Por Juan Pablo Gatti (@GattiJuan)
Quiero comenzar esta nota, señor lector (o señora,
para que nadie se ofenda), diciendo que si bien en La Pizarra del DT lo que
intentamos es transmitirle a usted aspectos relacionados al juego (tácticas,
miradas sobre jugadores, pensamientos de los entrenadores), también es cierto
que nosotros, los redactores, somos humanos y tenemos sentimientos. Y hoy, a
solo unos días de finalizado el Mundial
de Futsal Colombia 2016, sigo sin poder creer que la Argentina haya pateado
el tablero del statu quo para coronarse por primera vez.
La FIFA organiza los campeonatos mundiales cada cuatro
años desde 1989 y solo dos países habían sido capaces de levantar el trofeo:
Brasil (5 títulos) y España (2). La escuadra albiceleste, mientras tanto, solo
había sido cuarta en una sola oportunidad; y es más que entendible que se diera
esta situación si pensamos que aquí el deporte es prácticamente amateur, el
federalismo no es completo buscando y los clubes prácticamente son de
"barrio".
Pero quien vino para cambiar esto fue Diego Giustozzi, ex jugador del
seleccionado, poniendo la piedra fundacional de un nuevo fútbol de salón en el
país. Con él no solo se organizaron más partidos ante rivales de distinto
calibre, se consiguieron títulos (el más importante fue la Copa América del
2015), se pudo ver en acción a más jugadores y se formó una selección local.
Giustozzi le otorgó su seña distintiva al seleccionado celeste y blanco. Le
ofreció un alma y una identidad con la cuál sus jugadores -muchos ex
compañeros- se sintieron identificados.
"El estilo es agresivo,
buscando la perfección, recuperando la pelota rápido. Además, el equipo tiene
que ser protagonista siempre con la pelota y sin la pelota. Me gustan los equipos
verticales. De todos modos, uno deberá adaptarse a las circunstancias. Habrá
partidos en los que uno tendrá que sufrir más y otros en los que tendremos más
la pelota. La semana de trabajo es fundamental para estar capacitado en todas
las posibilidades que da el juego" manifestó en su momento el entrenador,
y vaya que fue así.
La Argentina fue un equipo que mostró una presión casi
constante en todo el terreno, pero sobre todo de mitad de cancha hacia
adelante, haciéndole muy difícil al rival el poder controlar mucho tiempo el
balón. Al recuperar la pelota los cuatro jugadores de campo buscaron tener
mucha movilidad, no solo para desconcertar al contrario al no tener posiciones
fijas sino también para hacer circular más rápido el esférico y atacando asi los
espacios cuando fueran encontrados. Es por ello que el quinteto de Giustozzi
fue el que tuvo el mejor ataque del certamen con 362 intentos (el promedio
general fue de 186). Esto se tradujo en 132 remates al arco, 93 atajados, 111
que no fueron bajo palos, cinco que pegaron justamente allí y, sobre todo, 26
goles (21 de jugada, 3 de balón parado y 2 de penales largos). Tuvo mayor
posesión que Kazajistán (1-0), Islas Salomón (7-3), Costa Rica (2-2), Ucrania
(1-0 en tiempo suplementario) y Egipto (5-0).
Solo Portugal en semifinales y Rusia en la final
pudieron robarle el balón a la Argentina, pero aquí se observó justamente lo
que el ex jugador de River había expresado: que este tenía que ser un equipo
que se adaptara al rival para saber como lastimarlo. Si bien lo atacaron mucho
más en estos duelos finales, la defensa se mostró impermeable y Sarmiento -73
paradas, apenas 11 goles en contra- terminó por demostrar porque fue el mejor
portero de Colombia 2016. Aquí el equipo mostró que también era un equipo sumamente
contragolpeador y que tenía mucha sangre fría para que no lo lastimaran
psicológicamente los goles rivales. Los portugueses de Ricardinho y los rusos
de Eder Lima no le encontraron la vuelta al juego de los sudamericanos y ambos
se llevaron cinco goles en contra.
El equipo, entonces, no tuvo una manera "reconocible" de jugar, en el
sentido acotado de la palabra. Giustozzi no es de los entrenadores que expresan
que "mueren con la suya",
ya que sabe que si un rival puede ser superior al suyo, deberá encontrar otra
manera para poder equiparar las acciones. De hecho este fue un equipo que jugó
muy bien ante los rivales fuertes: la Kazajstán formada por jugadores del
Kairat Almaty, ganador de la última Champions; la Ucrania que le había hecho
partido a Brasil, el Egipto que había dado el golpe ante Italia y a los ya
mencionados lusos y ex-soviéticos. Paradójicamente le costaron más los duelos
ante los rivales a priori más sencillos, Islas Salomón y, sobre todo, Costa
Rica. Pero fue allí donde la Argentina pudo sacar una mentalidad ganadora que
le permitiría cerrar el duelo ante los oceánicos e igualar sobre la hora el
encuentro clave ante los ticos, ya que la derrota era sinónimo de jugar ante
España en octavos de final.
El equipo tuvo una base muy reconocible: el arquero Sarmiento (Palma de España), el capitán
Wilhelm y Brandi (ambos del Benfica
de Portugal), Borruto (Montesilvano
de Italia) y Taborda (Luparense de
Italia), aunque la rotación demostró que la Argentina era un equipo de nivel: Cuzzolino (Pescara de Italia) fue el
máximo goleador (7) y asistente (5) del equipo, y además brillaron Rescia (Catgas Energía de España), los
hermanos Alamiro y Constantino Vaporaki (Boca),
Basile (Kimberley), Stazzone (San Lorenzo) y Battistoni (Latina de Italia). Los otros
dos del plantel fueron los arqueros, Mosenson
(Hebraica, jugó los último minutos ante Egipto para cuidar a Sarmiento) y Quevedo (Barracas Central). En un
deporte donde el tiempo de juego (20 minutos dividido en dos períodos) es neto
-se para el reloj cuando el esférico no está en juego-, tener un buen banco es
clave para descansar a los jugadores. Giustozzi contó con uno de lujo.
La Argentina
fue a Colombia con ganas de llegar a la última semana. Muy pocos (me incluyo,
lo admito) creían firmemente en poder ver al equipo en la gran final y mucho
menos que viviríamos este momento. Un día, quizás, caeremos en la cuenta de que
fue nuestro país el que derribó el orden establecido en el fútsal y que ahora
nada será igual. ¡Salud, campeones!
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