Por: Luis Suárez (@Luije77) y Víctor Grao (@Víctor Grao)
Estaba
sentado, recostado de una reja y hablando. Sus compañeros, al dar referencia de
él, le dicen Floyd Mayweather Junior, por su parecido físico con el excéntrico
boxeador estadounidense. Parecía que no recordaba lo que hace tan solo meses lo
atosigaba. Eso mismo que al padre le afectaba tanto. Los interminables viajes,
aquellos en los que no se detenían siquiera para comer, pero todo eso había
culminado, por lo menos en primera instancia.
Daba la
impresión de que a Yeangel -el nombre del chico- lo único que lo sacaba de ese
estado de constante agitación era un balón de fútbol. Al que trataba y conocía
tan bien, casi tan bien como la autopista Gran Mariscal de Ayacucho. Cada
línea, cada casa que la bordeaba, cada hueco, cada defensa era recordada a la
perfección en esa larga vía que la recorría a diario. Más de 250 kilómetros y
más de 3 horas pasaban cada día en el carro padre e hijo para poder entrenar
con Atlético Venezuela: “Mi papá me traía todos los días, salía a las 2:00 de la
tarde de Higuerote, entrenábamos en Fuerte Tiuna de 4:00 PM a 6:00 PM y llegaba
a las 8-9 de la noche (de vuelta)”.
Las horas
le pasaban mucho más lentas al potente delantero cuando le tocaba venirse solo
a la capital del país. Los autobuses no son de lo más cómodo a la hora de hacer
turismo o traslados comunes. “Llegaba al terminal de Higuerote a las 12 PM; me
montaba. Luego de un buen rato, me bajaba en Petare a las 2, para después
agarrar metro hasta Coche y entrar a Fuerte Tiuna a las 3”, dijo con un tono
que emanaba esfuerzo. No era cualquier cosa lo que contaba.
La rutina
era casi fija, pero sufría modificaciones según su itinerario. Eso se debía a
que el joven delantero tenía clases en Higuerote a la misma hora que entrenaba.
Era una carrera contra el tiempo, pero sus profesores lo comprendían la mayoría
de las veces. “Lo esperaba a las 2 afuera del liceo, con la perolita de comida
en el carro y dale pa’ Caracas de una vez. Venía comiendo en el carro”, cuenta
Emilio Montero, padre de Yeangel.
Y el “Dale
pa’ Caracas de una vez” tenía que ser acatado a la perfección, si no, no
llegaba a entrenar. Pero cuando salía del engramado de las canchas de Fuerte
Tiuna, cambiaba, ahora era un “Dale pa’ Higuerote de una vez”, también sin
pensarlo dos veces: “Cuando iba bajando, chateaba a ver que dieron. A veces
llegaba a las 9 a casa de un compañero porque tocaba estudiar”. El proceso de
adaptación no fue sencillo. Las notas bajaron directamente proporcional a su
ascenso dentro del club. Era un chico de 18 puntos de promedio antes de pisar
su último año del liceo. Las llamadas de atención eran constantes porque luego
de su debut con el equipo, le quedó una materia: “Mis padres me apretaron las
tuercas. Fue difícil, a veces iba a clases solo 2 días a la semana. Vine a
entrenar unos días en la mañana para recuperar la materia que había perdido”.
El viernes
es el día que la mayoría espera con curiosa gracia. Quizás porque es el último
día laboral de la semana; tal vez por ser la ocasión perfecta para reunirse con
los amigos. Pero para el delantero de Atlético Venezuela, la situación
cambiaba: “Chamo, los viernes eran los peores días”, afirma, luego de mencionar
que ese día veía Física, Matemática y Química para luego venir a Caracas a
entrenar en la tarde. La madurez le ha tocado un poco temprano al chico
de 17 años y 1.78 metros.
En cuanto
al fútbol, día a día al muchachito que venía de muy lejos se le valoraba más. 8
balones enviados a la red en un campeonato que nunca había jugado -liga
Nacional- así lo confirmaba y más aún por representar un récord en su
categoría. El paso había sido grande; canjeó el calor de la costa por los goles
con la camiseta del equipo nacional. No había fiestas, no había mucho espacio
para las novias y con menos frecuencia se escuchaba el “chamo, vamos a salir”.
¿Lo importante?, logró graduarse del liceo y aspira a continuar sus estudios.
Encontrar
futbolistas con objetivos que combinen el ambiente universitario con el
engramado de una cancha de fútbol no es algo de todos los días, pero encontrar
chicos estudiosos que recorran los 230 km diarios que implican viajar de
Higuerote a Caracas y viceversa para jugar al fútbol, es mucho más extraño.
Yeangel obtuvo un puesto vía OPSU para estudiar Administración de Aduanas. Los
trayectos por Caracas y el cansancio que ello conlleva no mermaron su
rendimiento general. “Él es dedicado. Siempre le gusta ser el número uno: En
las clases, en el fútbol... hasta cuando nos bajamos del carro, quiere ser el
primero”, dice un padre orgulloso con 2 jugadores en las filas del Atlético
Venezuela -tiene otro chico jugando en la Sub 16.
La
formación del hogar siempre determinará parte de la vida de un individuo en
cuanto a su comportamiento. Yeangel tiene cosas de su madre y de su padre. “Su
madre trabaja en el Colegio Universitario José Lorenzo Pérez Rodríguez; ella
quiere un título universitario para nuestro hijo. Yo soy TSU lo saqué en
Caracas, egresado del ISUM. Trabajé en un banco, luego estuve en la guardia.
Actualmente tengo una empresa de seguridad en nuestro pueblo”. Los Montero
siempre han estado ligados a la capital. Su padre nació en Caracas; su madre
siempre ha insistido en mudarse a una zona que favorezca la comodidad de
todos. Sin embargo, la seguridad y el tráfico son elementos que el Sr.
Montero tiene presente, por eso dice que no le gusta Caracas y prefiere
regresarse todos los días de noche luego de que sus hijos terminan de entrenar
y su esposa de trabajar.
En el
campo, la vida se le transforma tal como Kafka narra su Metamorphosis. La
bestia sale a la luz para dejar atrás al muchacho tranquilo e inofensivo.
“Dale, dale, Montero. Ponle huevos”, se escucha cuando suena el pitazo inicial
y el moreno sale en punta de la Sub-18 del Atlético Venezuela. Es fácil
identificarlo porque está un paso por encima, físicamente, de sus compañeros.
Aparenta más edad, y eso sin contar que le queda tiempo para seguir creciendo.
El árbitro pita: acaban de tumbar a Yeangel. Es la única manera de detenerlo.
“Amarilla, profe… ya van varias”, exclaman sus compañeros porque ya excede lo
normal la brusquedad de sus rivales. Su papá hace una analogía entre el juego
de su hijo y las maneras de Salomón Rondón y Luis Suárez: “Del venezolano tiene
el salto y la conexión de cabeza; del uruguayo, su incansable lucha en el
terreno. Siempre busca el gol y es muy efectivo de cara al arco”.
La vida de
un delantero es el gol. A los atacantes se les paga por lograr enviar el balón
a la red con la mayor frecuencia posible. En la mayoría de los casos, no tienen
otra obligación. Yeangel encantó a los dirigentes del Atlético Venezuela desde
el primer momento, por ello le otorgaron una remuneración cercana a los 2.000
bolívares. Y la cifra va en aumento: “Le ofrecieron unos 8000 mensuales esta
temporada, aún no se ha materializado, pero ya fue ofrecido”, manifestó su
padre.
El
esfuerzo, generalmente, da frutos, y más si esto consiste en viajar de
distancias tan largas por un sueño. Al señor Montero, cuando habla de su
familia, el rostro le resplandece. Se nota que es su prioridad: “Quizás mis
hijos no lleguen a la vinotinto ni a Europa, pero uno, por lo menos, está
construyendo a ciudadanos de calidad. Mi sueño inmediato es ver a mis dos
chamos jugando juntos”.
La tarea
de Yeangel no es sencilla. Crecer en un país con un fútbol no consolidado y con
estructuras frágiles no es sencillo. Sin embargo, el talento puede llevarlo
lejos, tan lejos como cruzar el Atlántico con destino a una gran liga de
Europa, tal como sueña su padre cada vez que ve lo dando zancadas en Fuerte
Tiuna, donde juega de local el Atlético Venezuela.
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