Por: Rubén
Guerrero Atilano (@RubenGuerreroA)
A mediados del año 2000, llegó a México Miguel Calero. Cancerbero colombiano, constante en su selección, aunque a la sombra de Óscar Córdoba, arribaba a la Liga MX para asumir en el arco de los "Tuzos" del Pachuca. Sin saberlo, la directiva de los blanquiazules había contratado al que más tarde se convertiría en un símbolo. El guardameta ganó 4 títulos del certamen local, 4 de la Concacaf y una Copa Sudamericana. Era indiscutible para cualquier técnico.
Además, su humilde manera de comportarse fuera del campo, así como su liderazgo en la cancha, lo convirtieron en un referente para la afición, que siempre encontró en él al ídolo que esperaban. A finales del 2011, una trombosis en el brazo izquierdo le impidió mantenerse en activo. Se retiró de golpe, pero no perdió la sonrisa. Al poco tiempo se le vio de nuevo en los campos de Pachuca, pero ahora como entrenador de porteros. Todo parecía fluir de alguna forma.
Sin embargo, no había pasado ni un año de su adiós profesional, cuando una mañana, en su hogar, un infarto cerebral, asociado de las consecuencias de la trombosis, le mandó de urgencias al hospital. El apodado ‘Cóndor’ falleció a los pocos días de estar internado, debido a un paro respiratorio. Pachuca le rindió homenaje de cuerpo presente, mostrando en las pantallas de su estadio las palabras de su despedida del futbol: “Si volviera a nacer, me llamaría Miguel Calero, sería portero y defendería, a huevo, los colores de los 'Tuzos'”. El futbol mexicano lloraba una pérdida irreparable.
Cuando Miguel Calero llegó a México, Juan José, su hijo, no había cumplido los dos años de vida. Hoy, a sus 17, el heredero se hace cargo de mantener viva la imagen de su padre en el entorno nacional, y también dentro del Pachuca. Hace unas semanas, frente a Pumas, el rival contra el que su padre dijo adiós a las canchas, el joven atacante lució y marcó sus primeros dos goles en el máximo circuito. Le bastaron pocos minutos para mostrar su calidad ante el arco enemigo.
Con la estatura heredada de su padre, el trato sencillo que Miguel le inculcó y la pasión por el Pachuca, Juan José intenta ganarse un puesto en los "Tuzos". De sus goles, tiene muy claro para quién van: “No me la creí cuando vi que la pelota estaba dentro del arco. Las jugadas fueron muy rápidas. Los dos goles son para mi papá, para mi madre, para mi hermano que está en Inglaterra, pero sobre todo para mi padre, que me guía de lejos”.
En un equipo plagado de jóvenes promesas, entre las que destacan los casos de Rodolfo Pizarro, Hirving Lozano o Érick Gutiérrez, Calero levanta la mano y, como su padre, espera algún día vestir la camiseta de su nación, de la Colombia que le vio nacer y que con Miguel consiguió el título de la Copa América en 2001: “México es una tierra que le dio mucho a mi familia, en la que quiero desarrollar mi carrera. Pero mi país es Colombia y allá quiero jugar, si se pudiera, un Mundial”, comentó hace unos días en una entrevista con ESPN. Sigue el legado de su padre.
A mediados del año 2000, llegó a México Miguel Calero. Cancerbero colombiano, constante en su selección, aunque a la sombra de Óscar Córdoba, arribaba a la Liga MX para asumir en el arco de los "Tuzos" del Pachuca. Sin saberlo, la directiva de los blanquiazules había contratado al que más tarde se convertiría en un símbolo. El guardameta ganó 4 títulos del certamen local, 4 de la Concacaf y una Copa Sudamericana. Era indiscutible para cualquier técnico.
Además, su humilde manera de comportarse fuera del campo, así como su liderazgo en la cancha, lo convirtieron en un referente para la afición, que siempre encontró en él al ídolo que esperaban. A finales del 2011, una trombosis en el brazo izquierdo le impidió mantenerse en activo. Se retiró de golpe, pero no perdió la sonrisa. Al poco tiempo se le vio de nuevo en los campos de Pachuca, pero ahora como entrenador de porteros. Todo parecía fluir de alguna forma.
Sin embargo, no había pasado ni un año de su adiós profesional, cuando una mañana, en su hogar, un infarto cerebral, asociado de las consecuencias de la trombosis, le mandó de urgencias al hospital. El apodado ‘Cóndor’ falleció a los pocos días de estar internado, debido a un paro respiratorio. Pachuca le rindió homenaje de cuerpo presente, mostrando en las pantallas de su estadio las palabras de su despedida del futbol: “Si volviera a nacer, me llamaría Miguel Calero, sería portero y defendería, a huevo, los colores de los 'Tuzos'”. El futbol mexicano lloraba una pérdida irreparable.
Cuando Miguel Calero llegó a México, Juan José, su hijo, no había cumplido los dos años de vida. Hoy, a sus 17, el heredero se hace cargo de mantener viva la imagen de su padre en el entorno nacional, y también dentro del Pachuca. Hace unas semanas, frente a Pumas, el rival contra el que su padre dijo adiós a las canchas, el joven atacante lució y marcó sus primeros dos goles en el máximo circuito. Le bastaron pocos minutos para mostrar su calidad ante el arco enemigo.
Con la estatura heredada de su padre, el trato sencillo que Miguel le inculcó y la pasión por el Pachuca, Juan José intenta ganarse un puesto en los "Tuzos". De sus goles, tiene muy claro para quién van: “No me la creí cuando vi que la pelota estaba dentro del arco. Las jugadas fueron muy rápidas. Los dos goles son para mi papá, para mi madre, para mi hermano que está en Inglaterra, pero sobre todo para mi padre, que me guía de lejos”.
En un equipo plagado de jóvenes promesas, entre las que destacan los casos de Rodolfo Pizarro, Hirving Lozano o Érick Gutiérrez, Calero levanta la mano y, como su padre, espera algún día vestir la camiseta de su nación, de la Colombia que le vio nacer y que con Miguel consiguió el título de la Copa América en 2001: “México es una tierra que le dio mucho a mi familia, en la que quiero desarrollar mi carrera. Pero mi país es Colombia y allá quiero jugar, si se pudiera, un Mundial”, comentó hace unos días en una entrevista con ESPN. Sigue el legado de su padre.
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