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Por Diego Sancho (@SanchoDiegoo)

Va a ser difícil zafarnos de la mente la cara de Lionel Messi en el banquillo luego de perder la final de la Copa América Centenario. Luego de fallar su penal, que además lo erró siendo el primero en patear -gesto solidario para con sus compañeros- y con la banda de capitán al costado. Le siguió el desconcierto por su aparente deserción a la selección Argentina. No será menos fácil de olvidar el desconsuelo de Cristiano Ronaldo al perderse gran parte de la final de la Eurocopa por lesión.

Ambos momentos, más allá del desenlace de sus respectivos equipos, están cargados épicamente en la historia de este deporte. Este atípico verano se nos ha hecho largo a los futboleros. Pero lo llevaremos presente, entre otras cosas, por el trágico final de los dos ídolos del fútbol mundial.

Gran medida de esa carga épica en la que estos dos "astros" están envueltos es por parte de la prensa. Son víctimas de un endiosamiento desmedido. Quizá se trate porque ciertas intervenciones suelen ser tan majestuosas que causan una perplejidad en la que los periodistas ojean sus lugares comunes predeterminados para tildarlos. Quizá sea por otras razones no muy distantes, pero son héroes de la prensa. A fin de cuentas, sus fanáticos también adoptan ese lenguaje para referirse a ellos.


Una vez que a Chile le expulsaron a Marcelo Díaz, el repliegue de la roja fue muy pronunciado. La única manera de que Messi llegase al área era traspasando mágicamente una superioridad numérica y posicional de sus marcadores. Y no pasó. Lo dejaron solo. Si bien es cierto que a nivel de selecciones el papel de las individualidades suele ser más determinante por el hecho de que no tienen suficiente tiempo para crear una identidad de juego, la dependencia de un solo elemento en un equipo es una falacia: se requiere del esfuerzo de todos; no de uno.



En la edad de oro del bilardismo, Maradona esquivó a todo el costado izquierdo inglés e hizo el gol más fantástico de la historia de los mundiales. Pero hoy en día no se puede depender (tanto) de que un jugador regatee a media oncena porque existen tácticas defensivas a prueba de cracks de caderas ligeras. Tácticas que los jugadores de Pizzi conocen. El fútbol ahora es más competitivo, y requiere de la suma de las partes para progresar. Pocos tienen la lámpara del genio. Y el genio no sale en cada frotada.

Con Cristiano como capitán, el liderazgo del vestuario fue más notorio en los gramados galos. Su Eurocopa no fue la mejor, pero se notó su sacrificio e influencia en momentos importantes. Los Renato Sanches, Nani, Andre Gomes y Pepe brillaron con la misma consonancia que Cristiano, más allá del abismo de talento que hay entre CR7 y sus compañeros. Hubo buena gestión del técnico balanceando los egos y primando sinergias positivas entre sus jugadores.

Entonces llega la lesión del tres veces Balón de Oro durante la final en Saint-Denis. En su lugar entra Quaresma, sin embargo el equipo no deja de serlo. No ocurre ese desequilibrio sistemático. Acá no se dependía de uno. Quizá esto explica la suerte de una selección y de la otra, aunque eso no lo hace una máxima para ganar. El fútbol no es lineal, pero hay equipos más proclives al éxito por su unión interna que por su calidad (Miren al Leicester City, Islandia, Plaza Colonia e Independiente del Valle).


Lo que sí es cierto es que lo que pueden Cristiano y Messi es abominable para sus rivales. Cuando no los tengamos, el fútbol nos parecerá terrenal y excesivamente colectivo. Pero es que este deporte es así; siempre lo ha sido. En este verano nos dieron a entender que son humanos. Que fallan, que sus cuerpos flaquean y que solo de su voluntad no pueden tirar diez más.

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