Dicen
que los líderes nacen y no se hacen. Frase poco creíble y difícil de argumentar
para quien fuese el mayor caudillo que tuvo la Selección peruana. El referente
también tuvo referentes. Guías que lo llevaron a ser un mito sudamericano.
Héctor Chumpitaz y la historia de su capitanía.
CAPITÁN
La calle José Olaechea
tiene en una de sus esquinas a la casa más popular de la zona vecina a la
eterna Universidad de San Marcos y la larga avenida Venezuela. La vivienda de
fachada verde y dos pisos abraza a una leyenda viva del fútbol peruano y a su
familia. Esther Dulanto, la esposa de Héctor Chumpitaz, me recibe sin perder de
vista a quien los visita hoy. Me comenta que en menos de ocho horas ha recibido
en su sala a dos turnos de estudiantes para entrevistar al ‘capitán’ de la casa.
“Ya baja”, se despide. Las paredes de la entrada te reciben con retratos de la
familia y del Chumpitaz futbolista. Al ingresar, una puerta semiabierta revela
al cuarto de trofeos y camisetas que alguna vez osaron robar unos delincuentes.
Previo a mi llegada, hablé con él y le pedí quitarle quince minutos de su
tiempo. Accedió a regañadientes, pero su recibimiento fue muy ‘cordial’. “¿Otro
más?”, reclamó amablemente mientras bajaba de las escaleras. El capitán de
América me recibía en su casa.
El campeón de América en
el 75 vestía un buzo negro y lo acompañaba una botella de agua. Hace unos
meses, le extirparon las amígdalas, hecho que lo dejó propenso a malestares en
la garganta y resfríos. El clima y una gaseosa helada han complicado su salud y
le dificulta hablar muy seguido. Por eso, necesita beber para refrescarse.
Muestra seriedad y paciencia al mismo tiempo para atenderme. Así, en la
tranquilidad de su sala, me va a revelar cómo se hizo líder y capitán.
LOS
REFERENTES
Nació en la Hacienda Santa
Bárbara, ubicada en Cañete. Desde hace 75 años, convive con la disciplina.
Disciplina que ha llevado desde San Luis −pasando por el Deportivo Santa
Bárbara, Deportivo Tarapacá, Once Amigos de Comas, Unidad Vecinal #3, el Muni,
Universitario de Deportes, Atlas y la Selección− hasta su casa. Es en el
distrito cañetano donde inició su formación a través de sus padres y de alguien
que marcó su vida personal: su abuelo.
Héctor tuvo que viajar a
Comas con su familia para iniciar una nueva vida en la Hacienda Chacra Cerro.
Si bien su infancia y adolescencia transcurrió en la avenida Trapiche, nunca le
gustó vivir y trabajar en el lugar. El trabajo y los estudios eran parte de su
vida diaria, pero él extrañaba Cañete y la exclusiva vida disciplinaria de su
abuelo. Hacía lo posible por volver cada vez que tenía la oportunidad. “Él era
muy estricto. Si no llegabas a la hora exacta para comer, no comías. Nos
inculcó el cuidado personal, el respeto y la responsabilidad”. Mientras vivió
con su abuelo, el trabajo en la chacra ingresó en su horario. Él era más
estricto que sus padres.
Los veranos eran los más
esperados por el joven Chumpitaz. Tras salir del colegio, esperaba las
vacaciones para poder obtener más dinero con los trabajos de la hacienda. “Todo
lo que he me comprado, ha sido con el sudor de mi frente”, comenta. Como
muestra, se siente orgulloso al contar que sus primeras zapatillas las
consiguió pagando cinco soles semanales. A raíz de ello, en su academia y en
los entrenamientos de Universitario, club en el que todavía trabaja, le
sorprende las nuevas costumbres de los jóvenes. “Ahora le dicen a los padres
que a donde van a viajar.
Antes, les decíamos en qué chacra íbamos a trabajar”,
bromea. Su habitual trabajo de verano era lavar arroz. Ganaba lo necesario para
poder comprar sus útiles antes del inicio de las clases. El que se haya ganado
la fama del líder que duerme temprano en las concentraciones y obliga a que el
grupo lo haga, es gracias a él. Pero si su abuelo fue el hombre que puso la
primera piedra en la construcción de su correcta vida, tuvo otro modelo que
edificó al capitán de las canchas. La infancia con su abuelo fue la primera
etapa del Capitán. El hermano de su padre, su tío Muchotrigo, fue su referente
deportivo. Muchotrigo era el contador de la hacienda. Él lo contrató para que
trabajara como su subordinado en el campo, siendo más considerado en el pago
por ser su sobrino. Su principal trabajo era sembrar camotes con los pies, el
cual sería su principal herramienta de trabajo por el resto de su vida. A la
par con su adolescencia, incentivó su pasión por el fútbol, dejándolo jugar y
apoyándolo económicamente si era necesario. Para ese momento, el picar piedras
y el romper bloques de cemento ya habían quedado atrás y comenzaba a ver al
fútbol cada vez más cerca de la chacra.
Trabajo y disciplina son
las palabras que rigieron en la infancia y adolescencia de Chumpitaz. Hoy, a
sus hijos, les añadió la educación. “Siempre he tratado de enseñarles todo lo
que sé, de la mejor manera. He buscado que tengan mejor educación que yo”,
confiesa. Pero el serio capitán, a quién nombres como Teófilo Cubillas, Jaime
Duarte, entre otros íconos del fútbol peruano respetan, tiene una pequeña
debilidad. “Siempre he impuesto la disciplina y la mano fuerte para ciertas
ocasiones, pero la única que no ha recibido es mi bisnieta”¸ cuenta emocionado.
La pequeña niña que se asomaba por las escaleras para espiar a la visita, tiene
capturado al disciplinado capitán.
TESTIGOS
“Hablé
con Juan José Oré hace unos días. Usted estuvo en el día de su debut. En la
sub-15 está intentando inculcar los mismos valores que me está contando. Igual
‘El Chino’ Rivera”, le cuento.
Hace unas semanas conversé
con el profesor Oré en la Videna. Cubrí un amistoso que tenía su categoría con
Alianza Lima. Previo al partido, conversamos. Nos sentamos en la tribuna y su
primera frase fue “jugar con él era una satisfacción”. Así como Jaime Duarte
–llegó joven a la Selección y fue compañero de cuarto de Héctor− coincide en
que la presencia de Chumpi en el vestuario era muy voluminosa. Jota Jota cuenta
una de sus primeras experiencias:
“Cuando
uno entraba por primera vez al camarín, no saludaba por temor. Chumpitaz se
sentaba en el primer asiento y nos decía, ‘¿Qué les pasa? ¿En dónde creen que
están? Carajo. Salgan y saluden’. Y entrabamos nuevamente a saludar”.
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Además, rememora la
importancia que tenía Chumpitaz por encima de jugadores como Juan Carlos
Oblitas o Oswaldo ‘Cachito’ Ramírez. ‘El Granítico’, como conocen al otrora
back-centro, reciclaba sus zapatillas para los jóvenes. “Solo cambiaban las
partes de cuero de las zapatillas y quedaban como nueva”, cuenta el defensor.
Jugaban con maletines y piedras en lugar de conos. Les daban la misma camiseta
que utilizaba el primer equipo luego de un partido. “Era un honor”, complementa
Oré. Alfredo Quesada, ex volante de la Selección y campeón de la Copa América
en el 75, tampoco oculta que admiraba el liderazgo de Chumpitaz: “Con él a mi
lado, me contagiaba y me iba tocando hasta el área rival con Cubillas, Oblitas
y Rojas”. Y si algo caracterizaba a Chumpitaz en el campo era que nunca
gritaba. “Si veías que bajaba las cejas, era señal de que estaba molesto y
había que meter más”, cuenta el ex entrenador de los ‘Jotitas’. “Volteabas a
verlo y ya sabías que tenías su respaldo”, complementa Quesada.
Probablemente, los
referentes de esa época eran el mejor modelo de profesionalismo. Eran los
primeros en llegar a entrenar, imponían respeto, eran disciplinados, motivaban
con el ejemplo y siempre ayudaban a los debutantes.
“Para ser capitán, hay que
ser ejemplo y no imponerse”, comenta. Durante su etapa en Universitario de
Deportes y la Selección, fue eso más que todo eso. Sin embargo, también tuvo
que hacerse respetar. En una entrevista con el ‘Trome’, contó que no aguantaba
las bromas pesadas y en una celebración, ‘ajustó’ a Enrique ‘El Loco’
Casaretto:
“En
una celebración, se le ocurrió amarrarme un nudo en el pantalón de la pijama.
¡A mí, a su capitán! Fui y lo cuadré: ‘Me haces otra y te quemo toda tu
ropa’. Santo remedio. Era loco, pero no sonso”.
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O cuándo se desveló para
esperar a Roberto ‘Cucurucho’ Rojas, marcador zurdo que falleció en el
accidente del Fokker:
“En
una concentración, lo esperé hasta las doce de la noche, despierto. Se había
escapado para conversar con una chica. Llegó antes de las once, pero él sabía
que yo no podía descansar si todos no estaban durmiendo. Entró de puntitas al
cuarto y pensando que me había quedado dormido. Prendí la luz, se asustó y me
pidió disculpas hasta el cansancio. Sabía que estaba en falta conmigo”.
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ENTRE
CAPITANES
Con la blanquiroja,
Chumpitaz disputó 105 partidos y anotó 3 goles. Pero la cantidad de rivales que
ha tenido al frente son incalculables para él. Desde ‘Pitìn’ Zegarra, José
Fernández –a quién relevó en la capitanía de Universitario− hasta Johan Cruyff,
Pelé y Pasarella. Sus camisetas se encuentran en la primera habitación de la
sala, la de la puerta semiabierta, la cual hoy usan como depósito y le
disgusta. Entre los capitanes que más recuerda está el brasileño Carlos
Alberto, lateral derecho al cual enfrentó con la Selección, y dice fue de los
que más trabajo le dio. “Eran otros tiempos. Entre los capitanes había mucho
respeto”, cuenta Héctor. Época en la que todo quedaba en la cancha, no habían
cámaras para hacer reclamos y el respeto al árbitro era total.
Hay uno que quedó dentro
de la consideración del ‘Capitán de América’: Elías Figueroa.
Si de centrales en esta parte del mundo de trataba, Héctor Chumpitaz y Figueroa
eran los principales referentes, por no decir los únicos. Por la Copa América y
el partido de Perú con Chile, lo han llamado de varias radios chilenas para
entrevistarlo y enviarle los saludos de Figueroa. “Somos compadres, así le
dicen en Chile”, cuenta. Compartieron la zaga central en el partido entre el
mejor equipo de América y el resto del mundo, en octubre de 1973.
Héctor reveló una anécdota
durante la Copa América del 75, al Trome. Era el partido frente a Brasil, el
cual cataloga como el más difícil del campeonato:
“El partido ante
Brasil fue en Belo Horizonte. Tuve dos choques fuertes con Batata y Zé
Carlos. Ambos se quejaban y me hicieron recordar cuando ajusté a Pelé en una
ocasión y me dijeron: ‘¿Vamos a jugar al fútbol o a las patadas?’. ‘A las dos
cosas’, les respondí”.
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LA
VIDA, FUERA DE LA CANCHA
Actualmente, trabaja en el
club como asistente y tiene su propia academia en La Molina. La fundó hace 25
años y compite en la Copa Federación desde hace tres. Ha vivido en provincia y
sabe de las necesidades que atraviesan los jóvenes para entrenar. Le ha
brindado tres convocados a la sub-15 de Oré y está patrocinado por la empresa
de tecnología Samsung. Al final de sala, en la vitrina que da a su patio, hay un
pequeño banner de la empresa.
En el club, tiene a
Gustavo Dulanto como su ‘sobrino’. Dante, el hijo de Héctor, es primo del padre
de Gustavo, Alfonso ‘Pocho’ Dulanto. En más de una ocasión, en los
entrenamientos en la VIDU, lo ha aconsejado y busca que siga los mejores pasos
para su carrera profesional. Espera que siga el camino de la disciplina y de la
responsabilidad.
Cuando habla sobre las
nuevas costumbres de los muchachos de hoy, se muestra decepcionado. Recuerda
mucho que alguna vez solo usaban zapatillas negras y pocas veces, frente al
frio, se resguardaban con chompas porque el uniforme oficial era el más básico.
La modernidad ha cambiado a los jóvenes futbolistas, pero no discrepa con la
moda actual. “Los jóvenes de ahora están
más pendientes de la ropa con la que van a entrenar, pero las zapatillas para
jugar al fútbol son solamente negras. No hay otra”, bromea.
Dante escuchaba desde el
segundo piso nuestra charla, pasó rápido por el salón y saludó rápido. Héctor
lo mira y me cuenta algo que no esperaba escuchar. “Para jugar al fútbol tuve
que hacer muchos sacrificios. No es tan fácil como parece”, comienza. Dante
alguna vez pudo morir.
Fue durante uno de los
tantos viajes de la Selección a los partidos de la Copa América. En el
aeropuerto, mucha gente los despedía, entre ellos, su esposa Esther. Muy
distante de lo que es hoy, el antiguo aeropuerto peruano apenas tenía pista de
despegue. Era muy básico. El público los aplaudía. Cerca a la pista, Esther y
un Dante de un mes de nacido, veían expectantes el despegue del avión con la
delegación peruana y Héctor a la cabeza. El despegue del avión envío una fuerte
ráfaga que dejaba endeble al niño. Este se enfermó y Héctor nunca supo nada. “Imáginate, iba a ir a la Copa sabiendo que
mi hijo pudo haber muerto y yo celebrando. Fue muy duro”, cuenta. Las
medicinas no eran las mismas de hoy. Eran escasas, caras y no estaban al
alcance. Al volver, el capitán se enteró. Sabía del sacrificio al que se
enfrentaba, pero contaba con el respaldo de su mujer, a la que le debe mucho en
su carrera. “Uno no puede caminar solo. Necesita
siempre de su familia”.
Le había pedido solo
quince minutos de su tiempo al capitán, pero la media hora de conversación
parece suficiente. Toma mucha agua para poder refrescar la voz y seguir
hablando, pero cada vez se le complicaba más. En el día ya había recibido de
dos a tres visitas de estudiantes y tener uno más en casa debe resultarle
incómodo, calculé. Más aún, si se le dificulta hablar. Es el capitán.
A su edad, aún es
referente nacional. Eterno líder y caudillo para los que han vivido desde cerca
los históricos partidos. Crónicas relatan de las hazañas que ha tenido con la
Selección nacional. Desde sus inicios en el Deportivo Municipal, Universitario,
la Selección y el respeto que mostraba por las camisetas que vistió. El
desarrollo que tuvo, por la coyuntura social de la época, le permitió integrar
la mejor generación futbolística que tuvo el país. Los integrantes de esa
familia deportiva le rinden homenaje en cada reunión que tiene como motivo, el
reencuentro de las mejores glorias.
Le estrecho la mano para
despedirme y me invita a su salón de premios. En un cuarto pequeño, dos
vitrinas y un tendedero demuestran la historia más fuerte del fútbol peruano.
Retratos, camisetas, trofeos y medallas. Pocas veces visto, tantos recuerdos en
un espacio reducido. Me despido. El capitán, al que todos reconocen como líder
nato e irreemplazable, da por terminada la entrevista. Así se creó el mito del ‘Capitán de América’.
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