Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
“El que no posee los cuatro sentidos del arte trata de comprenderlo todo
con el quinto sentido, que es el más grosero: el sentido dramático” Federico
Nietzsche
Decía Johan Cruyff que “el fútbol es
sencillo pero complicado a la vez. Un cúmulo de detalles insignificantes que
acaban convirtiéndose en algo trascendental”. Cuando un equipo de fútbol,
sobre todo selecciones nacionales, se preparan para enfrentar un partido de copa internacional
saben que el desenlace del mismo puede acabar en penales. Triunfar en esa fase
depende de la participación en el certamen. La pena máxima entonces queda como
parte del juego.
Sin embargo hay entrenadores, románticos optimistas, que se reservan la
práctica de este desempate. El argumento suele ser que se estaría condicionando
al equipo a que busque llegar a este dramático final. Quizá piensan que
practicarlos crea una mentalidad que pueda hacer sentir a sus jugadores que no
son capaces de ganar en 90 minutos o simplemente asumen que el resultado de
esta práctica está determinado por el azar. Los triunfos sin penales son más
contundentes, y menos sufridos.
Pero en este deporte hay que saber sufrir. Lo normal es que cuando el
pateador empieza a caminar hacia el área habitada solo el portero enemigo suele
tener miedo. El cansancio, miles de espectadores deseando que falle o que lo
meta, su jerarquía, las gotas de sudor en sus frente, millones de dólares en
juego, las muecas del arquero, su experiencia en los tiros. Un entrenador puede
perder su puesto de trabajo por un penalti errado.
Hay una cuota psicológica en cada ejecución. El periodista y escritor
brasileño Armando Nogueira definió al penalti como una “sentencia de muerte en
la que el verdugo puede ser la víctima”. Se crea entones un abismo entre el
éxito y el fracaso. Antes de la ejecución, angustia; angustia determinada por
el potencial arrepentimiento a no tomar la decisión correcta de la mejor forma.
“Chicos, yo no sé tirar penaltis. No
he tirado ni uno solo en mi vida.”
Pep Guardiola en la final de la Supercopa Europea del 2013
Praga. Bayern Múnich- Chelsea. Primera vez que Josep Guardiola y José
Mourinho se encontraban en los
banquillos luego aquella rivalidad que protagonizaron en España. Empate en el
marcador tras 120 minutos. La única
forma de decidir quién se quedaba con el simbólico triunfo era desde los 12
pasos. En la charla previa con sus jugadores, el técnico catalán les cuenta que
jamás había tirado un penalti en su vida (una mentira para relajar sus ánimos) y que todo lo que sabe de estas ejecuciones lo había
aprendido de un miembro de su cuerpo técnico.
Este les dijo dos cosas: “La primera:
tenéis que decidir ya por dónde tiraréis el penalti y no cambiarlo por nada del
mundo. Os lo repito: decididlo inmediatamente y no lo cambiéis por nada del
mundo. Y la segunda cosa: repetid mil veces que vamos a marcar gol. No dejéis
de repetirlo desde ahora y hasta que hayáis chutado. No tengáis miedo y no
cambiéis de opinión”
El nuevo entrenador del Manchester City quería llenar de confianza a sus
lanzadores. No dejar que la angustia consuma la voluntad de su pensamiento. Que
estén seguros de lo que van a hacer. Al final ese fue el primer título de
Guardiola en Alemania, pero ¿Solo con esto basta?
Fútbol vs. Ciencia
Un tercio de segundo es el tiempo que tiene un cancerbero para atinar con
su felino lance la dirección del tiro. Intentar tirarse luego de producirse la
patada al cuero es una decisión quimérica, aunque algunos valientes han quedado
como héroes de la inercia bajo los palos. De modo que suelen anticipar hacia un costado
antes de que patee. Hay rematadores que aprovechan el movimiento del arquero
para saber adónde se va a tirar y contrariar su disparo, pero esto requiere
también nervios de acero y poder de decisión en fracciones de segundo.
Existen varios estudios sobre los penales. Cientos de economistas y
estadígrafos se han tomado el tiempo de analizar un sinfín de penales de manera
que un equipo lleve una ventaja científica a la hora de los penales. Por lo
general, cada equipo tiene un pateador predilecto luego de una falta en el
área. Este individuo, a medida que va ganando experiencia, se va creando un
historial. Sus rivales actualizan una base de datos sobre las tendencias de los
rematadores y las direcciones a las que se lanza el portero.
Berlín. Alemania-Argentina. Junio de 2006. El partido termina 1-1. Penales.
El entrenador de porteros teutón le entrega un papelito al arquero Jens Lehmann.
En este rezan las direcciones en las que siete jugadores argentinos tienden a
disparar. Se había recopilado información de más de 10.000 tiros.
De los siete rioplatenses estudiados, solo dos chutarían: Roberto Ayala y
Maxi Rodríguez. Sobre Ayala decía “derecha”. El portero del Arsenal estaba tan
seguro en su vuelo que atrapó la pelota, confirmando la efectividad del
estudio. Sobre Rodríguez decía “izquierda”, pero el tiro fue tan fuerte y
esquinado que Lehmann no fue capaz de detenerlo aun sabiendo su dirección.
Cobrar penales con
estadio repletos de bulliciosos fanáticos es un trabajo difícil. Puedes fallar
un pase o un remate y pocos lo recordarán, pero un penalti activa la memoria a
largo plazo de los futboleros. Por eso hay que estudiar a los potenciales
tiradores: sus rutinas y sus tendencias
antes de dar la patada más angustiosa del deporte. Muchos técnicos
finalizan cada práctica con una ronda de penales como ejercicio de distensión.
Estos, empíricos y pragmáticos, jefes de banquillo buscan la efectividad que
tuvo Maxi ante Lehmann. Manejan el siguiente axioma: “Penal bien cobrado es
gol”.
El penal de Maxi Rodríguez era inalcanzable para Lehmann
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