Por: Luis Suárez (@Luije77)
Para quienes somos
nocturnos, la noche se convierte en un escenario corto, pero ideal para
realizar todas las actividades que en las horas de luz quedaron pendiente. La
madrugada del martes 29 de noviembre movió las cabezas de todos los que de
alguna manera viven y sobreviven con el más puro fútbol colindante. Chapecoense
se convirtió en el club con la mayor hinchada del mundo.
Confieso que no fui de esos
que pudo mantenerse en vilo toda la madrugada. El cansancio me venció. En esta
civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, donde alejarse de la
tecnología es aislarse del timeline, cayó como un yunque la noticia del
accidente en la mañana. Son tantas cosas que no sabes cómo reaccionar. Nadie te
entiende, ni si quiera tu propia familia, porque cada quien asume el fútbol en
un nivel de amor variante. Perplejo, sin aliento y con ganas de llorar; así
estoy.
Haciendo caso a la labor periodística,
el dolor tiene que solaparse bajo la necesidad de informar. Son tiempos
complicados en los que la distancia geográfica es condimento primordial a tener
en cuenta. Van y vienen avances; por la mente te siguen pasando las imágenes de
los resultados finales de los sueños de unos chicos que solo querían ser
campeones de Sudamérica por primera, y tal vez única, ocasión en su vida. Con
sueños rotos y el corazón perdido; sigo marchando como un zombie.
A pesar del progreso del
día, el dolor no cesa. Toca trabajar o estudiar, sin prestar atención a las
voces y las almas que pululan alrededor. Legan fotos, videos, audios, notas
oficiales y decisiones de ayuda humanitaria. Salen los nombres de Alan Rushel,
Hélio Neto, Jakson Follman, Ximena Suárez, Edwin Tumiri y Rafael Henzel. No hay
hambre, no hay sueño, no hay fuerzas, pero la esperanza de encontrar héroes
vivos sigue viva. Expectante, sin un ápice de alegría; no es fácil.
Para cumplir con las
obligaciones, toca salir. Se delega el trabajo, pero nunca se apaga el
teléfono. Dolió, sigue doliendo y no dejará de doler. Veo rostros en la calle
que no saben qué pasa. No puedo leerles la mente a cada uno, pero por las
condiciones de desconocimiento general del fútbol en mi entorno, asumo que nos
los afecta porque no conocen Chapeco. Te sientes solo, tanto que ni la música en
el transporte público para aliviar. Levito entre la gente, camino sin sentido;
no sé dónde estoy.
Entiendo más a fondo que
esto me importa mucho. No hay fronteras. Mientras camino entre millones de
ciudadanos, me doy cuenta de que perdí la nacionalidad. Me siento brasileño,
colombiano, boliviano y todo lo que podría haber sido. El sur me afecta, pero
me toca hacerle frente al día a día. Leo las casualidades o causalidades en
simultáneo, mientras mis compañeros de estudio y trabajo me hablan. Me doy
cuenta de que en la crisis, me conozco más.
Comienzo a pensar que nadie
merece pasar por algo así. Me cuestiono, no entiendo y me frustro. Me preguntan
que por qué me aflige esto, respondo que cuando te tocan tu zona de confort, te
das cuenta de que hiere el doble. ¿La Línea Aérea de Mérida Internacional de
Aviación (LAMIA) tuvo la culpa? Poco importa. Hubo momentos o decisiones que
pudieron haber cambiado la historia. El futuro es improbable. En estos momentos
hubiese querido que Marcos Angelleri batiera a Danilo en ese minuto agregado.
Orden y Progreso. Sí, tal
como asume esta premisa del pentacampeón del mundo, los clubes reaccionan. Me
va regresando el alma al cuerpo gracias a Palmeiras, Santos, Atlético Mineiro y
compañía. Las víctimas no vuelven, pero el apoyo llueve. Les pudo haber pasado
a la Selección Argentina, Venezuela, Oriente Petrolero, Blooming y a todo el
que confió en esta compañía. Reflexiono, saco conclusiones de vida, pero mi
capacidad de resiliencia sigue inerte.
En el regreso a casa, noto
que la globalización transformó a Chapecoense en una marea verde mundial. Hay
donaciones de grandes clubes, apoyo logístico y mensajes de aliento de todos
los cracks del deporte mundial. La tragedia los ha hecho más visibles, incluso
más que cuando alcanzaron la Final de Copa Sudamericana. Sigo pensando en la
familia, lo corta que es la vida y todo lo que me queda por hacer. De manera
inmediata, recordé que en 2014 escribí sobre este equipo, debido a una guía de
la misma Copa que hoy ganan sin chistar.
Nadie puede negar que otros
casos vienen a la mente. Gracias a la “aldea global” que Mcluhan predijo, esto se
extiende de extremo a extremo del globo. Torino, Manchester United, The
Strongest, Alianza Lima, Zambia… Nadie creyó que jugar una final continental
resultaría el fin de sus vidas. ¿Estaban predestinados? No lo sé., pero me sigo
cuestionando por qué no pudo aterrizar de emergencia ese avión.
Sabiendo que los equipos
chicos tienen un condimento adicional de éxito por llevar el agrado del
público, gracias a sobre ponerse como David a Goliat, Chapecó pasó de tener
millones de habitantes. Los 200.000 y algo más del 28 de noviembre mutaron, se
dividieron. Soy de Santa Caterina, de un momento a otro, formo parte de la masa
rebelde.
En el ocaso del día, sigo
lamentando lo sucedido, Sin embargo, le doy las gracias a una plantilla que me
hizo entender en profundidad de qué voy. Tengo un más claro concepto de mí. Sé
que me afecta, qué me motiva, qué me enardece y qué quiero resaltar.
Sorprendido, les digo que desde el cielo hicieron mejores a muchas personas y
de eso se tratar este trayecto, a mi modo de ver. Gracias por todo,
Chapecoense.
Fin.
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