Víctor Grao (@VictorGrao)
Corría el mes de noviembre de 2009 en la ciudad de
Hannover, Alemania. Un hombre de 32 años se había dirigido a un poblado cerca
de donde había sido enterrada su hija, tres años antes.
Luego de esa fatídica muerte entró en depresión, a pesar de haber logrado ser
guardameta del Barcelona y tener todos los números para defender los colores de
Alemania en el Mundial de Sudáfrica 2010. Nada de ello importó. Se estacionó y
caminó. Sin detenerse.
Un estruendoso sonido daba pie firme a su deceso
como futbolista y como persona: el de una locomotora. La miró, respiró profundo
y se lanzó a las vías del tren. Su nombre era Robert Enke, guardameta teutón,
titular de la selección que en su momento fue defendida por Oliver Kahn y que
prometía hacer lo mismo en el próximo Mundial.
Ese mismo año, pero 5 meses antes, Alemania jugó
un partido contra Emiratos Árabes Unidos. El resultado fue lo de menos. Una
joven promesa que debutaba como un prospecto clave para el futuro de los de
Joachim Low defendía el arco alemán. Era Manuel Neuer. En el banco estaba
Robert Enke, con la camiseta número 1.
Enke tenía currículum de haber jugador en el
Borussia Monchengladbach, Benfica, Barcelona, Fenerbahce y para aquel entonces,
hacía vida en el Hannover. Él había tenido problemas de depresión serios tras
la muerte de su hija, Lara. Mientras ascendía en su carrera como profesional,
llegando al tope de ser titular con la camisa de Alemania; en lo personal
descendía, a tal punto que optó por el suicidio.
Manuel Neuer, sin saberlo, tomaría el puesto de un
suicida, para no soltarlo jamás. Antes de la muerte de Enke, Neuer había jugado
tan solo un partido con la selección teutona, el año posterior jugó 10,
incluyendo el puesto titular en el Mundial de Sudáfrica 2010. Enke y Neuer no
se conocieron en demasía, coincidieron pocas veces, pero su vínculo es más
estrecho del que parece. El nominado al balón de oro tomó el puesto fijo de
Alemania por una depresión ajena.
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