Diego
Baquero (@DiegoBaco23)
Hace
69 años, en un pueblo llamado “Estación la Sierra” —
que
posteriormente pasaría a llamarse Gregorio Aznares —
en
el departamento de Maldonado, Uruguay, nacía en una familia muy
humilde que le inculcaría siempre darle mucho a valor a lo poco que
tenía.
Remarca
que su pasión por el fútbol nació desde que tuvo uso de razón y
que siempre, como todos los pequeños del interior de Uruguay, soñó
con llegar al profesionalismo. El camino no fue fácil pero lo
consiguió.
La
vida de Gregorio Elso Pérez Perdigón se resume en muchos sueños
que, con mucho esfuerzo y sacrificio, ha conseguido. Su camino como
jugador empieza en la selección de Maldonado, su pueblo natal.
A
la hora de definirse como jugador dice que tenía condiciones
limitadas, que era un marcador o volante cinco con buen juego aéreo
pero con poca técnica. Se sincera diciendo que en la actualidad, no
jugaría. En el año 1972, mientras trabajaba en una fábrica en la
parte mecánica como un colaborador de la gente especializada y
alternaba su tiempo jugando en la selección de su departamento,
partiría a Montevideo para probarse en Wanderers, donde lo
aceptarían en aquel club.
Empezó
a jugar allí y logró el ascenso en 1975 para después ser
transferido a Cerro. En 1976, gracias a sus buenas actuaciones, José
Ricardo de León, director técnico de Defensor Sporting, pidió su
contratación. Tras su llegada, integró el plantel donde se
convirtió en un hito para la historia del futbol uruguayo ya que fue
el primer equipo que se coronó campeón tras 45 años de
profesionalismo en donde los únicos dos ganadores habían sido
Nacional y Peñarol.
Tras
su paso por Defensor, Alberto Spencer, uno de los jugadores más
importantes de la historia de Peñarol y por supuesto, ídolo de
Gregorio, lo tuvo en cuenta cuando fue el entrenador de la
Universidad Católica de Quito. Después de su etapa en Ecuador, jugó
en Bellavista, Central, en el interior en Ituzaingó
(Argentina) y regresó al profesionalismo para jugar en el Club
Atlético Progreso. En 1980, culminó su etapa como jugador, pero
siguió ligado al futbol sin embargo ahora como director técnico.
Y
es que incluso, en su etapa como jugador, debido a una grave lesión
que lo alejó de los terrenos de juego por un periodo de 4 meses,
dirigió en su pueblo en torneos a nivel departamental. En 1980,
empezó a entrenar en la Liga Bancaria de Fútbol (torneo amateur
histórico del fútbol uruguayo) haciéndose cargo del equipo del
banco Pan de Azúcar, entidad que a través de un amigo, le ofreció
ser director técnico, que sin dudarlo aceptó.
Posteriormente
(sin abandonar su trabajo), empezaría a hacer el curso de entrenador
oficial de la Asociación Uruguaya de Fútbol junto a su amigo Ildo
Maneiro, con la particularidad que todos los días tenía que viajar
desde su pueblo a Montevideo, con jornadas que terminaban casi a la
media noche, pero que no podía abandonar, ya que había formado su
familia y no podía dejar de trabajar. Sin embargo, gracias a su
sueño de ser técnico, tendría fe y lucharía, y en 1981 le
llegaría su recompensa. El Club Atlético Progreso lo nombraría
como su director técnico.
Después,
fue ayudante de campo de José Ricardo De León, hecho que considera
como “el gran espaldarazo que tuve en mi carrera”. De
repente, en 1984, el destino tuvo una prueba que, al superarla, lo
convertió en un hombre con principios innegociables.
“Nacional
contrató a Ildo Maneiro, y él me ofrece ser su ayudante técnico.
Pero Ildo está 33, 34 días, y renuncia, me quedé sin trabajo de
nuevo. Si bien la directiva me ofreció quedarme a cargo del cuadro
titular, los jugadores querían que yo me quedara, e Ildo quería que
yo me quedara, no podía. No me parecía correcto. Si bien eran
tiempos difíciles, más allá de las necesidades, no podía. Yo
había llegado con Ildo, si él se iba, yo debía irme. Si me
quedaba, no hubiese estado tranquilo con mi conciencia”, comenta.
Tras
abandonar Nacional, poniendo de frente sus códigos y su dignidad, volvió a sus origenes. “Suplantaba a serenos en estaciones de servicio,
cargaba cajones en el Mercado Modelo y trabajaba en una automotora”, explicó.
No obstante, el destino quiso que apareciera Rampla Juniors y
tras una excelente campaña allí, que incluyó la clasificación a
la Liguilla Pre-Libertadores, asumió como técnico de Central
Español. En 1987, llegó al club donde debutó como jugador
profesional: Montevideo Wanderers.
“Logramos
el primer título del club en la era profesional, (Torneo
Competencia) frente a Progreso y la Liguilla contra Nacional en el
Estadio Centenario e hicimos una gira por España, ganando la Copa
Arcángel. Y bueno, después no me renovaron y volví a las
suplencias en la automotora y el mercado”, recordaría. No
obstante, ese mismo destino tendría preparado algo inolvidable para
‘el Goyo’. En 1988, la AUF nombraría a Oscar Washington Tabarez
como director técnico de la selección uruguaya de fútbol para el
Mundial de 1990 en Italia.
‘El
Maestro’, con quien Pérez tuvo una vieja amistad desde los años
80 cuando fueron compañeros en Bellavista F.C., lo llamó para
ofrecerle ser parte del cuerpo técnico junto a al preparador físico
Esteban Gesto.
“Aterricé en Cali, hable con el ‘Maestro’ y con el profe Gesto y ahí quedó
conformado el cuerpo técnico. Yo comencé los trabajos mientras
ellos terminaban sus compromisos en Colombia y una vez volvieron a
Uruguay, pudimos vivir una experiencia única. Fue lo máximo”, aclaró. En
aquella selección alcanzaron el subcampeonato de la Copa América de
1989 y posteriormente, la clasificación al Mundial de 1990 en donde
quedaron eliminados en los cuartos de final frente al anfitrión,
Italia. “Terminado el Mundial, el Maestro va para Boca y yo a
Gimnasia y Esgrima de la Plata. Comenzamos por caminos distintos,
estuvimos 2 años unidos en la Selección y después nos volvimos a
separar”.
Hincha
de Peñarol, ya que su padre fue un fanático rabioso del “Manya”,
Gregorio siempre tuvo como sueño “jugar en Peñarol, pero las
condiciones no me daban". No obstante, llegaría una
oportunidad que no desaprovecharía: en 1993, después de dos años
en Gimnasia, es nombrado Director Técnico del carbonero.
A
su llegada, encontró un Peñarol que hacía seis años no salía
campeón (muchísimo si se tiene en cuenta que en el fútbol uruguayo
casi siempre los campeones son Nacional o Peñarol). “Uno
a veces no encuentra las palabras. El deseo de que me fuera bien,
agradecido a Dios. Sabía que desde allá arriba mi viejo me iba a
estar guiando. Mi madre también, porque ella era hincha de Peñarol,
más allá de que cuando vine a jugar a la capital vine a Wanderers y
le quedó un sentimiento. Fue al primer club que vine, pero era
hincha de Peñarol y yo pensaba `si ellos estuvieran vivos qué
momento estarían viviendo´, pero no era así. Para mí fue lo
máximo”, expresó.
Cinco
años después, se consagraba como el director técnico capaz de
alcanzar el segundo Quinquenio de Oro en la historia de Peñarol y
ganaría el cariño de la hinchada carbonera para siempre. Su
extensa trayectoria se complementaría con la dirección técnica de
equipos como Independiente, Olimpo, Argentinos Juniors de Argentina,
Danubio de Uruguay, Olimpia, Rubio Ñu y Libertad de Paraguay. Con
este último, en el año 2010 lograría el campeonato Clausura 2010.
Su
trayectoria continuó en Colombia a comienzos del 2017, con su
llegada al Deportes Tolima, club al que arribó para comenzar el año
pero tuvo que abandonar una vez que el presidente del club, Gabriel
Camargo, quiso interferir en su trabajo y en sus alineaciones, motivo
por el cual, Pérez renunció. “Tengo algo que no es negociable
que es la dignidad”, fueron sus palabras.
Su
revancha en el futbol colombiano no tardó en llegar y en julio del
2017 llegó a Independiente Santa Fe, donde en su primer semestre
alcanzó el subcampeonato y va a encarar el 2018 con el gran objetivo
de alcanzar la décima estrella y la Copa Libertadores.
Hoy
es un tipo feliz. Dice que, a pesar de tener 69 años, su mente y su
corazón son de 40. “Mantengo viva la llama, la pasión, las
ganas de trabajar. Yo voy a todos lados, a todas las canchas, es lo
que me gusta. No de ahora, desde siempre. Tienes que ir a ver fútbol,
yo me siento feliz con ir a la cancha por la propia pasión. Pero
trato de por todos los medios todos los días de innovar, de estar
pensando, de estar leyendo, de estar copiando. Yo soy mucho de estar
mirando para copiar las cosas buenas”.
Futbolísticamente,
tiene un sello propio. “Yo siempre digo que un equipo a algo
juega. Guste o no guste, a algo juega”. Antes de escoger entre
algún modulo táctico, le gusta conocer las características de cada
uno de los componentes del plantel. De ahí lleva a cabo el armado
que, para él, “siempre está relacionado con la idiosincrasia
del país, el futbol que se practica, en fin, hay muchas cosas que
uno tiene que observar cuando llega a un club”.
Su
gran mentor es José Ricardo de León y por lo general sus equipos
lleva el sello de aquel mítico entrenador uruguayo: le gusta mover
al equipo en bloque, no depender de las individualidades y priorizar
el juego en conjunto. Parte de una gran preparación física que
logre mover todo el equipo en bloque hacia la zona en donde el rival
tenga la pelota y lograr una marca escalonada, apoyándose con el
adelantamiento de la línea defensiva para reducir los espacios de
juego y achicar la cancha y ahogar al rival.
Además,
es un amante de la pelota quieta y acostumbra a realizar una práctica
cerrada el día antes de cada partido para definir la estrategia de
la táctica fija. De su gran mentor De León, no solo hereda el
manejo táctico sino el motivacional y de manejar los grupos.
Él
es Gregorio Pérez. Un apasionado y enfermo por el fútbol con una
extensa y gloriosa carrera. “No me puedo quejar, he logrado
muchas cosas. He tenido suerte, pero a la suerte hay que trabajarla”.
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