Hovannes Marsuian (@HMarsuian_)
Venezuela
ha conseguido la segunda clasificación a un Mundial Sub-20. Y lo ha logrado de
manera esperada; ya que cuenta con una de las generaciones más esperanzadoras e
ilusionantes en la historia del fútbol venezolano.
Hace
16 años, la Vinotinto ganó cuatro partidos seguidos en las Eliminatorias para
el Mundial del 2002. Consiguió más victorias en 4 meses, que en 30 años - en
partidos oficiales -. Eso logró una ilusión en los niños. Los chamos que tenían
entre 8 y 12, que ya jugaban, no querían soltar más el balón. Los niños con
menos de 5 años, se fijaron en la pelota de fútbol por encima del bate.
El
país entendió que sí había materia prima y que esos elementos surgieron gracias
al “Boom Vinotinto” del 2001. Se empezaron a formar y mejorar las canchas.
Aparecieron nuevas y mejores escuelas de fútbol. El venezolano se enamoró del
fútbol. Lo jugaba. Lo veía, sobre todo en la televisión.
La
Vinotinto Sub-20 demostró en Ecuador que el trabajo acumulado de un año y medio
– más de 20 módulos, y algunos torneos amistosos – sirvió para conseguir un
cupo en el Mundial de la categoría. Se mostró durante todo el Sudamericano que
era la selección que mejor estaba preparada físicamente.
La
selección dirigida por Dudamel demostró estar a la altura de cualquier
selección. Su punto más débil, durante todo el torneo, fue la definición. Le
costó y mucho. Y eso que, constantemente, crearon varias ocasiones de gol. Sin
embargo, fallaron, menos en el hexagonal final contra Ecuador y Uruguay. Y aquí
es donde se toca el tema psicológico; ya que nunca bajaron su nivel emocional,
cada partido lo subían. Unos chamos comprometidos, con carácter y espíritu.
Además,
tácticamente, la Vinotinto estuvo perfecta. Casi nunca consiguieron estar al
punto del desorden. Al contrario, entendían cómo tenían que estar parados en la
cancha. La puesta en escena muy gratificante. Todas las líneas en orden. Y esto
se demostró, sobre en la defensa, donde consiguieron ser, prácticamente,
imbatibles, con la destacada actuación de su portero: Wuilker Faríñez.
Cuando
los titulares entendían que el fútbol es un juego asociativo, Venezuela
conseguía un alto nivel futbolístico. Unos futbolistas que, por encima de todo,
comprendían que toda acción – así sea un pelotazo – debe tener sentido. Dudamel
estaba rodeado de tipos inteligentes.
Los
desequilibrios de Soteldo. El liderazgo de Yangel Herrera. La intensidad de
Ronaldo Peña. El carácter de Ronaldo Lucena. Las anticipaciones y cortes de
Josua Mejías y Williams Velásquez. Las proyecciones de Ronald Hernández. Las
paradas de Faríñez. Y más. Venezuela demostró tener mucho poderío y futuro. Hay
potencial.
Venezuela
necesita una cultura de juego más fuerte. Necesita que el venezolano se enamore
completamente del fútbol, que visite los estadios, que el plan de cada fin de
semana sea ir a ver partidos del fútbol venezolano. Y para conseguir eso, se
necesita mejorar la infraestructura y la metodología.
Quizás
si el fútbol venezolano tuviese casi el mismo apoyo y difusión que tiene el
béisbol, la historia sería otra, porque – como anteriormente se mencionó –
existe materia prima. Venezuela tiene todo para estar entre las mejores 25-30
selecciones del mundo, gracias a sus futbolistas.
Actualmente,
hay diferencia entre el nivel de Miguel Cabrera y Rincón-Rondón. No tanta; pero
se nota. Sin embargo, aquí es cuando decimos que en unos años esa historia será
distinta, porque el niño venezolano está enamorado del fútbol.
En
otra dimensión, Faríñez, Soteldo y Yangel estarían preparándose en las ligas
menores de algún equipo de béisbol en Estados Unidos. Pero la realidad es otra.
Sobra pasión por el fútbol.
Los
futbolistas como Faríñez, Soteldo, Ronaldo Peña, Yangel, entre otros,
pertenecen a otro escalón futbolístico. Un escalón por encima. Son chamos que,
desde muy pequeños, agarraron un balón y se enamoraron de él. Decidieron que no
trabajarían de futbolistas; sino que lo jugarían. Aman lo que hacen. No
necesitan estimulaciones. Son puro talento.
Ilusionarse
con ésta generación y las que vienen es necesario, porque hay con qué.
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