Es la gran figura del Comunicaciones.
Sus goles fueron la inspiración para que la escuadra de Guatemala consiguiera,
por primera vez en su historia, clasificar a los cuartos de final de la Liga de
Campeones de la CONCACAF. En sí mismo, eso ya merecería un reconocimiento, pero
este fino mediocampista no sólo es el responsable de las alegrías desatadas en
Centroamérica, sino también mucho más lejos, en Uruguay e Inglaterra para ser
exactos.
El enigma comienza a
resolverse cuando se revela su nombre: Paolo Suárez. Y también al observar su
rostro y complexión física. En efecto, el creativo de 31 años es nada menos que
el hermano mayor de Luis, la gran figura del Barcelona y la Celeste. Pero no
sólo eso. Sin temor a exagerar, puede afirmarse que Paolo ha sido en gran parte
el responsable del éxito y la gloria del genial delantero charrúa.
Inicios
humildes, fútbol a fondo
Cuando Paolo y Luis eran
chicos, la familia Suárez vivía en la ciudad de Salto, al lado de las barracas
militares, donde trabajaba su padre. “La casa estaba a cien metros de las
canchas del cuartel, que eran el centro de reunión de todos los chicos de la
zona. Ya desde los cuatro o cinco años nos metíamos a jugar con gente más
grande. Yo a Luis le llevo siete años, y él participaba en los juegos con mis
amigos, aunque fueran mucho mayores”.
Muy pronto, Luis empezó a
demostrar un talento por encima de lo normal, al punto que se suscitaban
situaciones divertidas. “En su categoría hacía muchísima diferencia: mi mamá
tenía que llevar su partida de nacimiento porque los rivales no creían que
tenía la edad”, comenta Paolo riendo. “Nuestra rutina era levantarnos temprano
y pasar todo el día afuera con la pelota. Sólo regresábamos a comer, cuando
había, que no era siempre. El fútbol era lo mejor que nos pasaba, porque
teníamos muchas carencias económicas”, cuenta con mayor seriedad.
El talento del hermano
mayor fue rápidamente detectado por los clubes uruguayos, y a los 17 años
debutó con el Basáñez en la Primera. Sin embargo, las cosas se torcieron. “Yo
ganaba 300 dólares por mes. Le daba 100 a mi madre y me quedaba con 200. Con
eso me iba a los bailes y a la discoteca. No dormía bien y me empezó a afectar
el rendimiento. Mis padres se separaron, y no tenía a nadie que me dijera que
me estaba perjudicando. Los que se decían mis amigos me incitaban a seguir con
la fiesta”, recuerda Paolo. “El fútbol se cansó de mí. A los 19 años mi
representante me dijo que Peñarol me quería, ¡y yo le dije que no, porque era
hincha de Nacional! ¡Estaba loco!”, comenta entre risas.
Como suele pasar entre
hermanos, el menor siguió los pasos del mayor. “Luis empezó igual, ganando
mucho dinero… y a los bailes. Con mi mamá le tuvimos que poner mano dura,
tuvimos discusiones e incluso una vez llegamos a los golpes. Yo veía que era un
gran jugador, y me daba bronca que malgastara su talento. Por suerte, en esas
salidas conoció a su mujer, que lo puso en su lugar. ¡Ahora nos agradece a
todos!” afirma Paolo.
Vidas
paralelas, ¿rivales mundialistas?
Mientras Luis daba sus
primeros pasos en Países Bajos, parecía que el fútbol se había terminado para
Paolo, aunque por entonces tuviera apenas 25 años. Hasta que llegó la llamada
que cambió su vida. “Yo llegué a El Salvador por medio de un amigo, Leo
(Leonardo) Rodríguez, que conocía a un entrenador. Al principio fue
dificilísimo por el clima. Hacía mucho calor y sentía que me moría en los
entrenamientos. Me costó como un mes adaptarme, pero cuando lo hice, empezaron
a llegar los resultados”.
A pesar de la distancia,
la relación de los hermanos siguió siendo la misma, a punto tal que Paolo
decidió sacrificar el desarrollo de su carrera por la de Luis. “Habíamos ganado
un bicampeonato en 2008, y decidí ir para Holanda para ayudarlo a poner unos
negocios. Yo sentía que no perdía mucho en dejar cinco meses el futbol y así lo
hice. Luego regresé a El Salvador y retomé con el equipo”, aclara el volante.
Desde entonces, el
creativo del Metapán sigue a la distancia la carrera del delantero del
Liverpool, y sufre por estar lejos. “En cada partido de Luis con la selección
van todos al estadio. Si juega de visita o en la Copa América, se juntan para
hacer asadito en la casa de mi mamá. ¡Me daba melancolía no poder estar con
ellos o con Luis!”, revela Paolo. Y luego explica su ‘estrategia’ para luchar contra
la nostalgia: “Escucho la radio uruguaya tomando mate para sentirme como si
estuviera allá. Duele no verlo, soy el que más luché para que él fuera la
estrella que es: lo llevaba a los entrenos, me peleaba, pasaba frío… Aunque
también soy el más feliz al verlo triunfar”.
Mientras tanto, Paolo se
consuela viendo jugar a su hijo, orgulloso heredero de los genes Suárez. “Me
encantaría que fuera futbolista. Se muere cuando ve a Luis, me pide siempre ver
sus goles por internet. Nació zurdo y ya a los 5 años baila a los niños de la
colonia. Juega de 5 de la tarde a 10 de la noche. Ojalá salga tan bueno como el
tío”, finaliza, sin esconder su doble satisfacción como padre y hermano mayor.
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