Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
El tesoro del sexto partido en la Copa América estaba en disputa en el Estadio Nacional de Chile. El fútbol
sudamericano esta lleno de mística, solo en esta parte del mundo el campeón del
certamen llega como el underdog a cuartos de final. Hay
que acotar que si el equipo donde juega Luis Suárez no puede contar con él,
estará remando contra la corriente. Con cañones en fila listos para disparar, empezó la contienda.
El timonel Jorge Sampaoli ordenó una ocupación posicional de la zona medular con
tráfago importante de camisetas rojas como herramienta para controlar el
partido. En gran medida porque el libreto de Uruguay no era incongruente con el
resto de la copa: accidentando la salida del oponente y romper el manejo para
que los filosos se puedan blandir hacia Claudio Bravo.
La sobrepoblación del sector medio obligó al repliegue de los celestes. Así Charles Aránguiz, mascarón de proa en la gestión de Sampaoli,
pudo descargar a los hombres de poder en el último tercio. El vértigo propuesto
iba fragilizando la primera línea de presión y no costó llegar ni dominar el
ritmo. Cuando el trío ofensivo charrúa llamó al resto de la tripulación para apretar
la línea de Gary Medel, apareció la réplica y en el retroceso la factura pudo
ser onerosa en el marcador. Chile tenía el reloj en la mano; dueño de los
tiempos del encuentro.
Jorge Valvidia no es Cazorla y Eduardo Vargas no es Giroud.
Alexis Sánchez esta fastidiado y se nota en cada error. Bajo la tutela de su
entrenador, la suma de las partes supera cualquier individualidad, a diferencia
de lo que ocurre en el Emirates de Londres. Otro jugador de la misma cofradía
superó en hastío a Sánchez y se dejó expulsar, Edinson Cavani – de discreta
participación copera- necesitó un catalejo para no perderse la batalla.
Hubo grandilocuencia en aspectos defensivos con un jugador
menos, dejando a un hombre arriba intentando cazar algún balón huérfano. Abel
Hernández se convertía en un miembro lejano navegando a la deriva. Haría falta
espontaneidad para salvar el juego de una caída ahora más propensa, algo
que los medios bautizaron como “garra charrúa”. Fue duro ver al campeón del
torneo competir sin Suárez ni Cavani. Sin ellos, la brújula de Uruguay perdió el norte.
Con el talante y empuje de ambos conjuntos el partido se
llenó de choques. Los escudos no dejaban percutir al enemigo, como las guerras
cuando están cerradas. Había órdenes explícitas de asediar a Jorge Valdivia. El
estudio previo al juego indicaba que si el “Mago” lograba recibir y voltearse,
el daño estaba hecho. Y se volteó, tras luchar ante los embates contrarios. Como buen vigía pirata, divisó un horizonte
promisorio, encontró a Isla y marcó la diferencia.
El buque de Washington Tavarez sufrió
una segunda laceración, un agujero que su marinería no supo cubrir y quedó
sumido en el naufragio.
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