Por: Emilio Pichardo (@EmilioP7_)
Más
allá de un simple entretenimiento, tanto a nivel amateur como profesional, el futbol
tiene factores internos y externos que influyen positiva y negativamente a
diario en la vida del ciudadano mexicano.
El
aficionado al futbol, va al estadio o prende la televisión para sacar la
tensión producida a lo largo de la semana. Dependerá de si su equipo gana o
pierde, su humor en las siguientes horas. El árbitro, las faltas, las fallas de
su equipo, pueden aumentar en el individuo la violencia. Todas esas cosas que
acumula a lo largo del juego, aunado a los problemas en su vida diaria, producen
que el individuo se manifieste violentamente, ya sea física o verbalmente.
También, el resultado puede producir enajenación.
Por
ejemplo, en Veracruz, se hizo un estudio que expresó que cuando pierden los
‘Tiburones Rojos’ la violencia intrafamiliar se incrementa, caso contrario a
cuando ganan, en donde la central de emergencias no tiene tantos llamados por
este tipo de casos. O también, cada que gana la Selección mexicana la
productividad aumenta, mientras que cuando pierde, el mexicano cae en la
mediocridad y la flojera.
El
futbol produce también, una pérdida económica impresionante en los bolsillos de
los mexicanos, incluso de aquellos que apenas tienen para comer. Me refiero a
las apuestas que hacen cada día más los aficionados, confiando en su equipo más
que en su propio Dios. Y como en este deporte solo puede haber un ganador, las
pérdidas son constantes. También la entrada más barata en un partido de Primera
división, cuesta más de 150 pesos. Más de 60 millones de personas en México
viven en ‘pobreza extrema’, es decir 1600 pesos al mes o menos. Algunas de
estas personas trabajan para gastar su dinero en la entrada, el viaje, o los
suvenires de su equipo, en vez de mantener a su familia con el alimento básico.
En
un país en donde más de la mitad de la población vive en situaciones de pobreza
y pobreza extrema, algunas personas tienen que optar obligatoriamente, por la
falta de oportunidades, a la delincuencia, al sacerdocio o bien, al futbol.
Desde pequeño, el mexicano le apuesta al futbol como su única vía para cambiar
su inhumana realidad. En la sociedad mexicana, el futbol es una vía de
desarrollo para la gente sin recursos. En la poca disponibilidad de puestos que
hay en el negocio, cientos de niños son explotados por sus padres, soñando así
un futuro mejor.
Pero
no todo es negativo, el futbol genera también unidad. Cada aficionado es
distinto. Es decir, diferente sexo, diferente orientación política, diferente
clase social, diferente religión, etc. Sin embargo, una vez en el estadio y
apoyando al mismo equipo o selección, todos se vuelven uno mismo.
En
la parte romántica, el futbol provoca lágrimas, alegrías, recuerdos,
sentimientos de identidad y pertenencia e idolatría.
Ideología mexicana en el futbol
La
identidad de la persona se configura a través de las exigencias sociales o
cívicas. El futbol mexicano está lleno de equipos que representan por regiones
o formas de juego distintas características. El América, en sus inicios,
contaba con una afición de clase social alta y con el paso del tiempo, los
aficionados ven a las ‘Águilas’ como un sentimiento para sentirse superiores e
importantes, como aquellos aficionados adinerados que tenía en sus inicios.
Atlante, representa al pueblo mexicano; aquellos ‘mugrositos’ que en sus
inicios daban batalla y vencían a la clase alta, a los españoles del Asturias o
a los ricos del América. Pumas, por ejemplo, representa la rebeldía, el
liberalismo y a la vez, el sentimiento de pertenencia a la máxima casa de
estudios: la UNAM. Y como no hablar de Chivas, el único equipo 100% mexicano,
algo que provoca que el mexicano saque el nacionalismo que lleva dentro.
Y de
la identidad deriva el fanatismo, que disuelve la identidad para adquirir
satisfacción que se representan en algo o alguien. Lo que hablamos arriba sobre
el neo-americanismo, que ve al América como una forma de verse ganador y
superior a los demás, a pesar de que su realidad sea distinta a esta. Los
individuos, están al servicio de sus ídolos de forma alegre: quieren jugar como
ellos, vestir como ellos, peinarse como ellos y en casos, hasta hablar como
ellos. El futbolista toma más seriedad que otros personajes más influyentes en
el día a día.
Tal vez
es por eso, que el ciudadano mexicano le exige más a un futbolista que a un
funcionario público; el fanático se encuentra alienado de sus responsabilidades
cívicas por cumplir con las exigencias del deporte y siente mayor intensidad
afectiva con el equipo de sus amores que con el gobierno y sus representantes.
Y esto ha sido siempre así, porque el futbolista o el deportista puede cambiar,
el político no. Las cosas en México, no cambian. El mexicano es indiferente
porque ya sabe que las cosas no van a cambiar. El futbol es un negocio aparte.
Un
ejemplo reciente de esto es lo que ocurrió en la Copa Oro 2015; México jugaba
una semifinal complicadísima ante Panamá, en los últimos minutos, un penal de
dudosa existencia es señalado a favor de México, Andrés Guardado, capitán y
cobrador oficial de la selección mexicana ejecuta el tiro y acierta. México es
finalista en medio de la polémica; los panameños, que habían jugado con el
corazón quedan eliminados. Y las horas siguientes en México, tanto la sociedad
como las figuras públicas de la televisión, se envuelven en un debate moral
sobre si debió o no meter el penal Andrés Guardado.
Y te
preguntas, porque si esto causa tanta bronca, al tal grado de cuestionar los
valores como persona de Guardado, porque México no cuestiona así a los
políticos que diariamente se roban millones de pesos, porque no cuestiona el
hambre, la delincuencia, la contaminación. Es algo triste, pero es la realidad
de la sociedad mexicana.
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