Sebastián Río
Será
que el hombre deja el alma en cada pelota porque la vida le dio lecciones sobre
sacrificio. Será que se banca meter y meter, porque alguna vez lo hizo en un polvareda
y sin canilleras. Será que Néstor Ortigoza sabe lo que es ser profesional,
porque nació en el potrero.
Cuando
la hora de la siesta se complota con un sol bien picante y con la tierra de las
calles que vuela, los mosquitos se hacen amos y señores del humilde barrio en
Merlo. En esa hora, el volante paraguayo sale de su pequeña casa y encara para un
rectángulo de pasto y yuyo que se ve delimitado por dos arquitos de caño y que
es cruzado por un caminito de tierra.
Los
recuerdos salen a trompicones de su boca y arranca: "Si habré jugado
partidos con mis amigos acá. Me venía corriendo con la pelota todos los
días". Mientras tanto su papá, Oscar, comenta algo sobre partidos
peligrosos: "Mira esta cicatriz en el talón de Aquiles. Me lo rompieron
jugando por plata. Por eso yo no quería que él haga lo mismo".
-Néstor, ¿vos jugaste por plata?
-Sí.
Yo iba a jugar a González Catán. Se jugaban torneos por muchos billetes. Tenía
mi equipo, Central del 30.
-¿Cómo hacías para entrenarte en inferiores y
seguir ahí?
-Hacía
como podía. Una vez me dieron una patada tan fuerte que no podía caminar.
Encima tenía que volver a casa, donde nadie debía darse cuenta. Más de una vez
le tiré los botines al vecino que me cubría y también me cambiaba en lo de mi
abuela.
- ¿Jugaste cuando ya eras profesional?
-Sí.
Lo hacía porque a mí, que siempre fui pobre, los 700 u 800 pesos que me llevaba
en un partido me venían bárbaro. Después se enteró Caruso y me dijo que debía
decidir qué hacer con mi carrera. Ahí lo tuve que dejar.
-¿De cuánto fue la máxima apuesta?
-De
10.000 pesos en un mano a mano entre dos equipos. Eran a matar o morir.
-¿Es
cierto que la calma que tienes para patear los penales viene de esa época?
-No sé, puede ser. Yo siempre definía aquellos
torneos en los penales y también jugaba contra otros a patear por unos pesos.
Sonríe
mientras tanto. Además rememora otras historias. "A mi viejo no le
alcanzaba para pagarme el colectivo hasta el entrenamiento, así que me iba con
el guardapolvo puesto para pagar menos y mis compañeros al llegar me
cargaban", revela con inocencia. "Muchas veces estuve a punto de
dejar, pero pude seguir, con muchísimo sacrificio. Ahora, por suerte, el fútbol
me da recompensa", agrega.
-¿Qué tiene de diferente jugar con una apuesta de
por medio, que hacerlo profesionalmente?
-Que
si hoy viene, por ejemplo, Battaglia, como en el partido con Boca, y me dice
"Nene, levantate", no le tengo miedo, porque yo ya viví que roperos
todos tatuados y con cara de malo me amenacen con romperme la pierna. No tengo
temor en la cancha. Ninguno.
-Algún parecido deben tener los dos mundos...
-Sí,
el fútbol. Y eso es lo más lindo que hay.
Por
eso, será entonces, que el hombre disfruta cada buen momento; él los vivió
peores. Hoy el deporte le sonríe a Néstor Ortigoza. Y su vida, que al cabo es
lo más importante, también.
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