Actualmente el Real Madrid vive uno
de los mejores períodos de su historia. Ser el primer bicampeón europeo de la
década le da cierta distancia con respecto a las contadas hazañas que van el
presente milenio de los mejores clubes
del mundo. Además que este apogeo llega de la mano de uno de los emblemas del
madridismo: Zinedine Zidane. Pero no todo fue así. Hubo un tiempo, cuando Zizou estaba del otro lado de la línea
de cal, que la expectativa no era coronar el continente, sino trascender los
octavos de final de la Champions League.
Explicar el contexto por el cual
estaba imbuido el Madrid unos años antes de Mourinho es complicado. Florentino
Pérez estaba en el máximo sillón del Bernabéu, pero era su primera gestión en
el club. Para ese entonces se manejaba la mentalidad de tener a los mejores
jugadores del mundo en la casa blanca: Figo, Zidane, Roberto Carlos, Ronaldo,
Raúl, Beckham, Owen. Lo más granado de la década pasada (y algunos de hasta al
antepasada) figuraban en esa lujosa plantilla. Eran tantos que no todos eran
titulares siempre.
Una de las apuestas más auspiciosas
de Pérez fue designar al brasileño Vanderlei Luxemburgo como técnico del
equipo. Para ese entonces Brasil era campeón mundial y todo el que tuviese
pasaporte de ese país tenía en su registro un valor agregado. Luxemburgo, un
entusiasta de lo que entonces se conocía como “jogo bonito” pero que realmente estaba patentado por sus
compatriotas muchos años antes de su llegada a Madrid. Usaba un walkie-talkie para comunicarse con un
asistente técnico que oteaba el juego y su comunicación durante el partido era
constante. Un sonado debut 0-3 en el derbi capitalino ante el Atlético de
Madrid, en que para entonces también jugaba Fernando Torres, fue el indicio de
que el Real Madrid podía a competir seriamente.
Con el tiempo Luxemburgo fue
cumpliendo su ideal de juego: quería que su equipo jugase de una manera muy
parecida al Brasil del 70. Eso significa que
demandaría un sacrificio particular a sus laterales, que en se entonces eran el
mítico Roberto Carlos y Michel Salgado. Un 4-2-2-2 en el que se crease
superioridad cuando uno de los laterales se incorporase a una de las líneas de
dos, formando un 3-3-2-2 o 3-2-3-2 en ataque. Este último esquema es uno de los
favoritos de Marcelo Bielsa.
Si bien al final de su primera
temporada quedó segundo en la liga española y en octavos de final de la
Champions League, Pérez decidió mantenerlo en el banquillo. Esto conllevó a que
en el mercado de fichajes del 2006 se terminase abrasilerar al Madrid: se fue
Figo y llegaron Julio Baptista, el prometedor Robinho y Cicinho, un lateral
derecho como relevo para el saliente Salgado.
De modo que el Real Madrid pasó de
ser la escuadra que fichaba estrellas mundiales a estrellas brasileñas. Terminó
pasando lo que se estrellaron. La idea de juego anacrónica para entonces
(estamos hablando de 2006) apenas podía competir al más alto nivel. Un
contundente 0-3 en Lyon por Champions League y un escandaloso 1-3 ante el
Deportivo La Coruña fueron parte de los detonantes de una idea de juego vieja,
predecible y en la que sumieron al Madrid en una época de atraso en la élite
europea.
Incluso el Real Madrid siguió
insistiendo en técnicos que apenas podían brindarle rendimientos positivos a
nivel local, por lo menos mientras no dirigiese al Barcelona. De 2005 al 2010,
Real Madrid jamás pasó a cuartos de final, siendo eliminado en las últimas
ediciones ante Roma y Marsella. Poco después de Luxemburgo llegó Bernd Schuster
y el Madrid plagó su plantilla de holandeses. Pero el caso Luxemburgo sirve
para explicar el atraso en el que viven los técnicos brasileños y en el uso de
ideas de juegos de las cuales ya, en la época del internet, están sobradamente
estudiadas.
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