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Pablo Cheb

“Que Cobresal sea campeón demuestra que los milagros existen”, arroja Franklin Lobos, ex futbolista de 57 años que supo brillar con la camiseta naranja y verde del reciente monarca de Chile durante los años ’80.

Es increíble que se haya convencido recién ahora, dado que él mismo pasó 69 días bajo tierra, unos 700 metros enterrado para ser preciso, confinado en una mina de cobre junto con otros 32 compañeros en un drama que tuvo pendiente a medio planeta y que contó con un final que difícilmente pueda definirse con otra palabra que no sea “milagroso”.

Lobos, que en otro tiempo ayudó a su seleccionado a ingresar en los Juegos Olímpicos de 1984, fue el hombre número 27 en salir por los ascensores que habían construido los rescatistas en los túneles de la mina San José de la empresa San Esteban, en la región de Atacama, a 80 kilómetros de Copiapó.

En sus tiempos de jugador le decían “El Mortero Mágico” y se destacó por su pegada. Incluso dejó en el banco a un joven Iván Zamorano cuando compartieron equipo, en los comienzos de Bam Bam, a fines de los años ’80.

“Él era la figura del equipo y yo apenas entraba algunas veces. Me acuerdo de que una característica que nunca volví a ver en otro jugador: en los tiros libres golpeaba la pelota con el tobillo dándole un efecto especial a la pelota. Ahora pido a Dios que puedan salir sanos y salvos”, declaró el propio Zamorano en medio de lo que parecía una tragedia sin salvación. No fue la única declaración de apoyo y afecto que tuvo con su ex compañero de Cobresal.


¿Qué hacía un ex futbolista profesional dentro de aquella mina? Lo movía la necesidad: buscaba dinero para enviar a sus hijas a la universidad. Como las minas son dueñas de los equipos, a veces ofrecen empleo a sus ex jugadores. Franklin trabajaba como chofer de la empresa, llevaba a los mineros hasta abajo, los sacaba para almorzar y los devolvía en sus tareas. Un derrumbe lo atrapó en esa rutina.

Lobos bajó nueve kilos durante su estadía en ese infierno particular. Comió lo que pudo racionar junto a sus compañeros y lo que le alcanzaron desde afuera una vez que pudieron comunicarse con la superficie. Trabajó, como todos los que estaban allí abajo, en turnos de ocho horas para remover piedras y escombros que caían por la excavación de los que buscaban salvarlos.

Franklin Lobos y esposa / AFP
Salió para ser felicitado por el entonces presidente Piñera y por su familia, que a esa altura sólo supo llorar al verlo vivo.

“Volver a vivir, escapar de las garras de la muerte, fue una locura. Una felicidad imposible de describir. Pero eso no nos puede hacer olvidar lo que vivimos producto de la codicia de gente que sólo quiere ganar dinero a costa de la salud e incluso de la vida de los mineros”, declaró al salir.

Fue apenas una de las muchas buenas frases que dejó en esta excelente entrevista con la Revista El Gráfico de su país.

Sin embargo, ni esa cuestión ni el hecho de que pudiera dedicarse a dar charlas motivacionales para la FIFA tras su salida de aquel pozo literal lo convencieron de la existencia de los milagros.

En cambio, un club de El Salvador, campeón contra todo pronóstico, lo obligó a reflexionar.

EXTRAÍDO DE LA REVISTA UN CAÑO

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