Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
Recientemente el técnico de
Antofagasta, Nicolás Larcamón, contó sobre su experiencia en el fútbol
venezolano. Decía que en Venezuela se valoran particularmente a los equipos que
mantienen el arco en cero. Esta tendencia viene marcada por un entrenador que
supo dejar su huella y hoy ya puede considerarse como un trotamundos de los
banquillos. Se trata de César Farías.
Venezuela tiene una naciente afición
por el fútbol. La memoria a largo plazo sobre la historia del balompié es harto
escasa. El fanático común valora negativamente a Noel Sanvicente por su
errático paso por la selección, quizá ignorando que se trata del entrenador más
laureado del país. No pasa así con Farías, que pese a no contar con un palmarés
en su carrera, es de fácil recuerdo por su gestión vinotinto.
Si bien la etapa del guireño fue
exitosa por las victorias obtenidas y los momentos históricos, el fútbol de esa
selección no era vistoso. El fervor de las hazañas nubla la plasticidad de
aquella escuadra. Seguramente los goles de los partidos más importantes de ese
equipo llegaron a través de acciones de balón parado. Muy afín al bilardismo, su equipo solía marcar
la diferencia en la táctica fija.
El periodismo venezolano, que en
materia balompédica también se encuentra en etapa genésica, pensaba que el
sueño mundialista era posible. Quizá el hecho de que las estadísticas mostrasen
que hasta la última fecha de las eliminatorias a Brasil 2014 existía
posibilidad de adentrarse en la cita. En aquellas eliminatorias se anotaron 16
goles y recibieron 20. Los números son menos alentadores si se toma en cuenta
que seis de los goles a favor fueron tras la pelota parada. El resto de goles
solían ser transiciones ataque-defensa y remates de media distancia.
Era un equipo al que le costaba
conseguir fluidez ofensiva en posesión del balón. Acá es cuando la humildad de
Farías comenzada: sabía que en el país faltaban (y hoy no es que sobren)
jugadores que puedan funcionar en un modelo de juego basado en la tenencia del
balón. La pelota en los pies era un riesgo; se tenía que maniobrar lo menos
posible para hacerle daño al rival. Por eso quizá los goles llegaban en jugadas
de ataque breves.
Durante toda la gestión del ex
seleccionador nunca hubo un acompañante para Tomás Rincón en el doble pivote.
Varios nombres pasaron por esa posición, pero ninguno era un perfil de jugador
como lo es hoy Yangel Herrera o Juanpi Añor, por poner par de
ejemplos. Farías sabía que había un déficit técnico en el país, de modo que
jugar sin acumular tiempo con la pelota podía mejorar los resultados
considerablemente. Una vez con la victoria era difícil remontarle a aquella
selección. Defensivamente era un equipo muy virtuoso, como el legado que
Larcamón reconoce.
Sin embargo, a su fútbol le faltó
creatividad cuando los rivales le cedían el balón. Al no manejar opciones
desbordantes con el esférico eran presa fácil para escuadras versadas en
presionar y atacar directo tras la recuperación. Su fútbol defensivo logro
hazañas inéditas que no fueron suficientes para llegar a un Copa del Mundo.
Farías trató de maquillar las deficiencias del fútbol venezolano con su modelo,
he ahí su pericia. Hoy puede decir que ha emigrado a países donde sí se puede jugar a
un estilo más asociativo, enriqueciendo el registro lúdico que con la selección
no pudo tener.
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