Juan Manuel Navarrete (@JM_navarrete)
El 29
de junio del 2014. México tenía ante Holanda la sexta ocasión consecutiva -en
los mundiales- la oportunidad de avanzar a cuartos de final, al famoso quinto partido. Después de una
eliminatoria mundialista desastrosa que derivó en la destitución de José Manuel
de la Torre, en la contratación de Miguel Herrera -en ese entonces entrenador
del América- y a jugarse el pase a Brasil 2014 mediante la vía del repechaje
contra Nueva Zelanda; el combinado mexicano logró dejar buenas sensaciones
durante la etapa de grupos ante Camerún, Brasil y Croacia con un juego muy
vertical tanto en ataque posicional como en transición ofensiva. Y eso lo
tendría que poner una vez más a prueba ante el equipo de Van Gaal, Robben y
compañía.
El
partido entre Holanda y México por los octavos de final del 2014 podríamos
decir que se dividió en dos capítulos. Vamos con el primero…
Van
Gaal le cedió la iniciativa al equipo de Miguel Herrera con una presión pasiva
y media o en tres cuartos en cuanto altura. Es decir, los tres centrales
mexicanos: Francisco Rodríguez, Rafael Márquez y Héctor Moreno tenían espacio y
tiempo para conducir e iniciar el juego fuera de su propia área.
Ante
este contexto la figura de Márquez como líbero en esa línea de tres cobró una
relevancia enorme para calidad y fluidez de los ataques mexicanos. Y es que
gracias a la cultura táctica que absorbió como esponja con Ricardo La Volpe y
el FC Barcelona, así como por su propia inteligencia, Rafa interpretó cómo iba
el partido, así que su pausa y conducciones para atraer y fijar rivales para a
su vez liberar compañeros le otorgaron la posibilidad a México de ir generando
superioridades numéricas y posicionales para ingresar a campo contrario.
Tras
esto, el equipo de Miguel Herrera buscó combinar por dentro para desorganizar a
Holanda. Mientras Paul Aguilar y Miguel Layún estiraban el campo a lo largo y a
lo ancho; Gio dos Santos, Héctor Herrera, Andrés Guardado y Oribe Peralta
buscaban activar el carril interior con desmarques de apoyo y ruptura para
posicionarse en diferentes alturas y ejes para ir progresando, pero siempre con
la idea de habilitar a compañeros de cara a portería. Es decir, en ventaja
posicional. Dando pie a la aparición del famoso tercer hombre.
Otro
de los comportamientos que México mostró en la primera parte del partido fue la
activación de Miguel Layún de cara a portería. Y es que el entonces carrilero
izquierdo del América tenía un déficit: jugaba a perfil cambiado. Esto suponía
un gesto, un tiempo y un mecanismo más para poder quedar cómodo frente al arco.
Para ello, Herrera le pedía a Andrés Guardado, interior de ese sector, que le
arrastrara rivales hacia la banda para dejar al ahora jugador del Porto con la
diagonal interior libre y así poder activar el potente golpeo que tiene con el
pie diestro.
Ahora,
el segundo capítulo de es cotejo no llegó con el arranque de los últimos 45
minutos, sino tras el gol de Dos Santos a favor de México, así como por las
modificaciones de Van Gaal, donde dio ingreso a Memphis Depay como extremo
zurdo y al cambio de posición de Robben, quien pasó del carril interior como
segundo delantero acompañando a Robin Van Persie al extremo diestro.
Esta
modificación aunque parece mínima no lo es en cuanto a las interacciones y
comportamientos que emergieron. Y es que Holanda pasó a dominar a México en
campo contrario con Depay y Robben fijando en amplitud a los carrileros aztecas
y con ello situando a Holanda en zonas más altas del campo.
El
juego se orientó hacia las bandas con los extremos ya mencionados, quienes
además con sus conducciones alargaron las posesiones de su equipo y las dotaron
de desequilibrio y creatividad. Inclusive generando ventajas para otros
compañeros, ya que con las conducciones más el regate propio de ambos lograba
atraer y juntar a varios jugadores mexicanos, por lo que compañeros holandeses
aparecían libres.
Con
el paso de los minutos, México fue perdiendo confianza y cada vez más le
costaba tener el balón y salir de propio campo. Esto significaba que Holanda
recuperaba el balón muy rápido y muy cerca de portería contraria. Todo un reto
emocional para los jugadores aztecas, quienes veían como la ventaja que tenían
se diluía en sus manos.
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