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César Martínez (@CesarKickoff) para Revista NEXOS

Cuando apareció el Informe Robinson que documentó el camino al éxito de España en Sudáfrica 2010 acaso las declaraciones más espeluznantes fueron las de esa victoria in extremis contra Holanda en la final.

“Noté que me crujía toda la espalda, la cadera”, dijo Xabi Alonso. “Sientes un poco de impotencia porque no puedes hacer nada; para eso está el árbitro”, dijo Busquets. “A esos jugadores no se les ocurre jugar así si no les dice alguien que jueguen así… Van Bommel, vamos, Van Bommel fue todo el partido a por Iniesta”, declaró Pepe Reina. Al amparo de la mirada indiferente del árbitro inglés Howard Webb (y quizá al amparo también del estereotipo del futbol total de la naranja mecánica), los holandeses hubieron elegido la violencia y la agresión como sistema de intimidación, el antifutbol, para levantar el primer mundial de su historia.

Desde esa final sudafricana ninguna otra selección había manifestado el antifutbol en toda su desnudez como lo hace la Colombia de José Néstor Pékerman en esta Copa América. Una historia distinta: el año pasado los cafeteros eran todos una celebración de algarabía y jovialidad al salir disparados ellos a bailar salsa hacia los tiros de esquina tras cada uno de los goles con que fascinaron en Brasil. Meneando las caderas, alzando los brazos, pegando brinquitos, moviendo la cabeza. La coreografía paisa mezcla de salsa, bachata, cumbia y vallenato amparaba casi todo.

Todo menos la vértebra lumbar que Juan Camilo Zúñiga le quebró a Neymar enterrándole la rodilla por detrás. El astro brasileño, santo de la devoción de muy, muy pocos, salió un año después de fracturado a jugar contra Colombia a sabiendas que el escenario podría repetirse. Ahora no fue Zúñiga. Ahora fue un carrusel de colombianos que se turnaron para despacharlo: Sánchez le pisó la mano, Murillo le raspó la espinilla, Zapata le asestó un pechazo, Bacca cruzó medio campo para increparlo. Habiendo debido de sancionar el antifutbol, el árbitro chileno Osses decidió finalmente darse por aludido sólo cuando Neymar le faltó al respeto acabado el partido y, de Neymar, ahora, hasta que juegue el Barcelona.


Se dice que la violencia y la agresión en el futbol se vuelven sistemáticas cuando su empleo es generalizado y repetitivo. Cuando entre los violentos no hay distinciones -todos pegan- y entre los objetos de violencia tampoco -todos reciben-. Pega igual el defensa que el delantero. Recibe igual el brasileño que el peruano. Entonces el último partido de la fase de grupos ante Perú exhibió que Colombia es antifutbol sistemático. Corría la mitad del segundo tiempo cuando James Rodríguez fue a una pelota dividida contra Luis Advíncula. Ahí James no reparó en intentar introducir su codo por la boca del adversario. Un caso de cinismo aún mayor fue el de Juan Guillermo Cuadrado, quien pateó al pobre Advíncula en la banda sin pelota de por medio, sacudió al defensor Carlos Zambrano y por último pegó por la espalda de Christian Cueva. Todos pegan y todos reciben.

Según el escritor inglés Jonathan Wilson en Inverting the Pyramid, varias versiones indican que el antifutbol como tal nació (o deformó) en Argentina durante los años sesenta de la mano del técnico Luis Zubeldía con Estudiantes de la Plata. Wilson sugiere en cambio, que el antecesor del antifutbol fue otro técnico, Victorio Spinetto, quien realmente tenía una visión de la dureza por completo distinta:

Nunca me gustó perder y jamás di un juego por terminado antes de cumplirse los 90 minutos. Siempre lo di todo, por la gente, por el club y por mis compañeros. Y jugaba duro, sí, pero no era el único. Siempre fui abierto y leal y respeté a todos mis oponentes… En mis tiempos, si jugabas sucio, el asunto no terminaba con el silbatazo del árbitro; iban y te buscaban a tu casa… Debías ser honesto con el uso de tu fuerza, porque de lo contrario…

Spinetto hablaba más bien de tener fibra, agallas: “¿Sabes cuáles son los futbolistas más generosos sobre la cancha? Aquéllos que son hombres en el sentido completo del sacrificio. Los que junto con su talento dan todo lo que tienen adentro… porque tienen vergüenza y no les gusta dejar el campo derrotados”. Por ello Wilson llega a sugerir entre líneas que el antifutbol es una deformación que en Estudiantes de la Plata de Zubeldía llegó a tal extremo que acabaron como una parodia de ellos mismos.

Cuando uno ve a los once colombianos de Chile 2015 pegar sin balón o fingir impactos en la cara cuando éstos cayeron en el pecho o recibir pelotazos y desplomarse al piso fulminados cual si un rayo les hubiera partido por la mitad, uno no puede más que sentir que se trata de una parodia. De uso de la fuerza sin honestidad. De 11 carniceros bailando salsa.

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