Hovannes Marsuian (@HMarsuian_)
Empecé a escribir éste artículo después del partido de
octavos de final, contra Japón, porque, como dice Manuel Jabois, “la derrota
está mejor escrita que la victoria, y la literatura sólo es arte cuando el
final no es feliz: los finales felices son la precuela de algo que el autor nos
ha ahorrado ver”. Y con esto no quiero decir que me esperé una derrota de
Venezuela en los cuartos de final, semifinales o en la final. No hablo de eso,
sino que me incorporo al discurso de Dudamel, aquel que cada vez que busca
prometer, no camina más allá del punto perfecto que el grupo pretende superar.
Y aunque, estoy hablando del país de la
publicidad y las promesas, mi rumbo es otro. Venezuela pudo caer eliminada en
cualquier etapa, pero la conclusión hubiese sido la misma. Mi argumento se
trata sobre una selección que consiguió un hecho histórico; no obstante, antes
de proyectar un futuro prometedor, se debe aplaudir, disfrutar, festejar y
llorar de la felicidad. Y sin estar totalmente expectante, porque hay que dejar
que los futbolistas trabajen, ya que viene un proceso de crecimiento, donde
tienen que ajustar ciertas cuestiones, para potenciar y transformar su calidad,
con el objetivo de trascender.
Con esto no quiero decir que no seamos optimistas;
simplemente hay que dejar trabajar como se viene haciendo, porque si nos
ponemos a revisar otros procesos (de distintas selecciones), se pueden tener
reacciones de todos los colores. Obviamente es válido ilusionarse, porque hay
materia prima para competir. Sin embargo, se puede vivir con sueños, teorías o
suposiciones sobre la nueva generación de futbolistas venezolanos; pero, sobre
todo, se debe analizar y disfrutar lo que consiguieron, porque su futuro no
depende de fantasías, sino de su calidad y su entrega. Y, quizás, también sobre
las decisiones que van a tomar a lo largo de su carrera.
La niñez de la generación de los futbolistas de Venezuela
Sub-20 se instala en la época del “Boom
Vinotinto”, cuando la selección
venezolana logar ganar cuatro partidos seguidos en las Eliminatorias para el
Mundial del 2002. A partir de ahí, el país entendió que sí había materia prima para
destacar en un mundo denominado como “fútbol”. Se empezaron a formar y mejorar
las canchas. Aparecieron nuevas y mejores escuelas de fútbol. Desde el 2007, se
logró la expansión de clubes en la Primera División (pasaron de 10 a 18).
Además, llegó la regla del juvenil, donde un futbolista Sub-20 debía estar de
manera obligatoria en el terreno de juego. El venezolano se enamoró del fútbol.
Lo jugaba. Lo veía, sobre todo en la televisión.
Sin embargo, el venezolano se cansó de ver las
competiciones grandes por la televisión. Se propuso ser participe directo, como
en la Champions League, donde un futbolista como Tomás Rincón llegó a una
final. Y también, de un Mundial, donde la Vinotinto consiguió ser subcampeón,
con mucho esfuerzo, trabajo y fútbol; aunque, fue una competición de categorías
inferiores, se empezó, con buenos pasos, un camino y un proceso de crecimiento,
en busca de trascender como futbolistas profesionales.
El venezolano merecía una participación como la de
Venezuela en el Mundial Sub-20. Ninguna selección la merecía tanto. Después de
casi dos años de preparación. Después de tanto soñar. Después de tantos intentos
por hacer olvidar el sobrenombre de “La Cenicienta”. Y con la intención de
borrar de la memoria un término sin sentido como el de “la venezolanada”. Venezuela merecía quedarse en la
memoria de los aficionados del fútbol con una competición así.
Aunque la emoción se apodere de uno, y es totalmente
lógico, hay que detenerse para analizar la situación; ya que, para que los
Sub-20 puedan progresar a la selección mayor – donde Adalberto Peñaranda,
Yangel Herrera, Yeferson Soteldo y Wuilker Faríñez comparten grupo –, se
necesita una sucesión de ajustes, como todo proceso de crecimiento. El futuro
es muy difícil de predecir y, seguramente, habrá futbolistas que no consigan el
progreso deseado (eso puede ocurrir si el proceso formativo de las juveniles a
la mayor no es el correcto; por ejemplo, que el jugador no consiga sostener y
fomentar dicha evolución con ambición y con la intención de aprender y
perfeccionarse, porque el ser humano no tiene límites cuando se trata de la
enseñanza).
Y aunque el futbolista venezolano demuestra un gran
potencial en dicha categoría, debe comprender que todavía tiene un camino muy
largo como futbolista profesional, donde tienen que aprender a competir–, con
el objetivo de educarse y saber responder a las preguntas que te plantea, para
entender las exigencias emocionales, tácticas y técnicas de los distintos
escenarios y niveles futbolísticos. Y repito, el proceso formativo corresponde
a cualquier etapa, es decir, a cualquier edad, el jugador sigue aprendiendo
algo distinto. Ese camino, inicia con los entrenamientos, termina en el partido
y se repite. Un ciclo de vida que va a estar hasta el final de la carrera de cada
uno, donde en cada comienzo estarán los nuevos objetivos, para buscar superarse
y corregirse.
Rafael Dudamel comprende que si se quiere desarrollar al
fútbol venezolano, se debe que educar desde las categorías inferiores. El
ejemplo perfecto está en la actuación de Venezuela en el Mundial Sub-20; ya
que, se habla de una generación que, antes del torneo, efectuó 25 módulos de
preparación, a partir del 31 de agosto del 2015. Casi dos años de preparación.
Sin embargo, lo importante radica en que existió trabajo de calidad en los
entrenamientos, que se refleja en el terreno de juego, porque el futbolista
venezolano demuestra estar capacitado, en esta categoría, para comprender las
situaciones del partido y saber cómo acomodarse a las circunstancias, debido a
que hablamos de un deporte que es muy dinámico y está constantemente cambiando.
Dudamel con su preparación al Mundial Sub-20, repleto de
partidos amistosos y oficiales, con el objetivo de consolidar al grupo,
conseguir una idea de juego de clara y potenciar las características de sus
futbolistas, logró un punto muy importante: se habló más del rendimiento
colectivo que los aspectos individuales de Venezuela.
En fin, el camino es excesivamente largo y, al parecer,
Dudamel lo comprende. Entrenar y competir. Desarrollar a la calidad natural de
dicha generación. Analizar, estudiar y trabajar. Detenerse y esperar el momento
indicado. Saber interrelacionarse. Aprender desde los enteramientos y jugando.
Potenciar la inteligencia del futbolista. Y lograr la lectura del juego.
Dudamel escribió un guion en el Mundial Sub-20 a la
altura de Christopher Nolan en Memento,
Andrew Kevin Walker en Se7en o Jim
Uhls en Fight Club, que se pueden
definir como una muy buena actuación con un final inesperado; ya que Venezuela
logró ser la segunda mejor selección de la categoría Sub-20.
La categoría Sub-20 de Venezuela logró hacer madrugar al
venezolano en busca de conseguir una alegría ante tantos problemas de crisis
política, social y económica. Se convirtió en una luz esperanzadora. Consiguió
ilusionar y soñar a muchísimas personas. Representó de manera ideal al país. El
“Gloria al Bravo Pueblo” se cantó con orgullo. Esta generación será recordada.
Y ojalá sea el inicio de una gran etapa futbolística para Venezuela. Hay que
confiar en éste proyecto.
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