Por: Martín Estévez
Por fin. Por fin
alguien tuvo la valentía para hacerlo. Por fin. Cerca del final del primer tiempo del
partido contra Bolívar, algunos hinchas de Racing comenzaron una tradicional
canción: “Son todos bolivianos, paraguayos, que sólo sirven para botonear…”.
Iba dirigida a los hinchas de Boca,
próximo rival, pero ellos no estaban en el estadio. Sí había centenas de
hinchas del Bolívar, que tuvieron que sufrir una vez más la xenofobia que los
obliga a vivir en condiciones precarias en la Argentina.
Y había alguien más en el estadio:
Oscar Romero. Racing ganaba y el paraguayo la estaba rompiendo. Pero, cuando
escuchó esa canción, se le apagó la fiesta. Respiró hondo, miró a la
tribuna popular y le hizo que no con los dedos. Que no, que no cantaran eso. Se
puso el índice en los labios y pidió silencio.
Por fin alguien se animó. Lo hizo Oscar
Romero, un pibe de 23 años que no tiene la espalda ni la idolatría de Milito o
Lisandro López. Que sabía que, con su reacción, podía ponerse a la hinchada en
contra, generar un conflicto, arriesgar su altísimo contrato en un club grande.
Por fin alguien se animó. Por fin
alguien no se escudó en “el folclore del fútbol”, en “qué querés que haga”, en
“mejor no me meto”. Romero se plantó ante una multitud y le dijo que eso no era
folclore ni aliento: era un brutal acto de xenofobia, discriminación,
injusticia. Algunos pocos hinchas siguieron cantando la misma estupidez. La
mayoría lo cambió por un “Romeeeero, Romeeeero…”.
Goles hay todos los días y seguirá
habiendo. Aunque Racing haya goleado, lo más importante de la noche aconteció
en ese instante escondido, en ese ratito que, probablemente, muchos hinchas ni
siquiera hayan notado. Por primera vez, un futbolista prefirió la dignidad a la
demagogia en pleno partido, con 30.000 personas mirándolo.
El problema no es con Romero, uno de
los paraguayos mejor tratados en la Argentina: los hinchas de Racing son
capaces de cocinarle su comida favorita a cambio de un autógrafo. El problema
son los miles de paraguayos (y bolivianos) que han sufrido y sufren una de las
más abyectas formas de discriminación: la xenofobia. Y no son casos aislados,
de ninguna manera: anoche, en la platea de Racing, algunos imbéciles insultaban
a los hinchas del Bolívar por su lugar de nacimiento.
El problema es que no se trata sólo de
insultos y canciones: es que esos insultos y canciones son el reflejo, y la
legitimación, del maltrato al que son sometidas a diario miles de personas. No
importa dónde hayan nacido: son personas. Cantar simpáticamente apoyando esa
opresión no es “folclore”, es complicidad.
Para peor, la injusticia es doble. No
sólo invoca la idea de que una raza, religión o nacionalidad es superior a
otra, argumento que utilizó, por ejemplo, Adolf Hitler. Sino que la agresión es
contra un país cuya devastación y sufrimiento fue, en buena parte, culpa de gobernantes
argentinos. Argentinos, brasileños y uruguayos, que entre 1864 y 1870 armaron
un ejército que masacró a 300.000 de los 450.000 paraguayos y paraguayas.
Asesinaron brutalmente a dos tercios de la población, incluyendo niños. Después
de esa Guerra de la Triple Alianza, por cada diez mujeres, en Paraguay quedaba
apenas un hombre.
Aunque parezca algo lejano, 146 años
después, Paraguay no termina de recuperarse de esa masacre. El resultado son
graves problemas productivos y sociales, entre ellas un poderoso machismo que
se consolidó a partir de esa guerra, cuando se admitió la poligamia (se aceptó
que un hombre tuviera varias parejas) ante el bajísimo número de
hombres que habían sobrevivido.
Quizás Oscar Romero no lo sepa, pero
parte de los sufrimientos que padeció están relacionados con aquella guerra
lejana. La falta de dinero; la obligación de su madre de trabajar doce horas
diarias; e incluso la ausencia de su padre, que lo abandonó antes de que
naciera, son consecuencias del lugar en el que la Guerra de la Triple Alianza
puso a Paraguay. Una guerra que continúa en cada “cancioncita inocente” que
impulsa lo peor del nacionalismo.
Alguien tenía que ser valiente y
hacerlo, y lo hizo Oscar Romero. Desde nuestro lugar de periodistas podríamos
dejar todo en una simple anécdota, transformarnos, con nuestro
silencio, también en cómplices. (Muchos periodistas, no seamos
ingenuos, están de acuerdo con la existencia de nacionalidades
“superiores”). Pero aquí está este texto, para sumarse a los gestos de Oscar Romero
y decir también: no, no estamos de acuerdo. No, no compartimos la
discriminación. No, no vamos a ser cómplices de legitimar uno de los mayores
horrores: la xenofobia.
Faltará una pata más para que la
valentía de Romero tenga premio. Parece utópico, pero también parecía utópico
que un futbolista hiciera lo que él hizo. Lo que falta es que los hinchas de
Racing, que tantas muestras de grandeza han dado en el pasado, den un paso
adelante en los futuros partidos contra Boca y se dediquen a cantar el resto de
su repertorio. Pero esa no. Esa canción no. Basta de oprimir a bolivianos y
paraguayos. Ya los humillamos bastante.
Si sucede, si anoche se dio el primer
paso para un pequeño cambio social, si los hinchas de Racing deciden borrar esa
canción espantosa para siempre, no será una simple muestra de respeto hacia su
jugador, un paraguayo de 23 años que lleva la 10 en la espalda. Será un acto de
justicia.
Publicar un comentario