Roy
Galdos Sánchez (@chinodelarisa)
En el pasado, recurrir al rompimiento
individual de un futbolista era parte de lo común. Cuando un equipo tenía el
privilegio de contar con la inspiración genuina de un crack, eso, muchas veces, alcanzaba para lograr objetivos y romper
con la barrera del no se puede.
Argentina puede dar crédito de ello. En algún
tiempo tuvieron a un ‘D10S’ que los
llevó a la gloria en tierras mexicanas. Tuvieron a un crack de esos que potencia a los demás con su presencia, y que así,
con la camiseta albiceleste y la cinta de capitán puesta, era capaz de comerse
al mundo con su zurda mágica. El recuerdo queda y hasta ahora perdura como un
fantasma.
Y ese fantasma del pasado nos lleva a Messi.
El rosarino es parte de una época donde el fútbol deja de depender totalmente
de la inspiración individual. Hoy, para que aquel individuo diferente, aquel crack, sea aprovechado, debe existir un
ecosistema colectivo que potencie tanto a él como a los que lo rodean.
No necesariamente buscando acompañantes igual
de buenos que él – sobre todo hablando de Messi, que es único –, sino
encontrando a aquellos que interpreten el libreto de papel secundario sin
sentirse menos, que comprendan que el crack
que tienen por delante no es el fin, sino el medio para conseguir una armonía
colectiva que funcione en favor del resultado. En favor de todos.
Que la Selección Argentina haya padecido
hasta la última fecha de las Eliminatorias para conseguir su boleto a Rusia, no
es una casualidad castigadora del destino. Tres técnicos en todo el proceso
eliminatorio, una identidad de juego perdida en el deseo inconsciente de
conseguir el triunfo cómo sea, el pecado de tener al mejor del mundo y no saber
aprovecharlo, y la contaminación externa que viene del periodismo exigente pero
carente de un análisis sensato de la situación.
Messi, el héroe de la noche en Quito, ha
tenido que lidiar año tras año con todo eso. Ha tenido que aguantar ser el
costal de arena de un colectivo enfurecido por tres finales perdidas y una
comparación absurda con aquel ‘D10S’
del pasado. Pero aun así sigue ahí, vivo, con su zurda atenta para apagar, esta
vez, el incendio que empezaba a prender los deseos de clasificación.
¿Gracias a Messi, Argentina está en el Mundial?
Esa debería ser una afirmación, no una pregunta. Lionel se sentía en Quito como
si estuviese en Grandoli, jugando con libertad, sin tensión, sin reglas, sin
escuchar lo que venía de afuera, siendo el eje de un equipo que colectivamente
en partidos anteriores había mostrado casi nada.
Todo es mérito de Messi porque el contexto y
la realidad podía superar a cualquiera: cerrar en Quito, con la altura en
contra, empezando abajo a los cuarenta segundos y con la presión de dejar a
todo un país sin Mundial. A él no le importó.
Alguna vez Alejandro Sabella dijo que “Messi era un mensaje de esperanza”. Con
mucha razón. ‘Lio’ ha sido, para la
Selección Argentina, la única esperanza en estas Eliminatorias. Hace casi un
año que otro jugador, aparte de Messi, no marca un gol por Argentina en
partidos oficiales. Mejor ejemplo, imposible.
Argentina parece no haber aprendido, por
ahora, la lección de no depender solo del #10 del Barcelona. No solo en Quito
quedó demostrado, también ante Perú en la fecha pasada.
Olvidarse del pasado, dejar el fantasma del ‘D10S’, puede ser el primer gran paso
para comprender que en el fútbol de hoy se necesita más que un crack para alzar una copa. Cuando eso
quede claro, Messi va a dejar de ser solo una esperanza individual, para ser
ese ser genuino dentro de un colectivo definido. Argentina necesita que Messi sea el camino,
no el punto de llegada. Sampaoli tiene tiempo de aquí hasta el Mundial.
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