Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
Este deporte tiene dos corrientes
básicas que definen los lineamientos de los equipos de fútbol. Hay
instituciones que trazan un plan estratégico en el cual el primer
equipo es solo la punta de la pirámide; construyendo un proyecto sólido a
futuro cimentado con jugadores jóvenes con un margen de evolución importante.
Se busca un sistema en el que exploten sus mejores cualidades y le llene los
ojos al espectador. Para ello hacen un despliegue de reclutadores en búsqueda
de la materia prima para el éxito: talento en dos piernas.
Está el otro polo que es
cortoplacista: los que se apegan a los resultados en orden de cumplir plazos
contractuales para la subsistencia económica, bien sea para conseguir títulos o
para permanecer ante las pupilas de cada domingo. Compran y venden talento
sin importar edad, nacionalidad o pasado para intentar ganar como sea. La clave
está en hacer un sano equilibrio acorde a lo que se considere primordial.
Desde que Arsene Wenger demostró ser un ejemplo eficaz de la primera corriente señalada, el fútbol inglés
empezó una metamorfosis que hoy le ha convertido en el coloso más variopinto de
Europa. El manager galo adoptó conceptos lúdicos más continentales, además de
traer al Arsenal jugadores extranjeros –algo atípico en el Reino Unido hasta
entonces-. Cuando consiguió liga y Copa doméstica en su segunda temporada, sus
competidores de la Premier League empezaron a ver el talento más allá de su
insularidad.
Dos décadas más tarde, la liga inglesa
es cada vez menos inglesa. En las alineaciones y banquillos escasean los
anglosajones que en el siglo pasado dominaban su propio feudo. Van Gaal, Wenger,
Pochettino, Pellegrini, Mourinho, Klopp… entrenadores que juntos
aportan un crisol de conocimientos que hasta hace poco se desconocían, hoy han
formado una competición en donde cada institución habla un idioma distinto. Y en
su selección nacional se nota cómo no funcionan los dialectos.
La mayoría de técnicos británicos
dirigen franquicias de mitad de tabla para abajo. Clubes de poca tradición
internacional que buscan apoyarse en la sabiduría nacional no para batallar
contra los consolidados de arriba, sino para mantenerse en la élite al menos
una temporada más -nótese el cortoplacismo. El que más ha tenido éxito en el
tiempo reciente es Tony Pulis. El hoy técnico de Salomón Rondón solo ha
encabezado equipos con evidente peligro de descenso y los ha salvado a todos
con holgada diferencia. Entiende el folklore costumbrista de los
planteles que dirige y por eso crea un esquema para sacarlos del foso que sea
eficaz para cumplir la meta.
Los equipos del técnico galés se
han desenvuelto generalmente bajo la misma filosofía del juego: el long ball football (algo así como
fútbol de balones largos), típica de la región porque sus elementos no suelen ser
curtidos con el esférico en los pies. Esto engrana un estilo muy defensivo y de
pocos goles que no gana partidos sin tensar cada músculo hasta los tres pitazos
fúnebres. Entre sus principales procesos está el repliegue exhaustivo,
no sufrir cuando no se tiene posesión; importante producción goleadora mediante
la táctica fija, transiciones rápidas con pases largos, extremos con capacidad
de desequilibrio y suficiente actitud para seguir con el procedimiento cuando
llega un gol en contra.
Con carencia en los dos últimos ítems,
la vinotinto de César Farías se manejaba bajo los mismos términos. Su selección
fue eficiente porque ideó un plan para que no se noten las deficiencias básicas la hora de controlar la pelota. Una táctica del underdog que nunca compite ante equipos en buen momento y que no es
la expresión futbolística más bella. El protagonismo que pueda tener el ex
Málaga solo puede darse en las pocas llegadas que genera el cuadro de
Birmingham. Cierto es que es un "9" diseñado para este tipo de planteamientos, pero en Rusia tenía margen de maniobra superior y productividad goleadora de acorde a un juego muy vertical. Rondón en el período eliminatorio pasado hizo 5 goles en 14
partidos; por Premier League lleva 3 en 12. Con estos números, el público venezolano
se aburre frente a la televisión viendo como sus compañeros dan pelotazos hasta
anotar. Y cuando lo hacen, cierran líneas.
La diferencia entre Pulis y
Farías es la meta que trazan antes de iniciar sus períodos. Pulis prometió
permanencia y actualmente está 8 puntos por encima de la zona roja de la tabla.
Sus hinchas lo aman porque saben que sin él hubiesen sucumbido. Farías
pretendía clasificar al mundial, creando quiméricas expectativas que se diluían
cada vez que recibía una lección de fútbol de los grandes del continente. Se
disfrutaba del sabor de la victoria, pero nadie se preguntó si el planteamiento
era vistoso o si era suficiente para sumar ante los rivales que sí sabían qué
hacer con el balón. No lo era, como no lo es el West Brom.
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