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Julián Giacobbe (@JuliGiacobbe)

Fue un terremoto silencioso, de esos que con el tiempo van tomando su verdadera forma, su devastadora manera de darse a conocer. El Vasco Arruabarrena pasó de entrenador formidable a temeroso de inquietudes varias en apenas unos meses: ¿es correcta la categorización dada? ¿el cambio de entrenador fue abrupto y sorpresivo o, por el contrario, muchos lo veían venir y otros no querían siquiera verlo?

Boca Juniors sufrió uno de los ciclos más complicados en sus más de 100 años de historia. No sólo le afectó la herida de ver como el entrenador más exitoso del club (Carlos Bianchi) no pudo mantenerse en el cargo, sino que también vio, en apenas unos meses, de que forma sus clásicos rivales lo aniquilaban a diestra y siniestra: River lo eliminó dos veces de torneos internacionales –ámbito donde el xeneize se sentía prácticamente invencible frente a su rival, San Lorenzo lo venció, abrumó y goleó en una final de copa nacional, Racing lo tuvo entre sus cuerdas en cinco oportunidades de la mano de un Bou intratable –tanto, que le propició 13 goles en ese lapso de encuentros- y sólo Independiente, en su mar de dudas ya endémico, fue el único que no lo derrotó.

En el semestre en el que debutó Arruabarrena, la ola parecía jugar a su favor. Los resultados aparecían (Boca consiguió 42/69 puntos disputados), los goles también (33 en 23 encuentros) y la defensa no tropezaba tan habitualmente como antes (20 en 23). Sin embargo, el fútbol es la dinámica de lo impensado, los resultados no son todo (por fin, por el bien del deporte en general) y lo impredecible se hizo un hueco en un conjunto que pasó de la incertidumbre a la seguridad y de la seguridad a los interrogantes en apenas unas cuantas semanas.



El equipo fue palideciéndose, acostumbrándose a errores inaceptables si lo que se quiere es mantener una línea de juego y, si los resultados acompañaban –como indudablemente lo hacían, perfeccionarla. Así veíamos como el ex entrenador de Tigre pasaba de sostener su idea de un 4-3-3 de intérpretes ofensivos, con un mediocampo de toque y triangulación, laterales en constante pero criteriosa subida, presión alta –cerca de lo asfixiante, vértigo en ataque, un 9 con aporte en el armado del juego y dos delanteros externos con función de abastecer de pelotas a los volantes con llegada al área y, obviamente, al propio atacante central, a una nueva versión frágil, muchísimo más simple pero a la vez rebuscada, con la imperiosa necesidad de que las individualidades solventen lo que el esquema no podía fortalecer. Los laterales ya no eran inteligentes en el armado estructural del juego y los mediocampistas no se asociaban como antes. La solidez mental del conjunto ya no era tal y todo dependía de una espectacular jugada de la flamante incorporación Carlos Tévez, un destello de técnica de Pablo Pérez o Lodeiro e incluso un disparo de media distancia de Andrés Cubas. Ni las ayudas externas, en forma de modificaciones de piezas y tácticas, ofrecían sus soluciones, ya que Boca intercaló, en apenas 15 meses, tácticas como el 4-4-2, el 4-3-3, el 4-2-3-1, el 4-2-1-3 y hasta un 3-5-2, la gran mayoría, de características, funciones y necesidades diversas entre sí, para nada fáciles de interpretar en apenas un par de entrenamientos. El mar de dudas, nuevamente, hacía su labor en el conjunto.

Da la extraña casualidad que este proceso de reconversión comenzó luego de la primera pretemporada del Vasco y, con los meses, se intensificó con la serie perdida ante River por la Copa Libertadores. Extraña porque era el momento clave para que Boca imponga condiciones y se juegue todo a una llave histórica. El factor mental empezaba a jugar su carta, aunque no lo haría de manera abrumadora sino con indicios dispersos en el tiempo, un lapso en el cual Boca salió bicampeón local (con polémica incluída en la Copa Argentina) con muy buenos números. Pero eso no lo es todo.

No todo fue festejo con Arruabarrena

 Al comenzar el 2016, no sólo se repitieron errores defensivos, de transición hacia el ataque o en las puertas del área contraria, sino que ya ni los números acompañaron. Boca perdió 7 de los primeros 9 encuentros del año, incluyendo goleadas dolorosas frente a Racing y San Lorenzo, una derrota con 3 expulsados y un patético planteo en el primer superclásico amistoso y un arranque impensado, donde el vigente campeón dejó dos puntos en Temperley y tres en La Bombonera, frente al ascendido Atlético Tucumán. Para colmo, el xeneize estuvo seis encuentros sin convertir tantos, aun teniendo entre sus filas al recién llegado Daniel Osvaldo o al mismísimo Tévez, que al fin había descansado luego de los más de 70 partidos disputados en el último año y meses.

El 4-3-3 seguía presente, ésta vez con Cubas, una de las promesas del equipo, como nº5 mixto, de recuperación y juego; con Bentancur y Gago como interiores, éste último para involucrarse en la línea de 3 con una especie de salida lavolpiana y la apuesta de Nahuel Molina, tal vez el último acierto del ex entrenador, como lateral derecho en reemplazo de un Peruzzi entre algodones. Sin embargo, el juego había dejado de ser al ras del suelo hacía mucho tiempo (siendo reemplazado por los pelotazos de Daniel Diaz) y los delanteros jugaban cada vez más retrasados, al ver cómo la pelota era rifada constantemente a través de esa vía, siendo el colmo el último partido del ciclo (contra Racing) donde Tévez tocó la pelota, de forma concreta, apenas 3 veces en los últimos 30 metros, una locura que desaprovecha al jugador franquicia del conjunto.



Lo cierto es que, luego de que La Academia venciera a Boca por el torneo local, la dirigencia del club optó por la ‘traumática’ decisión de rescindirle el contrato al entrenador y llamar, después de tantos rumores, al gran referente de la camada de ex jugadores del ciclo dorado de Bianchi devenidos en técnicos, como es Guillermo Barros Schelotto. Y como si nunca hubiera perdido su valentía en momentos clave, decidió asumir con tan sólo unas horas de distancia de cara al compromiso por Copa Libertadores frente a, nuevamente, Racing. El partido terminó en un bodrio de tamaños siderales pero fue un 0-0 que dejó algunas mínimas cuestiones para destacar en el arranque de un nuevo ciclo.

Al igual que en su paso por Lanús, el Mellizo arrancó con una especie de 4-3-3 y ciertas piezas habituales del ciclo Arruabarrena. En defensa Orión, Jara, Diaz, Insaurralde y Silva fueron de la partida. En el mediocampo volvieron (con un rendimiento flojísimo) Pérez y Meli a la titularidad, más que nada pensando en el compromiso futuro contra River y el cuidar a Cubas y a Rodrigo Bentancur, otro valor de gran importancia en el conjunto. El volante central fue Gago, siendo el recuperador y distribuidor de balones, además de transformarse en un socio para Tevez, ofreciéndole una salida más paciente y clara que la que el juvenil Cubas pudo ofrecerle en sus últimos encuentros, con rendimientos de mayor verticalidad y apuro. Lodeiro empezó de extremo por la banda pero con el paso de los minutos recibió la indicación de retrasarse y ofrecerse como enlace entre el mediocampo y la delantera, compuesta por el Apache, de mucha más presencia en el área –con desdobles en la banda izquierda innovadores y muy interesantes desde su vuelta- y Andrés Chávez, una parte inconexa del esquema solucionada con la entrada de un rebelde Federico Carrizo, de reciente paso gris por la liga mexicana.



El partido con River tampoco ofreció demasiado tiempo de adaptación y las ideas del partido previo se repitieron sin demasiadas variaciones más que algún nombre nuevo (Bentancur, valor que ilusiona al xeneize promedio). La ida del Vasco no fue sorpresiva, se venía tejiendo, pero sí fue abrupta de cara al futuro: con apenas un par de entrenamientos, Boca debió afrontar a Racing y a River. Guillermo Barros Schelotto buscará sumar intérpretes a su idea y no tanto adaptarse a lo que tiene, ya que el estilo combativo, ofensivo y directo que supo implementar en Lanús puede ser llevado a cabo, a priori, con estos jugadores. Bentancur, Lodeiro, las transiciones rápidas y abrumadoras y algunas otras virtudes del ciclo Arruabarrena apoyan esta moción. La pelota parada, la efectividad en ataque, el criterio de la subida de los laterales y el fortalecimiento de las funciones en el mediocampo son algunos de los desafíos del Mellizo. Por lo pronto, tiene pergaminos. Por lo pronto, y después de tanto tiempo, Boca tiene con qué plantear una línea de juego concreta en el tiempo.

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