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Víctor Grao (@VictorGrao)


Llevo treinta minutos frente a la hoja en blanco sin saber qué voy a escribir. Vi el partido dos veces más, aparte de cuando lo vi en vivo. Si no hubiese jugado al fútbol, creo que no comprendería que un equipo no es superior por una mayor tenencia de pelota, o mejor dicho, nunca será mejor si no sabe qué hacer con ella.

Desde las categorías inferiores, los infinitos entrenadores que pasan por tu banquillo son fieles creyentes de que la movilidad sin la pelota es más indispensable que lo que se hace con ella. Hacer diagonales, atacar el espacio, pases de primera para desequilibrar a la defensa rival y bla bla. Todo para llegar a una selección nacional y hacer poco de estos conceptos básicos.

Venezuela no hizo mal partido contra Paraguay. De hecho, si tengo que considerarlo creo que le daría un 7 sobre 10 (llevándome un poco por el fanatismo, eso sí). Los otros tres puntos no los otorgo –no porque no se ganó contra Paraguay–, sino porque es inconcebible que se esté en cancha contraria durante más de 30 minutos en un tiempo y no se genere un mano a mano, un tiro a puerta (hubo uno de Rincón que pescó en el borde del área), o por lo menos una situación que me hiciera tener fe de que se podía ganar.

Noel Sanvicente salió con dos delanteros de características similares: Juan Falcón y Salomón Rondón. Dos jugadores que son de juego físico y potentes, buenos cabeceadores y nueves de área. A sus costados caían Maestrico González y Jeffrén Suárez. A ojo de águila, no estoy en desacuerdo con el once inculcado.

El problema recae en el último segmento de la cancha: ¿Qué hacemos si no tenemos el balón? ¿Cuáles son nuestras virtudes?

En primera instancia, se tienen a dos jugadores que siempre estaba en el área cuando el esférico pisaba las inmediaciones de la defensa paraguaya. Juan Falcón (1,79) y Salomón Rondón (1,86) eran marcados por Pablo Aguilar (1,80) y Paulo Da Silva (1,84), respectivamente. SIEMPRE Y EN TODAS LAS JUGADAS la marcación era uno contra uno en el área.


Ahora bien, los balones NUNCA llegaron al área. Un par de incursiones de Rosales que terminaron en centros poco ortodoxos fue el resumen de esa faceta ofensiva que tanto se pudo aprovechar, a sabiendas de la altura, la condición y lo mucho que se puede lograr con jugadores de estas características. En fin… Por ahí no se llegó.

¿Qué más proponer? ¿Individualidades?

Quizás me crean loco por la contradicción que diré. No se remató a puerta y critico algunos remates de larga distancia, pero la falta de llegadas claras fue, cierta medida, por la falta de jugadas colectivas. Se tenía la pelota, pero al no haber movilidad, se destinaba a realizar jugadas personales. Un claro ejemplo fue dado por Luis Manuel Seijas en un contragolpe. A mano izquierda tenía en la soledad de la banda a Maestrico González, quien se quedó esperando.


Pero cómo juzgar a un contención que sube al ataque y se le generan tan pocas opciones de pase. Rincón y Seijas se cansaron de llegar a tres cuartos de cancha y tener que ser ellos quienes lanzaban diagonales en busca del espacio. Al margen de Jeffrén, nadie de la zona ofensiva generaba algo diferente. Salomón y Falcón tenían alquilada su parcela en el área, Maestrico titilaba con algunas apariciones, pero de ahí no pasaba.

La inexactitud en los pases mermó el ataque venezolano y los contragolpes fatigaron a un sistema que acumulaba hombres sin ideas precisas:



Aún así, el solitario Jeffrén mantenía sus diagonales. Guerra, que había ingresado pedía esféricos en el medio. La parcela de los nueve seguía alquilada, pero no producía nada y por eso le quitaron la concesión a Falcón, por eso mismo ingresó Josef Martínez. No existía la variante y se mantenía la inexactitud.


De ahí al ocaso del partido no faltaría mucho. Había un gol anunciado. O así lo anunció (sin comunicación) la dupla Vizcarrondo – Baroja. Un error minúsculo, pero cotidiano en la historia venezolana hundió a un equipo que tuvo, pero no propuso, un equipo que murió con la crónica de la inmovilidad anunciada.

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