Por: Álvaro Corazón Rural
LEE LA PARTE I ACÁ
Es importante
subrayar un detalle. Lo mismo que pasaba con Maradona en los equipos donde
jugó, Ruggeri acabó bien con todos sus compañeros. Se lleva, incluso
actualmente, bien con todos sus excompañeros blancos, que nunca ha sido muy
fácil, y los visita cuando viene a Madrid. Pero eso es lo de menos, lo jugoso
son los criterios profesionales con los que fue dirigida esa plantilla, de los
que da buena cuenta otra anécdota sobre Toshack:
Íbamos a Bilbao,
donde te tiraban centros por todos los lados, allí solo sabían cabecear y
cabecear. Le dije que en esa situación deberíamos tirar el fuera de juego. Yo
lo sabía todo sobre eso de todos los entrenadores que ya había tenido. Hablé
con él: «Aquí hacemos el fuera de juego y les dejamos en todas». Y me contestó:
«Practíquelo usted». ¡No quería entrenarlo! Así que lo practicamos nosotros y
lo hicimos.
Ese era el
ambientazo. Por eso no es de extrañar que cuando ganaran la Liga, la de los
récords, solo Ruggeri quisiera dar la vuelta al campo: «Los del Madrid se
metieron todos adentro y me dejaron solo, era porque ya habían sido cinco veces
campeones». Este es el fútbol frío y sin alma que se encontró Ruggeri en el
Real Madrid por muchos récords que batiera ese equipo en su quinta liga
ochentera consecutiva.
Tal vez sea
exagerado tachar situaciones como la comentada como propias de un fútbol sin
sangre, pero cuando uno escucha al argentino relatar qué le pasó cuando ganó la
Liga con River después de haber jugado en Boca, alta traición, pues uno se lo
piensa. Dice así:
Salimos campeones
con River, y cuando volvía a casa vi a los bomberos, había también ambulancias,
en la zona mía. Hasta que pude ver que mi casa estaba ardiendo. Habían prendido
todo el portón del garaje, mis padres no podían salir. Tuvieron que venir los
vecinos a apagarlo. Cuando todo se solucionó me fui a casa del Abuelo —líder de los aficionados
de Boca—, era una carnicería, vivía con sus padres, y le pregunté «¿me quemaste
la casa?». Dijo: «Mi gente no fue, fueron de Boca, pero no los míos, pero te lo
voy a averiguar». Tiempo después me dijo que los que lo habían hecho volvían en
un tren de no sé donde, en el techo, y se mataron en un puente.
Precioso todo.
Básicamente porque
esta es la anécdota light con los aficionados ultras de la
época. En la que realmente temió por su vida fue en un encontronazo con el
citado Abuelo en 1981, cuando jugaba junto a Maradona en Boca. Volvemos a su
entrevista en El Gráfico:
Cayó el Abuelo a
La Candela con una banda, con pistolas. A Perotti, que estaba hablando por
teléfono, le hicieron «pin» y le cortaron. Nos metieron en un rincón: «Hoy
les venimos a hablar; mañana, a las seis de la tarde, no hablamos más».
Las seis era cuando terminaba el partido. Fue apretada grossa. Nunca había
visto a los tipos así, transpirados, con revólver, yo estaba atrás de todo,
escuchando. Quiso hablar Maradona y le dijeron: «Callate, con vos no es». Por
eso, hoy me da risa cuando hablan de que la barra apretó a los jugadores. Apretadas
eran las de antes.
Y tampoco estaban
mal los cargos federativos. En el programa El show del fútbol confesó
que el presidente de la AFA, Julio
Grondona, le había dicho a Diego Maradona que le iba a «pegar un tiro en
las piernas» a Ruggeri en la época en la que el 10 fue seleccionador.
Pese a todo, con
lo que un servidor más disfruta es escuchándole hablar de las instrucciones en
el campo que recibía de Bilardo. Era su stopper. Posiblemente la
posición más hermosa del balompié, ya en desuso, como es lógico en un deporte
en decadencia y prácticamente sin interés a día de hoy. Ruggeri salía al campo
a que no jugase alguien. Bilardo, de esta manera, restaba a uno de los suyos,
pero también al mejor de los rivales. Aritmética sin contemplaciones.
En una entrevista
en Fox Sports él mismo lo explicaba sobre el césped a un periodista:
Ser stopper es
estar siguiendo todo el día a un jugador, hasta cuando se iban a la banda a
beber agua les seguía. Klinsmann me
llevaba de lado a lado sin parar. Yo no jugaba, pero me encantaba. Bilardo me
dijo que el stopper hacía todo esto y me preguntó «¿vas a
jugar de stopper?» y le dije «sí, me encanta». Esto era en la
selección, mientras tanto en River jugaba en zona, pero es que en River
estaba Menotti. Bilardo me
motivaba pues ofreciéndome mil quinientos dólares si, por ejemplo, Lineker no metía gol. Nos lo
metió. Para ser stopper había que estar fuerte, físicamente
bien, y saber cabecear. Nada más porque solo había que seguir al tipo, ni
siquiera tenías que sacarla bien. Bilardo decía, si el 9 hace todos los goles,
ese no juega, vos tampoco jugás. De todos los que defendí así, Klinsman fue el
más difícil, nunca me hizo gol ¡pero lo que me hizo correr ese pibe!
Físicamente era un animal, metía, le podías hablar, hacerle de todo, que no se
arrugaba.
No fue el único
jugador tan duro como él que se encontró en su carrera. Con el mismísimo don,
todos en píe,Aldo Serena, tuvo
un problemón porque le pisaba pero no le hacían daño. Aquello fue una duda
metafísica para Óscar Ruggeri:
Me frotaba los
tacos contra la pared antes de salir al campo para que… (risas) y lo pisaba en
el córner, pero él me hablaba y no entendía, le pregunté a Pedro Troglio qué decía, que le
tenía al lado y sabía italiano, y me contestó: «Que es de hierro, que lo sigas
pisando que le da igual».
Vialli, sin embargo, era
más diplomático, le pedía por favor «oiga, juguemos al fútbol», pero así,
reitero, hacía los emparejamientos defensivos este entrenador, asegurándose:
«No juega Ruggeri, pero no juega Vialli». E iba descartando. Todo lo demás lo
dejaba a la superstición, como explicó el protagonista en ESPN, tenía todo el
banquillo y el vestuario llenos de sal. Pero peor era Pasarella como jugador, que
untaba mierda de perro en los picaportes de las puertas de las habitaciones de
los hoteles. Buen ambiente.
La situación sobre
el campo, seguir a un jugador hasta el final, en realidad era mejor que los
entrenamientos. Bilardo le hacía un ejercicio de coger la bola, correr y echar
el pelotazo a los delanteros. Simple, pero cuando lo haces hasta cien veces
cada tarde, era como una tortura. «Volvías a tu casa mareado», explica. Y luego
lo mejor es que Carlos Salvador le podía llamar para ir a su casa a ver vídeos:
«Íbamos a entrenar a las seis y a las diez de la noche te podía poner un vídeo
de un partido de África; vídeos de dos horas, metía la cinta, se callaba y tú
tenías que decirle los errores que veías. Si no decías nada, te ponía el
partido entero otra vez. Tenías que tener una concentración…». Pero así
salieron campeones. En México, Bilardo le ordenó parar a Hoeness a cualquier precio y así
lo hizo: «Al final pude con él, pero acabé sin una manga de la camiseta y con
la sensación de haber ido a la guerra».
En el siguiente
mundial, el de Italia 90, tras la derrota contra Camerún en el primer
encuentro, una auténtica catástrofe, Bilardo se hundió. Así lo cuenta el
defensa:
Hizo una reunión
en la concentración, con los ojos llenos de lágrimas. Ahí dijo que prefería que
se cayera el avión a la vuelta. A los pocos días, empezaron los chistes entre
nosotros. Decíamos: «Imaginate que nos volvemos a Buenos Aires, nos empieza a
hablar el comandante y, de repente se da vuelta… y es Pipeta el que está
manejando».
De los compañeros
y rivales también cuenta maravillas. Detalles como recibir un golpe en la
cabeza con una moneda cogida entre los dedos. A su compañero Colorado Suárez, que dejó un jugador
sangrando, le preguntaron qué le hizo y contestó: «Le clavé una aguja y que
creo que le atravesé el pulmón». A Canigga,
en los entrenamientos, cuando era solo un chaval, lo crujían: «Después de
entrenar con él lo veías lleno de arañazos, con la ropa rota, pero no lo
podíamos parar y mientras tanto él no sabía ni contra quién se jugaba el fin de
semana siguiente».
Lo que sí que es
cierto es que el problema con todas estas historias es que a medida que aumenta
el metraje de los vídeos revisados empezamos a verlo, más que recordando,
manteniendo polémicas estériles de corte televisivo muy parecidas a los de las
programas españoles que todos sabemos. Por ejemplo, con el siempre delicado y
cuidadoso guardameta paraguayo José
Luis Chilavert tuvo sus más y sus menos, a raíz de que intentara
lesionarle de una patada porque el portero le había escupido, y Chilavert le
espetó que se había terminado convirtiendo en «un payaso mediático».
Dios nos libre de
sobrepasar esa línea explorando al personaje. Nosotros nos quedamos con un
defensa que supo ser contundente gracias a, él mismo declaró, las palizas que
le daba su madre. Que el hincha que llevaba dentro se murió el mismo día en que
se hizo profesional, ya que desde entonces solo fue hincha de la camiseta que
llevase puesta en ese momento. Y que, muy importante, posee un récord que no
tienen ni Maradona, niPlatini,
ni Pelé, ni Cristiano Ronaldo ni Messi. En sus diecisiete años
como profesional, tuvo un 100% de eficacia en lanzamientos de penalti. Uno
tiró, uno metió. Fue con Lanús en los minutos finales de su último partido como
profesional. Ahí queda eso.
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