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En el barrio Belén Buenavista de Medellín, Edwin Cardona vivía hacinado con sus tres hermanos menores y sus padres en una habitación precaria. Él dormía en un colchón en el piso, con una camiseta de fútbol que nunca se quitaba. Este volante de Monterrey, antes de ser una de los jugadores más prometedores, fue un imán de desventuras durante su infancia y el fútbol fue su única arma para doblegar tanta suerte adversa.
Su papá Andrés Giovanni laburó como albañil, lavando carros, barriendo calles, conduciendo un taxi y oficiando como almacenista de una empresa de ingenieros. Trabajaba por contratos de seis meses y era el único brazo económico del hogar. “Éramos muy pobres, pero felices”, dice su mamá Paula Bedoya.
Edwin sólo jugaba fútbol en una cancha ubicada a cuadra y media de su casa. “Una vez, cuando tenía nueve años, se me perdió como dos horas y pensé que se lo habían robado”, cuenta su madre Paula. “Pero estaba en otra cancha recogiendo balones en un partido de grandes. Lo hacía sólo para patear la pelota en el entretiempo”. A veces no comía, pero siempre entrenaba con Belén Buenavista, el equipo del barrio.
Sus padres se iban en la bicicleta de la casa para ver los partidos de Edwin durante los torneos del Ponyfútbol. Pero su equipo nunca ganó un juego en ese certamen infantil, a pesar de los goles de Edwin. Tiempo después reforzó al equipo Campoamor y en un Pony con esa escuela, los veedores de Atlético Nacional lo ficharon para las divisiones menores. Tenía 13 años.
Trataba de no faltar a ningún entrenamiento. En efecto, eso lo hacía feliz. Se iba en bicicleta, a pie, le decía a un tío que le diera plata para el pasaje y le pedía prestado a un compañero para devolverse. Siempre fue optimista, aunque los menesteres no dieran tregua.
Durante ese tiempo su madre contrajo un cáncer de ovarios que la dejó por mucho tiempo en cama después de la recuperación. “Edwin fue el más pendiente de mí, porque era el mayor y su padre se mantenía trabajando. Me acompañaba y me calmaba cuando lloraba. Me decía que él saldría adelante y que todos íbamos a dejar de sufrir”, cuenta Paula, quien califica a Edwin de humilde, cariñoso y buen hijo.
Atlético Nacional se hizo cargo del arrendamiento de su nueva casa en el barrio Antioquia y lo subsidiaba con un dinero para gastos personales ($35.000), que luego se convertían en gastos del hogar. A medida que ascendía en las divisiones menores, mejoraba la calidad de vida de la familia. Una paradójica motivación de vida.
“Yo les decía a mis compañeros que soñaba con jugar en el estadio y luego lo pude cumplir”, recuerda. Debutó como profesional en la segunda fecha del Apertura 2009, cuando el Nacional de Luis Fernando Suárez perdió 2-0 contra América. Seis meses después marcó su primer gol, también contra América. “Es un futbolista con mucha personalidad y talento. Es joven y en la medida en que tenga más madurez y experiencia, sin duda alguna será el creativo de este club”, decía Giovanni Moreno cuando jugaba en Nacional en ese entonces.
Ya no tuvo que compartir más tenis ni guayos con sus hermanos, tampoco que dividir un plato de comida. La suerte empezó a cambiar. Les dio una mejor vida a ellos gracias a su sueldo. Luego hizo parte de las selecciones de Colombia Sub-17 y Sub-20. Aunque por decisión de Eduardo Lara se perdió el Mundial Sub-20 que se realizó el año pasado en el país.

Edwin Cardona llegó a Monterrey, luego de jugar con Santa Fe y brillar con Atlético Nacional. Juega en México, pero espera que su estadía no sea larga. Prefiere viajar a Europa cuando antes. 

Extraído de El Espectador 

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