Ads (728x90)

Gabriel González (@Gabochini)
A la hora de buscar e indagar sobre los porqués en una actividad tan compleja e histórica como el fútbol, menester es retroceder y escabullirse entre el pasado y sus personajes. Las huellas de hombres y equipos ilustres en el largo camino de esta actividad nos marcan de manera más clara el horizonte; aquello nos obliga a no declinar la mirada hacia atrás. Seguiremos vislumbrando porque el sendero es interminable… Aunque, seguramente, distinguiremos mejor el porvenir.

Telê Santana y Johan Cruyff hacen parte de esos personajes inéditos en los libros dorados de este deporte. Exponentes de ideas que han servido de modelo e inspiración para tantos y rostros fieles que los memoriosos, esos que no se conmueven por mezquindades, nunca olvidarán por las emociones que provocaron aquellos colectivos que lideraron.

En el presente trabajo expondremos algunas claves tácticas que llevaron al São Paulo de Santana a vencer al Dream Team de Cruyff para coronarse como campeones de la Copa Intercontinental 1992 (extinta “versión” del Mundial de Clubes, en la cual se reunían los campeones de América y Europa a partido único con propósito de definir al mejor equipo del mundo). Un partido bastante parejo donde el equipo brasileño se llevó la copa por detalles – y un jugador – que marcaron la diferencia.

Presión alta.
En la época, muy pocos equipos se atrevían a medirse ante el Barcelona proponiéndoles incomodidad desde el inicio. São Paulo se atrevió. Inicialmente con dos delanteros, respaldados luego por extremos y volantes centrales que saltaban a por los receptores, el conjunto brasileño presionó e intentó frustrar las intenciones de elaborar jugadas con parsimonia desde el rombo “inicial” compuesto por Eusebio, Koeman, Ferrer (línea de 3 – líbero acompañado de stoppers a los costados) y al frente Guardiola, el mediocentro. El propósito consistía en dificultar el paso del jugador que recibía la pelota, truncar su próxima acción. Tras pérdida, la respuesta era inmediata: los más cercanos iban a por el poseedor. Barcelonista suelto, no tardaba un segundo en aparecerle un rival al frente. En caso contrario, otra opción era intentar ordenarse detrás de la línea de la pelota para ir de nuevo por la pelota.


El primer gol de São Paulo surge, justamente, de la presión alta. En este caso, la acción comienza con un pressing hombre a hombre (3 vs 3) sobre la primera línea del Barça. El movimiento produce efecto: recuperación de la redonda y lanzamiento en dirección a un atacante brasileño, quien enfrenta mano a mano al stopper contrario. De evitar que el rival juegue en comodidad se consigue un robo de pelota totalmente útil en función de una clara oportunidad de gol.


Desconectar las conexiones.
Anular los circuitos de un equipo como aquel Barcelona de Johan Cruyff no era sencillo. Precisamente por esa simpleza para jugar, juntarse entre sí y regar el campo de juego de conceptos – en pos de beneficiar a los más adelantados – era altamente llamativo el desarrollo del colectivo culé. Telê Santana, inteligente, planificó junto a sus hombres la manera perfecta para coartar las asociaciones producidas en el mediocampo barcelonista, compuesto también por un rombo bien posicional (mediocentro, interiores a los lados y mediapunta).

Armar un bloque junto y compacto para estar más cerca de los posibles receptores en el medio fue la respuesta brasileña. Cerrando la posición de los extremos – cediéndole así las bandas a los laterales – y juntando a los ofensivos muy cerca de los volantes centrales, el vaivén de la esférica no se manifestaría tan automáticamente como de costumbre. Barcelona, resignando el interés por aprovechar todo el ancho del campo en algunos pasajes del partido, se encontró con un São Paulo que también desocuparía las bandas con sus extremos en favor de poblar las zonas centrales y dificultar los avances. Contener para recuperar y retomar el protagonismo.


Referenciar a los alejados.
En un Barcelona que manejaba conceptos casi instintivamente, los alejados eran partícipes cruciales de las jugadas más dañinas. Se supo muchos años después, pero Johan Cruyff le insistía a Guardiola que siempre mirara al jugador profundo (Romario, Laudrup, por ejemplo). Si no se presentaba el espacio, que el pase fuese al costado. Pero siempre darle gran relevancia a levantar la mirada y conectar con el lejano, dado que así comenzaba a agredir y, según el holandés, ello también era una buena forma de evitar contraataques. Telê Santana lo reconoció y mandó a sus mediocampistas a estar muy atentos de esos alejados. Bakero, Laudrup o Stoichkov muy pocas veces recibieron con espacio/tiempo indicado para decidir; las líneas juntas entre defensa y mediocampo y las vigilancias mientras el oponente jugaba con pelota dominada, mantenían un orden preciso en la retaguardia. La fluidez de circulación en ¾ y los avances a veces resultaban espesos. El bloque brasileño era complicado de burlar y eso les hacía pasar mucho más trabajo a los creadores azulgranas.


Ataques numerosos.
El equipo brasileño, en ataque, siempre contaba con varias unidades. La idea de sumar una buena cantidad de jugadores a las jugadas ofensivas era simple: aumentar las probabilidades de anotar. A diferentes alturas o llegando en manada, poseer varias opciones en el frente de ataque abastece la necesidad de conseguir alternativas para agredir al contrario. São Paulo no resbalaba en el intento. Desde laterales a delanteros, cada uno tenía la libertad de involucrarse para lastimar en área ajena.


Cohesión entre líneas.
São Paulo durante gran parte de los 90 minutos de juego se mantuvo como un equipo muy junto tanto para atacar como para defender. Esto le resolvía muchos problemas sin pelota y les facilitaba el trabajo en ataque por las diversas opciones de pase que aparecían para lastimar al Barça. En ofensiva, el pegamento era la pelota. En defensiva, la necesidad de disponer ellos la pelota y no los europeos.


Una coalición de líneas unidas para favorecer las ayudas y ser peligrosos arriba, todo ello sucediendo alrededor del distinto de aquel equipo que meses atrás había derrotado al Newell’s de Marcelo Bielsa en la final de la Copa Libertadores de América: Raí Souza Vieira de Oliveira. Autor de los dos goles que dieron el título al tricolor paulista, el hermano menor de Sócrates estuvo insaciable en esa tarde japonesa; pasando, regateando, filtrando y disparando. Aquel grupo donde merodeaban Toninho Cerezo, Pintado, Palhinha, Müller y un joven Cafú se complementaban muy bien con Raí, quien al final del partido fue elegido como el jugador más destacado de la final. El contexto en el que se desenvolvía era muy favorecedor. Un equipo que se afincaba en tratar bien la pelota y ser una molestia constante en el área rival, compaginaba muy bien con el repertorio futbolístico de un jugador brillante como el que dos años más tarde se coronaría como campeón del mundo con la selección brasileña en Estados Unidos.


Un gran partido que, sin duda alguna, enalteció el juego. Como debe ser. El pacto realizado entre Cruyff y Santana en el hotel de concentración días antes del encuentro, presenciado por el juez principal argentino Juan Carlos Loustau, selló un duelo que a la postre terminaría escaso en interrupciones y abundante en materia balompédica. Dos equipos preocupados por disfrutar de la redonda, sin temor alguno y divididos por diferencias que inclinaron la balanza a favor de uno más que de otro. Un Barça de posesiones más sofisticadas y conceptuales. Un São Paulo de asociaciones y movimientos más punzantes. Y dos directores futbolísticos que adornaban el espectáculo, ese al que realzaban desde sus pensamientos. Encuentro inolvidable donde la práctica de un brasileño venció las ideas de un holandés.

Publicar un comentario