Por Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
“Si Dios hubiese querido que jugáramos fútbol en las nubes, habría puesto pasto ahí” Brian Clough, bicampeón de la Copa de Europa
Llegar al profesionalismo en un deporte es más fácil si alguien cerca de ti estuvo allí. Algunos arriban casi por tradición, como Javier “Chicharito” Hernández, quien representa la tercera generación de futbolistas en su familia. Hay muchos casos de cracks que fueron impulsados o guiados al estrellato por sus padres exfutbolistas: Radamel Falcao, Neymar Jr., Sergio Busquets, Frank Lampard y hasta Pelé.
En el caso de Venezuela no llegan precisamente a cracks, pero los padres de Ricardo David Páez, Daniel Febles y Giancarlo Maldonado llegaron a vestir la camiseta nacional. No existe un método para ser futbolista, pero con un padre de ejemplo parece que los caminos se acortan.
Este estímulo en el desarrollo no es casualidad. Cuando el futbolista llega a una edad avanzada entiende qué factores en cada etapa de su carrera justifican el nivel de jugador que es en la actualidad. Tanto para bien como para mal. Maradona llegó a decir que “hubiese sido mejor jugador sin drogas”.
En el caso de Bernardo Añor padre, otro ex vinotinto, no podemos asegurar que su vida en las canchas venezolanas de hace cuatro décadas fuese un matrimonio perfecto. Sus dos hijos, por su parte, crecieron futbolísticamente en el exterior. Bernardo hijo se fue a la MLS y Juan Pablo, el menor, a España.
Con pasado en el colegio San Ignacio de Loyola de Caracas -casa de estudio en la que se diplomaron Alain Baroja y Fernando Aristeguieta- “Juanpi” partió a la ciudad de Málaga cuando todavía era un adolescente. Había llegado al sur de Iberia antes que el mismo Salomón Rondón, aunque no jugaría en el primer equipo hasta el 2014. Su meta era formarse como profesional en aquellas tierras.
Años de afinamiento de cualidades y muestras de talento con las categorías inferiores de su selección sirvieron de campaña para que el primer equipo lo viera como candidato a futuro. El Atlético Malagueño (filial de la entidad) fue el sitio donde aprendió a dominar el balón y mecanizar la aplicación de conceptos balompédicos. De a poco lo fueron referenciando y recomendando. El hecho de que ya hayan pasado dos venezolanos por la entidad antes que él inspiraba al joven a poder llegar a la categoría profesional.
A los 20 años vio cumplido su sueño al ser alineado por Bernd Schuster en Mestalla. A partir de allí sus intervenciones serían fugaces y sin demasiado brillo. Cometía errores típicos de juvenil y no veía continuidad. Su falta de experiencia en el primer nivel lo relegaba al filial. En esos vaivenes el jugador se esforzó estoicamente por sacarle provecho a sus fortalezas.
“Los acaudalados hombres de pantalón corto suelen reaccionar como niños ante los cambios: si los sacan del partido es porque no los quieren. Para que entiendan y respeten que deben ser sustituidos es necesaria una disciplina”, Juan Villoro.
Sin atisbos de inmadurez, Añor se enfocaba en trabajar. No se amilanó y se alejó de vicios antideportivos, como suele pasarle a ciertos jóvenes con menos educación. Más importante que ser convocado por el primer equipo es mantenerse en el mismo. El jugador aprendió a no desentonar y mejorar para ser tomado en cuenta. La paciencia iba a cosechar sus frutos.
El 16 de enero el Málaga vendió a Nordin Amrabat, pieza fundamental de ataque, al Watford. Una semana más tarde, “Juanpi” consiguió el primer gol por Liga BBVA con el cuadro andaluz. Anotó en los dos partidos siguientes y en el presente se especula que está en los planes de Sanvicente.
No es el equivalente posicional. La baja de Amrabat supuso una rotación y Javi Gracia, su técnico, calibró que Añor estaba listo para dar el salto definitivo en el esquema. Buscó echar mano de la cantera. Lo que quizá no aspiraba era que condicionara tanto el comportamiento ofensivo.
El Málaga se ordena con mayor simetría si el caraqueño arma la jugada. Recibe la pelota de cara al arco y enseguida tiene un catálogo de líneas de pase que lo convierte en el jugador cerebral de la ofensiva. Es esa pieza que la entidad malagueña busca moldear para que sea el engranaje perfecto al resto de atacantes. Tal es el panorama cuando conduce el balón que los técnicos que lo enfrentan ordenan a sus jugadores defensivos ahogarle el espacio con triángulos de presión.
“Jugar con Juanpi es muy fácil, es muy técnico y sabe leer el partido”, comenta un aliviado Roberto Rosales a los medios. Y es que, desde que su compatriota es titular, el ex Twente sube menos al ataque –y, por ende, puede enfocarse mejor en labores defensivas–. Vemos que Rosales desdobla menos por la tendencia de su compañero a ubicarse hacia la banda. Tiene presencia por el costado derecho, aunque puede hacer movimientos de enganche en varias transiciones.
Cuando la tiene Juanpi pareciera que hubiese un imán de cuero debajo del césped. Su toque es tan justo que sus pases rasantes parecen una bola de golf rodando en el green. No necesita elevar sus pases; sus remates tampoco son elevados, incluso cuando deberían serlo. Y esto puede sugerir desacierto en el contacto con la pelota, una debilidad corregible.
En el nivel europeo, el campeonato que más le conviene es el español, que ampara los planteamientos más asociativos. Su físico no está para un cuerpeo con volantes recuperadores ni para el volumen físico requerido en otras ligas. Ante esta falencia busca estar descolgado al costado, de manera que pueda recibir con espacio y maniobrar. A la hora de proteger el balón tiene dificultades por su fragilidad.
Pasó los años más importantes de formación en las fuerzas básicas de la institución, al igual que Isco y Juanmi, otros talentos surgidos con características similares a Añor. Su evolución pasó la etapa de categorías inferiores. Con 22 años parece ser un elemento listo para competir en España, con mayor certeza que Peñaranda, al estar más ajustado a sus compañeros y en un equipo más estable.
Juan Pablo Añor no fue a probar su suerte en el exterior, fue a aprender lo que en Venezuela no enseñan. Su apuesta le ha convertido en un venezolano que juega como español. Un par de piernas así no pudo haberse formado en las fangosas e irregulares canchas del fútbol de su país. Suerte de haber tenido un padre que jugó fuera de Venezuela y le dio el visto bueno en su decisión de irse.
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