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Jorge O. Blanco

"Buenísimo, Walter. Dale, nos vemos mañana", dijo el cronista unos segundos antes de colgar el teléfono y golpearse la frente con la palma de la mano bien abierta. En los momentos previos al llamado había estado pensado todos los comentarios que podían resultar inoportunos para que no se escapen y aun así se había mandado una de las suyas.

Al día siguiente, luego de que el propio Walter le bajase a abrir la puerta, aprovechó el periplo en el ascensor para pedirle disculpas por el involuntario comentario. "No, olvídate, está todo bien. Hasta es común entre nosotros los ciegos despedirnos con un 'Nos vemos'. Tranquilo, no pasa nada", contestó entre alguna risa. La naturalidad de aquella primera respuesta no sólo descontracturó la posterior charla, sino que también fue el primer indicio de la respuesta de Walter Lo Votrico ante la adversidad.

En septiembre de 1986, cuando sólo tenía 23 años, un pico de presión le produjo un glaucoma que lo dejó ciego. Pero si bien su vista había quedado a oscuras, lejos estuvo de permitir que las sombras dominaran su vida. Comenzó a trabajar en su casa como masajista y también encontró el amor. Bueno, es un decir. Lo que encontró fue una pareja, una esposa. Porque hubo un amor que halló desde chico, lo acompañó toda su vida y ni la ceguera pudo vencer.

"No, en ningún momento se me ocurrió dejar de ir a la cancha a alentar a San Lorenzo. De hecho, cuando estuve internado escuché por radio todo un partido con Boca. Y apenas tuve el alta volví a ir a la cancha", dice Walter, quien es parte de la geografía de la popular azulgrana desde niño. "Crecí en el Viejo Gasómetro esperando que nos dejen pasar para patear un rato con los jugadores. Después del entrenamiento armaban grupitos y algunos jugadores enseñaban la técnica y peloteaban un rato con nosotros. A mí siempre me tocaba el Gringo Scotta, pero nunca aprendí apegarle tan fuerte a la pelota, je", rememora. "Era otra época, otra vida de club. Ahora se van y ni bola te dan los jugadores".

Aquellos días juveniles quedaron grabados para siempre en su memoria, al igual que el último gol que vio en una cancha. Fue en la de Atlanta, ante Argentinos Juniors, el día que Walter Perazzo decidió darle al arco apenas cruzó la mitad de cancha para convertir un gol memorable. "Yo estaba a la popular, que estaba sobre el lateral, así que ví el momento justo en el que sacó el zapatazo", cuenta.

Después llegó el tiempo de apoyarse en su hermano Raúl y otros feligreses cuervos con los que empezó a ir a la cancha y 'catar' relatores radiales que describiesen bien los partidos. "Sí, tengo preferidos, pero prefiero no hacerles propaganda", admite entre risas. Empezó a recorrer estadios, orgulloso de llevar su propio trapo, que reza: 'Mis ojos no pueden verte, mi corazón palpita por vos'. Pero San Lorenzo perdió el monopolio de su pasión y desde 1994 tuvo que compartirla con Rosita, su esposa. Literalmente fue que ambos amores debieron aprender a coexistir ya que la boda fue un sábado y la pareja siguió de largo para presenciar, con smoking él y vestido de novia ella, la derrota 2-1 en el Nuevo Gasómetro ante Platense la tarde siguiente. "Ese día nos hizo un gol Diego Díaz, ¡¿lo podés creer?!", tira indignado.

El casorio vino con un pan bajo el brazo, ya que un año más tarde San Lorenzo cortó 21 años de sequía y se consagró campeón con el Bambino Veira. Se trata de uno de los recuerdos más preciados para Walter: "Salimos de madrugada. No sabes lo que era la ruta 9 camino a Rosario, llena de bocinas, los cantitos en los paradores. Todo el mundo parecía estar teñido de azul y rojo. Llegamos muy temprano y nos tiramos en una plaza cerca de la cancha. El estadio fue una locura. El silencio por el penal que erró Netto, la explosión por el gol del Gallego. Inolvidable".

El campeonato pasado, ante las nuevas directivas de seguridad que achicaron los tamaños permitidos para las banderas, Walter decidió armar él mismo una más pequeña pero con el mismo mensaje: 'No te veo, te siento' dice en grande y debajo, un poco más chico agrega: 'Ahora aguanta corazón 2012'. El propio autor del trapo lo explica: "Tengo unos amigos brasileños que siempre están escuchando música y en el verano me pegaron una canción de Alexandre Pires que dice eso en el estribillo: 'ahora aguanta corazón'. ¿Qué querés que te diga? Yo percibía que este semestre iba a ser jodido y que el corazón tenía que aguantar. No le erré. Te voy a ser sincero, estuve cerca del bobazo, je".

Lo cierto es que en el peor momento de San Lorenzo en el Clausura él fue un protagonista. Unos amigos lo filmaron festajando entre lágrimas, bastón y radio en mano, el tercer gol de la remontada ante Newell's, un partido que el Ciclón iba perdiendo 2-0 al entretiempo. El vídeo llegó a Youtube y Walter alcanzó notoriedad hasta en medios nacionales desperdigando el mensaje del 'Todos juntos podemos' al que los hinchas azulgranas se abrazaron en la lucha por la permanencia. Hasta fue invitado a los varios banderazos dedicados al plantel antes de los partidos decisivos y se fotografió con jugadores del plantel.


"No sé por qué todos hablan de ese festejo como algo inédito. Me engacharon a mí con la camarita, pero si filmabas diez metros a la derecha o a la izquierda ibas a ver la misma imagen. Tampoco me parece algo raro o un sacrificio esto de seguir yendo a la tribuna a pesar de la ceguera. Colecciono objetos y camisetas de San Lorenzo... aunque no los veo, yo sé que están. Sé que si le buscas una lógica, mucho no cierra. Es la pasión que uno tiene por el escudo, los colores por la camiseta", cierra el protagonista de esta historia.  

En la misma puerta del edificio que antes lo halló nervioso por alguna frase incómoda, el cronista saluda a Walter como a un amigo más y comienza a patear la calle escuchando por los auriculares de la radio el informativo deportivo que narra la interna de alguna barra. Se le hace imposible contrastar aquello con la historia de Walter y cree que no todo está perdido. Trata inútilmente de analizar esa pasión que une al genuino hincha con sus colores. En definitiva, piensa en lo esencial que se vuelve ese amor para el hincha. Y es sabido... lo esencial es invisible a los ojos.

Extraído de Augol

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