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Víctor Grao (@VictorGrao

La selección venezolana de fútbol vive un ambiente tenso, tan tenso como el que se vivió en la Granja Manor del libro de George Orwell: “La rebelión de la granja”, en 1945. Según la vox populi el vestuario está roto, también esto se podría entrever por declaraciones dadas por parte de Noel Sanvicente y de sus jugadores. Pero sería irresponsable afirmarlo sin bases concretas.

El punto de inicio del declive vinotinto podría darse cuando su referente, Juan Arango, dio un paso al costado. O quizás en vez del declive, la rebelión. Así sucedió con el Viejo Mayor, un cerdo que vivía en la Granja Manor en Inglaterra. Antes de su muerte hizo una reunión, que inició así: “Veamos, camaradas: ¿Cuál es la realidad de esta vida nuestra? Encarémonos con ella: nuestras vidas son tristes, fatigosas y cortas. Nacemos, nos suministran la comida necesaria para mantenernos y a aquellos de nosotros capaces de trabajar nos obligan a hacerlo hasta el último átomo de nuestras fuerzas; y en el preciso instante en que ya no servimos, nos matan con una crueldad espantosa”. La vida del futbolista no resulta ser tan diferente, luego de cierto punto que no da más, simplemente es apartado, en una corta carrera.

Juan Arango, a diferencia de muchos de los futbolistas comunes, ha tenido una larga carrera, no solo a nivel de clubes, sino a nivel de selección. Pero  bueno, regresemos a la granja… El Viejo Mayor continuó: “Por mí no me quejo, porque he sido uno de los afortunados. Tengo doce años y he tenido más de cuatrocientas criaturas. Tal es el destino natural de un cerdo. Pero al final ningún animal se libra del cruel cuchillo. Vosotros, jóvenes cerdos que estáis sentados frente a mí, cada uno de vosotros va a gemir por su vida dentro de un año. A ese horror llegaremos todos: vacas, cerdos, gallinas, ovejas; todos. Ni siquiera los caballos y los perros tienen mejor destino”. Ese fue el último discurso del Viejo Mayor. Tres días después murió.

En la granja, más allá del humano que la regía, existía un marcado liderazgo de los cerdos, pero con la partida del Viejo Mayor debía llegar un sucesor. George Orwell lo relata así: “Durante los tres meses siguientes hubo una gran actividad secreta. A los animales más inteligentes de la granja, el discurso de Mayor les había hecho ver la vida desde un punto de vista totalmente nuevo. Ellos no sabían cuándo sucedería la Rebelión que pronosticara Mayor; no tenían motivo para creer que sucediera durante el transcurso de sus propias vidas, pero vieron claramente que su deber era prepararse para ella. El trabajo de enseñar y organizar a los demás recayó naturalmente sobre los cerdos, a quienes se reconocía en general como los más inteligentes de los animales. Elementos prominentes entre ellos eran dos cerdos jóvenes que se llamaban Snowball y Napoleón”.

El cauce natural era conseguir un reemplazo al líder que había dejado la granja. El líder tendría otro norte, a pesar de que las palabras del Viejo Major habían calado en su norte. El señor Jones –propietario de la granja– ya no era el mismo. Una serie de resultados en contra lo habían expuesto a malas jugadas y el alcohol se apoderó de él.

Así continúa Orwell su relato: “Llegó junio y el heno estaba casi listo para ser cosechado. La noche de San Juan, que era sábado, el señor Jones fue a Willingdon y se emborrachó de tal forma en «El León Colorado», que no volvió a la granja hasta el mediodía del domingo. Los peones habían ordeñado las vacas de madrugada y luego se fueron a cazar conejos, sin preocuparse de dar de comer a los animales. A su regreso, el señor Jones se quedó dormido inmediatamente en el sofá de la sala, tapándose la cara con el periódico, de manera que al anochecer los animales aún estaban sin comer. El hambre sublevó a los animales, que ya no resistieron más. Una de las vacas rompió de una cornada la puerta del depósito de forrajes y los animales empezaron a servirse solos de los depósitos. En ese momento se despertó el señor Jones. De inmediato él y sus cuatro peones se hicieron presentes con látigos, azotando a diestro y siniestro. Esto superaba lo que los hambrientos animales podían soportar. Unánimemente, aunque nada había sido planeado con anticipación, se abalanzaron sobre sus torturadores. Repentinamente, Jones y sus peones se encontraron recibiendo empellones y patadas desde todos los lados. Estaban perdiendo el dominio de la situación porque jamás habían visto a los animales portarse de esa manera. Aquella inopinada insurrección de bestias a las que estaban acostumbrados a golpear y maltratar a su antojo, los aterrorizó hasta casi hacerles perder la cabeza. Al poco, abandonaron su conato de defensa y escaparon. Un minuto después, los cinco corrían a toda velocidad por el sendero que conducía al camino principal con los animales persiguiéndoles triunfalmente


El señor Jones, propietario de la Granja, tuvo que irse de la granja. Fue tomada por Snowball y Napoleón quienes mediante su liderazgo comenzaron a mejorar las cosas en la granja. Poco a poco fueron logrando beneficios para los animales. Pero duró poco, sus reglas habían sido modificadas y cuando el resto de los animales vinieron a ver, los cerdos caminaban en dos patas, bebían alcohol y dormían en cama, tal como el señor Jones. 

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