamos, el fútbol nos parecerá terrenal y excesivamente colectivo. Pero es
que este deporte es así; siempre lo ha sido. En este verano nos dieron a
entender que son humanos. Que fallan, que sus cuerpos flaquean y que solo de su
voluntad no pueden tirar diez más.
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