Por: Luis Suárez (@Luije77)
Un pequeño
rectángulo lo delimita en el área técnica. Está inquieto, parece histérico y
con necesidad de entrar a la cancha y correr tras cada balón para que el mismo
no llegue al área vinotinto. No se sienta, apenas toma agua. Cuando al
contrario le corresponde sacar de banda, alguna palabra le suelta y hasta se
desentiende en su ubicación para que se le dificulte hacer el cobro. Su manera de
actuar infiere que se toma el trabajo con más seriedad de la que mostró cuando
le marcó a Argentina de tiro libre en 1996 o aquella vez que le tocó empezar la
tanda de penales de su club en la final de Copa Libertadores contra Palmeiras. Cuando
llega el gol a favor, es de los primeros en saltar. No le importa que la
corbata vuele, sencillamente explota en emoción al ver que su trabajo ha
diluido el escepticismo y el desgano de la afición conforme a su llegada. Su
nombre es Rafael Dudamel.
La historia de Venezuela,
en general, ha estado llena de altibajos sociales que se tratan de tapar con
los éxitos en otras ramas de la vida. No es una manera de hacer ver que todo
puede ir mejor, sino que resulta una vía alterna para sustituir los malos ratos
con picos positivos que evadan al ciudadano de la realidad. Al son de la
tortura física aplicada a los disidentes políticos de los 50, la capital del gigante
petrolero bailaba al ritmo de la internacional Billo’s Caracas Boys, por
ejemplo. Al fútbol nunca se le exigió demasiado, a pesar de que el poder y la
calidad de italianos, españoles, portugueses y alemanes desembarcaron en las
costas venezolanas.
La situación actual
del país es delicada. No se trata de apoyar o desestimar al Gobierno de turno,
sino que existen horrorosos índices negativos en salud, educación, poder
adquisitivo, seguridad y alimentación. No son problemas nuevos, pero hoy se
encuentran en su máxima expresión. El país ha perdido la fe en sí mismo y la
Vinotinto no escapa del status quo. Sin embargo, hay una luz al final del túnel
que está empezando a mostrarse y Dudamel está siendo responsable de llevarla.
La labor asumida
por el exguardameta del Deportivo Cali, Quilmes y Deportivo Táchira (entre
otros) había sido vista como una bomba de tiempo, con pocas posibilidades de
desactivar. En el país más al sur de Sudamérica, por naturaleza, todo ciudadano
culpable de algún acto negativo necesita por, instinto natural, echarle la
culpa a otro para saldar sus deudas exteriores. Hasta interiores también. Sin
haber jugado ni un partido inicial, Dudamel ya cargaba con derrotas futuribles.
Sus antecesores salieron de mala manera, peleados con algún sector. Él llegó a “hacer
lo que pudiese” en medio del infierno de Hades y el paraíso de Ares.
En gestiones
recientes, el futbolista fue calificado de mil maneras. Todas negativas. El
mismo José Mourinho prescribe que la carga mediática debe cargarla el entrenador,
con el fin de liberar a la plantilla de tareas que pueden interferir en sus
verdaderos compromisos. ¿Cómo hacerlo? Es claro que la principal vía de consecución
de este objetivo es la comunicación. El de Yaracuy, siempre caracterizado por
un excelso verbo desde jugador, que incluso le ha permitido incursionar en la
televisión deportiva, ha elevado el nivel de interacción plantilla-cuerpo
técnico.
¿Cómo podemos
verlo? Basta con la actitud de los jugadores dentro del campo. No importa si
proviene de Huachipato, del Tenerife, el West Bromwich Albion o Deportivo La
Guaira. Es un bloque compacto que ha sabido transformar diversos caracteres en
empatía. No es algo nuevo. El vestuario siempre ha jugado a favor de Dudamel.
Recordemos la Vinotinto Sub 17 masculina mundialista. Naturalmente ha llegado
la armonía al grupo.
Los enviones
anímicos llevan a grandes hazañas. Generalmente están acompañados de talento y
confianza; por eso todo campeón tiene mérito, aunque sea una sorpresa como la
Liga de Quito de Bauza o el Plaza Colonia de Eduardo Espinel, para citar casos
recientes. Parte de esa simbiosis de skills,
la transmite el entrenador en cada canal por el que se exprese. Dudamel ha
tocado la psiquis de sus jugadores, en los buenos y los malos momentos, cara a
cara o en declaraciones a la prensa. Ello no es algo forzado, es un don con el
que nacemos unos y otros no.
Ver a Venezuela en
vivo, hoy, es ver una puesta en escena del imponente Rafael. Con presencia y
madurez controla todo el entorno. No de manera dictatorial, pero sí con un
orden determinado para conseguir lo trazado. Los tiempos de la Selección no los
manejan Tomás Rincón y Arquímides Figuera, son llevados desde la raya por el
DT. Él decide cuándo acelerar y cuándo recular. Especifica si es indicado hacer
tiempo o no. No lo hace de manera sobreactuada, sino con la determinación de
entrar en un performance positivo
para él, ergo, el grupo.
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