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Hace 40 años una fortuita jugada dejó afuera de las canchas a un joven venezolano que fue capitán en todas las categorías inferiores de Independiente Avellaneda. Dos años completos entre operaciones y rehabilitaciones mermaron la carrera del “tipo del brazo”, como le conocen en Avellaneda por lo controversial de su caso



Víctor Grao (@VictorGrao)

Una camiseta de Lanús, un partido de hemeroteca en una televisión de 42 pulgadas y un cigarro en la mano derecha hacía parecer un domingo cualquiera en Buenos Aires. La temperatura ambiente era ideal gracias a un gran ventilador que se disponía sobre una mesa. Se sentía un leve olor a cigarrillo. Un señor de pocos cabellos, lentes y un rosario en el pecho se había parado de la mesa para saludar.

Su nombre es Pascualino Drappa. Venezolano de nacimiento, pero argentino de cuna. Este último se le sentía en el acento. Siempre está erguido y le agradece a Dios su presente, pero no olvida su pasado en los campos de entrenamiento de Independiente de Avellaneda, club que lo crío desde muy joven y que lo acobijó como capitán en todas sus categorías inferiores, hasta que una lesión mal tratada le dejó fuera de los terrenos de por vida.

—Leandro (su hijo), me contó que debutó con Independiente de Avellaneda
—(Interrumpe) No debuté en primera, jugué en las inferiores.

—En ese momento Independiente era el mejor equipo de Sudamérica, ¿no?
—Sí. Había ganado la Copa Libertadores varios años seguidos. De cualquier forma yo nunca estuve en esas. Yo estaba en cuarta división. Pero igual Independiente estaba en sus mejores años, peleaba con Peñarol, Nacional, Santos, Botafogo…

EXPLICACIÓN

El fútbol argentino para 1965 se estructuraba por divisiones. Según la edad los futbolistas jugaban una determinada. Comenzando desde los once años en décima, doce años en novena, trece en octava… Hasta llegar a reservas, que venía siendo segunda, y primera que era el tope y se jugaba sin límite de edad.

—¿Con quién jugaba usted?
—(Saca unas fotos) Con este equipo que veníamos jugando juntos desde décima. De acá llegó Domínguez a primera, Peiró, Cabezal… En ese momento (señalando la foto), de los once titulares, nueve llegaron a profesional. Uno de los que no llegó fui yo. De hecho, Cabezal era suplente mío en tercera división. Él llegó a primera. Yo debuté en reserva y antes de llegar a primera, que supuestamente yo veía que podía llegar… Me lastimé. Estuve dos años parado.

—¿Qué le sucedió?
—Fue un partido de cuarta que me habían dicho que no jugara porque me tocaba hacerlo en reserva después y yo les dije que no, porque tenía un estado atlético espectacular. Fue una jugada de partido, me trabaron –ninguna mala intención– caí mal.

—¿Y la jugada?
—La jugada fue sencilla. Me fui por la derecha, salió el portero, el defensa me enganchó, el arquero me chocó y yo quedé abajo. Todos cayeron sobre mí. Me saqué el cúbito. Cuando llegué a la clínica me dijeron que no me preocupara, que tenía una luxación de codo, que es un hueso fuera de lugar. Cuando intentaron ponerlo se ve que cometieron algún error. Sobre eso no se coloca yeso, sino una férula. Cuando llegué a mi casa a las 9 de la noche los dedos me dolían. Al otro día tenía los dedos negros como una morcilla. Cuando abrieron el yeso tenía todo inflamado. Tuvieron que esperar 15 días para limpiarme porque ya tenía todo casi engangrenado. Luego me hicieron tres operaciones.

—¿Después de eso qué pasó?
—Independiente me pagó la incapacidad. Con ese dinero compré unas máquinas y comencé una carpintería. Y luego de eso no volví a jugar. El miedo es grande. El miedo de caer… Luego de dos años comiendo con una sola mano, vistiéndote… Y eso que a mi Independiente me pagó normal, como mis compañeros.

—¿No jugó más?
—Bueno volví a jugar, pero en Los Andes, un equipo que en ese momento estaba en primera. Jugué tres partidos en reserva, pero luego no volví. Tenía miedo de jugar. Lo que pasó es que cuando iba a debutar en primera en Los Andes, había un compañero que se lastimó. Me iba a tocar jugar, pero lo infiltraron y jugó. Ese día me retiré del fútbol. Le tiré la camiseta al técnico. Era la segunda oportunidad que tenía para debutar. Pero no se dio. Yo sabía que tenía que trabajar, era una necesidad.

LA MALDICIÓN DEL FUTBOLISTA

Pascualino nunca se graduó de bachiller. El fútbol y el trabajo le consumían. Desde los 8 años hizo ambas en conjunto. La necesidad de ayudar a su familia por el mal estado de salud de su padre le llevó a tener una noción diferente de la vida.

—¿Cómo llevaba el fútbol y el trabajo?
—La rutina mía era levantarme a las 5 de la mañana y entrar a las 6 al trabajo. De ahí salía a las 2 de tarde al entrenamiento, y luego salía a las 5. No me quedaba tiempo para estudiar ni nada. Yo no hice ni bachillerato. Tenía que llevar dinero a mi casa. Habían dos maneras: Robar o trabajar.

—¿Y se arrepiente de algo?
—Mira, no. El tiempo de Dios es perfecto. El único error que yo cometí fue no estudiar el curso de entrenador, porque el que ellos dictan era de seis meses para la dirección técnica o preparación física. Pero no tenía tiempo.

—¿Y por qué no insistir con el fútbol?
—Los entrenamientos eran de martes a viernes, más el partido del domingo. Yo necesitaba el dinero y tuve que trabajar, aunque en tercera división me pagaban más de lo que ganaba en la fábrica.

—¿En tercera contra quién jugaban?
—A nosotros nos gustaba jugar con tercera, porque viajábamos con la primera, con todas las estrellas. Antes que jugara Independiente contra Santos por la final de la Copa Libertadores por 1965, nosotros jugamos los 15 minutos antes del primer partido. Se hacía mucho para que el público no se aburriera.  Saliendo para que jugaran la final me tocó ver a Pelé, ¡No joda! Era la primera vez que a mí me tocaba ver a un negro negro negro tinta. Le pasé por al lado y el tipo me tocó la cabeza porque ellos estaban ahí para entrar a la cancha. Nosotros estábamos saliendo.

—Qué emoción. ¿Usted qué posición jugaba?
—Yo jugué en toda la defensa. Jugaba de lateral izquierdo o derecho, por los dos lados. Pero también me tocó hacerlo de zaguero central. Yo no fui un jugador habilidoso. Fui un jugador que hacía el juego fácil, si la tenía que botar la botaba.

LLEGADA A VENEZUELA

—¿Y así de fácil le fue venir a Venezuela? ¿Cómo llegó acá?
—Yo soy venezolano de nacimiento. La situación económica de Argentina en esos años era un desastre. Mi papá me empujó a venir para que aprovechara mi nacionalidad. Mi papá llegó a Venezuela por la Segunda Guerra Mundial y mis abuelos habían ido para Argentina y por eso llegamos para allá.

—¿Cuándo llegó a Venezuela qué hizo?
—Yo trabajaba en General Electric y al mismo tiempo era conserje en Caurimare en un edificio. Emigrar no es fácil. Me tocó divorciarme porque mi mujer no estaba de acuerdo en hacer otro sacrificio, allá en Argentina tengo dos hijas. Luego conocí a una preciosura de mujer con la que tuve a Leandro.

—¿Qué le depara para el futuro?
—Ahora tengo mi empresa. Y en el fútbol yo ya llegué a mi tope. Dirijo a los chamos de la Vargas donde juega Leo (su hijo). Intenté hacer varios proyectos, pero no se pudieron: Llevar a chamos a Lanús, hacer una escuela en Santa Paula, hasta Ávila Gol (canchas de fútbol en la Urbanización Montecristo) lo hice yo. Eso es un proyecto mío. Pero ahora tengo 65 años y estoy feliz.



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