Foto: Diego Carreño |
Por: Diego Baquero (@DiegoBaco23)
¿Hay
algo más bonito en el futbol que celebrar un gol?, ¿más cuando es un gol
anunciado? Indudablemente muchos pensaran que es imposible anunciar un gol, más
en un juego tan incierto como lo es el futbol. Sin embargo, la noche del miércoles
15 de Septiembre de 2004 se presentaba como un cúmulo de circunstancias que
inevitablemente conducirían hacia un único desenlace: El gol. Si, eso que es la
mayor expresión de felicidad dentro de un campo de juego, eso que unos siempre
quieren evitar y eso mismo que otros nunca paran de desear.
Se
enfrentaban Independiente Santa Fe y su acérrimo rival de patio, el Club
Deportivo Los Millonarios. Eran cerca de las 8:30pm; los jugadores
santafereños, encabezados por el capitán Pablo Pachón, saltaron a la cancha del
Nemesio Camacho ‘El Campin’ y en su brazo izquierdo portaban una cintilla negra
en honor al hermano de quien esa noche tenía una cita con el destino. Con el
número 23 en la espalda, siendo el último de la fila y sobreponiéndose al
perverso cantico de “Leider Calimenio oh
oh oh, mataron a tu hermano, oh oh oh”, que bajaba desde la tribuna
embajadora, Leider Calimenio Preciado Guerrero se preparaba para escribir uno
de los capítulos más estremecedores en la historia de los clásicos capitalinos.
Cuatro
días antes había recibido la trágica noticia de que al mayor de los 7 hijos de
Colombia Guerrero, su madre, le habían quitado la vida en medio de una balacera
en su natal Tumaco (Nariño), por evitar el robo de un par de zapatillas. Una
vez enterado, abandonó la concentración del equipo que se preparaba para jugar contra
el Deportivo Cali en el encuentro valido por la octava fecha de aquel torneo y
volvió a la tierra que lo vio nacer para estar con su familia. Junto a ellos, enterró
y despidió a Willington, su hermano mayor.
A su
regreso a Bogotá, dos días después y tras hacer el pedido expreso al Cuerpo
Técnico de hacer parte de la convocatoria para el partido, su objetivo era
absolutamente claro; debía rendirle un homenaje a su hermano haciendo lo que
mejor sabía hacer: goles. Que mejor escenario que un estadio abarrotado de
hinchas azules que no pararon, en ningún momento, de gritarle improperios y
ofensas en busca de evitar lo anunciado: un gol en su contra.
Ante
un marco absolutamente hostil para él y
para el rojo capitalino debido a que Millonarios hacía las veces de local, los
equipos en cancha jugaban un clásico aburrido y carente de opciones de gol. Con
esa personalidad que hasta hoy lo caracteriza, se echó el equipo al hombro
hasta que por fin llegó el anunciado momento, ese mismo que el destino tenía preparado
para él. Ese momento en el que él no sonrió, no se abrazó con sus compañeros y
tampoco fue al banderín del córner a celebrar con su tradicional bailecito tun-tun.
Atrás
había quedado el clásico jugado tres semanas antes, el 22 de agosto, donde el
equipo que por entonces dirigía Jaime De La Pava, si oficiaba como local y
había pasado por encima de su rival propinándole un abultado marcador de 4-1 y donde
él logró -tras anotar un triplete- su gol 100 como profesional. Esa noche iba a
ser distinta, no solo a esa en la que alcanzó un centenar de goles, si no a
todas las demás. Y es que siempre, contra Millonarios, él tenía un as bajo la
manga y no por algo se convirtió en el máximo anotador de la historia del enfrentamiento
entre estos dos equipos.
Corría
el minuto 65 del encuentro y se produjo una falta para Independiente Santa Fe.
Carlos ‘El Ganiza’ Ortiz colocó el balón, alzó su mano derecha indicando alguna
jugada preparada y tomó carrera para levantar el centro. El esférico voló por
los aires bogotanos y él se deshizo
de su marca buscando desviar el envío con su parietal derecho para vencer a
Héctor Burguez, golero albiazul aquella noche. No obstante, una vez el centro
de ‘El Ganiza’ llego a él, no fue ni
su desmarque ni su salto quienes enviaron el balón al fondo de la red.
Willington Preciado, su hermano, desde el más allá, se apoderó por un instante
de la eterna camiseta #23 que Leider siempre llevó. Fue él el encargado de
alzarse por todos los cielos y conectar un certero remate que cambiaría la
historia de los clásicos capitalinos para siempre.
Cuando
su hermano le devolvió su camiseta y él
volvió en sí mismo, levantó su mano derecha y con una mirada fija y penetrante
en la Lateral Norte que estaba teñida de azul, se llevó el dedo índice a su boca
para hacer silenciar por siempre y para siempre aquel despreciable cantico que
había sonado durante todo el partido. En las tribunas podían seguir cantándolo
y gritándolo pero él nunca más lo iba a oír.
El
resultado de ese día no importaba, no interesaba si Millonarios daba vuelta el
partido, lo empataba o si se mantenía el triunfo rojo. Esa noche para él
quedaría marcada para la eternidad porque esa noche, Leider Calimenio Preciado
Guerrero se supo sobreponer a la muerte de su hermano, al maltrato de la
hinchada rival y cumplió con su cometido: escribir, de su puño y letra, la
crónica de un gol anunciado.
*Agradecimiento
especial a María Camila Hoyos, Felipe González y William Rincón, sin su ayuda este trabajo no sería posible*
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