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Diego Baquero (@DiegoBaco23)

“Por el amor que le tengo a la camiseta,
Y porque aquí nací, aprendí que siempre hay que ganar,
Y por eso tome la decisión de subir a cabecear.
Cerré los ojos y cuando los abrí el balón iba camino a la red.”

Camilo Vargas, 24 de Noviembre de 2011.


La vida de un santafereño se puede resumir en momentos, amargos, tristes, felices, inolvidables y perdurables. En base a esos momentos, cada uno de nosotros forja una pasión, inmesurada e incomparable con ninguna otra cosa. Un modo de vida que escogimos aquellos que no nos enamoramos de la cantidad de títulos, ni de la cantidad de hinchada, nos enamoramos de un sentimiento, de una pasión y de una forma de vivir. Independiente Santa Fe se convirtió en algo más que un equipo de futbol. Llevándonos de la alegría y del éxtasis a la tristeza y el desasosiego en cortos periodos de tiempo, nunca dejamos de amarlo, porque esa es la base del Santafereño. En las buenas estaré contigo, pero en las malas mucho más.

Y hablando de momentos, de esos que revalidan nuestro sentimiento y le dan razón a aquellos que no nos enamoramos de campeonatos si no de pasión, hay uno que indudablemente está en la retina de nuestra memoria y de nuestro amor al equipo rojo de la capital. Clásico 265, noche de miércoles, el frio noviembre de 2011 empezaba a congelarnos los huesos y Santa Fe venia de una dura eliminación de la Copa Suramericana a manos de Vélez Sarfield y solo tenía como esperanza el torneo local. Era la penúltima fecha del todos contra todos y Santa Fe llegaba con 22 puntos. Tenía que ganar si o si el clásico contra su rival de patio y jugarse la vida en la última fecha. Nadie va a olvidar aquella noche, donde cuando ya nos daban por muertos, se prendió una luz de esperanza, una luz que ilumino nuestras almas y que a más de uno hizo entender que no está muerto quien pelea, y nunca se podrá ser perdedor si no se ha dejado de luchar. Con el aliento de más de 15.000 almas santafereñas copando la mitad del Estadio El Campin y a falta de pocos segundos para que el partido terminara, Camilo Andrés Vargas se levantó en el estrellado cielo bogotano para pararle el corazón a varios de los presentes, repartir un tubo de oxigeno dentro del equipo para resurgir desde las tinieblas de aquella eliminación y poner un grito en el cielo, un grito inolvidable para darnos el triunfo agónico, frente a nuestro acérrimo rival con el cual nos metíamos a los ocho a pelear por la anhelada séptima estrella.

Pero detrás de aquel gol, hay miles de historias, de sacrificios y de sufrimientos, de momentos que marcaron la carrera de Camilo, y que de a poco lo llevaron a donde está hoy, donde siempre soñó estar y de donde parece, nadie va a poder llevárselo: Es dueño del arco cardenal. Se afianzo como único amo del mismo desde los primeros partidos del segundo semestre de 2011 de la mano del profesor Arturo Boyacá, quien decidió darle la responsabilidad, por encima del mismísimo Agustín Julio, quien ya estaba en la parte final de su carrera pero de quien sin dudas, Camilo aprendió muchísimo, pues bajo su sombra estuvo muchos torneos hasta que finalmente llego a la titularidad, momento de inflexión en su carrera, pues a partir de ahí, Camilo no dejo nunca de ser el arquero titular y una garantía para todos nosotros como hinchas pero mucho más importante para el funcionamiento del equipo, porque como dice aquella sabia frase que hasta hoy sigue vigente “los equipos se arman de atrás hacia adelante”, y con la garantía de Camilo, Santa Fe empezó a construir un proceso que ha traído consigo la anhelada 7ma estrella y la ilusión para todos nosotros con todo lo que se viene por delante.

Camilo Vargas. Un pilar de la cantera de Independiente Santa Fe y quien tuvo que luchar contra la marea para llegar a donde está es el dueño del arco cardenal desde hace ya unos años, en los cuales, a base de buenas actuaciones, llego incluso, a ser llamado a la Selección Colombia. Por allá en el 2007 hizo su debut de la mano de Pedro Sarmiento, alterno actuaciones con la reserva del equipo y ya desde las entrañas de las divisiones menores se comentaba que había un gran candidato para quedarse con el arco cardenal. Antes de afianzarse como titular, tuvo espectaculares actuaciones en la Copa Postobon 2009 contribuyendo así al título logrado meses después por El León, y otra más, brillante también, actuación vs Millonarios en el clásico 260 atajando un penal a pocos minutos de terminar el juego. Poco a poco fue golpeando la puerta, hasta que por fin le llego su momento y no dudo en aprovecharlo. Cuando el profesor Boyacá decide darle la titularidad, el dedica mantener su #12, sin importar que Agustín Julio dejara el #1 vacante, pues él dice que con ese número fue que empezó y cuando recibió sus primeras oportunidades ese era la dorsal que portaba.

Aparte claro está, de que piensa que el jugador número 12 siempre será la gente que apoya al equipo, y que mejor representación de eso que portar el número de la hinchada, pues dentro del campo, el será el primer hincha en alentar a sus leones. Desde aquel septiembre de 2011, Santa Fe tiene su arco muy bien protegido con Camilo; el cerrojo cardenal. Sin embargo, Camilo forjo su personalidad a base de malas experiencias. En aquel Sudamericano en el 2009, donde llego a la Selección Sub – 20 como el arquero titular pero con un par de malas actuaciones tuvo que dejar su lugar, se empezó a crear el hombre que hoy conocemos. Alguna vez, años después, a Luis Guillermo Ordoñez de El Espectador, Camilo le explico que “fue fundamental para mi carrera y a pesar de todo bonita, (aquella experiencia de dejar la titular de la Sub-20 y la posterior eliminación) porque vivir la derrota, la frustración, la impotencia, la amargura, me sirvió para fortalecerme y tener siempre los pies en la tierra”.

Vemos, esa misma personalidad que sabe tener bajo los tres postes, fuera de ellos. Aquella eliminación a manos del Deportes Tolima en el último minuto y que tuvo que vivirla en el banco de suplentes, o mejor, la fatídica noche en Liniers donde al penal de Juan Manuel Martínez, Camilo no llego por escasos centímetros también fueron momentos que lo forjaron como el patrón del arco rojo, pero más importante, lo hicieron como persona.


“Llego el momento, lo que tanto soñamos esta acá, lo que tanto pedimos esta acá. El señor ya lo entrego pero tenemos que sudar y correr. Concentrados, hay 90 minutos para ganar hermano. ¡Vamos!” Palabras en el camerino, aquel 15 de Julio de 2012 antes de saltar a la cancha, del capitán sin brazalete, del sustento y la base del equipo desde el arco, del líder silencioso, aquel hombre, antes niño, que iba a entrenar con el sueño de ser el arquero albirojo algún día, que siempre soñó con regalarle un título a Santa Fe y que a punta de entrega y de corazón, pudo levantar, sin nunca quitarse los guantes <<sus mejores amigos>>, la anhelada copa de la 7ma estrella en representación de ese número 12 que siempre lleva en la espalda, en nombre de todos nosotros, en nombre de una pasión y de una forma de vivir: en nombre de todos aquellos que amamos a Independiente Santa Fe.

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