River Plate quedó eliminado de la Copa Libertadores. Los
verdugones que lo dejaron fuera de la llave de octavos de final los sufrieron en
Ecuador y en casa, pese a mucho esfuerzo, no pudieron remontar el 2-0 endosado de
la ida.
Que el campeón del certamen continental, que por cierto
viene de ganar varios títulos (Copa Sudamericana 2014 y Campeonato del Torneo Final 2014), no logre defender jerárquicamente la corona con la que hoy reina el
continente suena inadmisible. Lo saben todos los que rodean al club. Los
periodistas conocen el estándar del equipo; los jugadores están en la línea de
fuego de toda esa presión que los fanáticos les reclaman.
River se mantiene constantemente rotando
piezas, las variantes de otros tiempos hoy están lejos del primer equipo. Se les nota resentidos en la salida de balón, como lo estaría cualquier cuadro de este lado del mundo que pierda a un experto en su ejecución como Matías Kranevitter. Tampoco tiene a un central que
le ponga la frente a un partido cerrado como lo hace hoy Funes Mori, pero en
Liverpool.
Marcelo Barovero, cancerbero en los mejores años del
equipo, ha salido en todos los medios anunciando que se irá pronto del equipo.
Cuando los días de gloria pasan, los que gozaron de la misma preparan las maletas. Este
contexto no influye en que el vestuario esté animado, muy a pesar de las
triquiñuelas que ensaye su jefe. Ese ánimo con el que varios corrieron por su
auxilio en 2012 se ha esfumado porque hoy los de la franja roja han completado
la ruta de los títulos que lo consolidan como un grande.
Niños, adolescentes y uno que otro adulto joven tenían
años sin ver a un River tan contundente. Este grupo de jugadores puso ante los
ojos de miles de sudamericanos a un conjunto que mereció grandes elogios; no solo
puntos importantes y títulos. Ganaba y gustaba.
Sí, la eliminación de la Libertadores es un golpe bajo
dentro a este ascenso continuo que tuvo el plantel desde la Primera B. La final
del mundial de clubes ante el ganador de la Champions League no es baremo para el nivel regional. Pero si se mira en retrospectiva, queda un cambio que
cayó como aire fresco dentro del club: la actitud del graderío del Monumental.
“Actuar
por deber no es actuar motivado por el sentimiento, la inclinación o los
resultados de la acción, sino actuar por respeto a la ley” Immanuel Kant
Aún con un plantel en horas bajas en cuanto a su juego -poco
vistoso y de forzoso camino al arco rival- las ganas con la que los millonarios
buscaban remontar la serie ante Independiente del Valle se notaban a leguas. El
aliento estoico de las plateas los acompañaba pese a que a la oncena se le cerraban las puertas.
River salió a la cancha como cuando le tenía que remontar a Cruzeiro en Belo
Horizonte. No lo consiguió, pero su entrega fue comparable con la de Sísifo.
Los visitantes llaneros hicieron valer su oposición directa explícita del
juego, pero no fueron más que su rival en cuanto a voluntad. Vieron morir a su
rival con las botas puestas.
Al finalizar el partido no hubo reproches del graderío; más
bien la ovación fue emocionante. El que haya sintonizado el partido justo a su término
pensaría que la buscada remontada fue un trámite. Fue tan abrumador el deseo de
cumplir, más allá de conseguir o no el resultado codiciado, que el fanático se
sintió respetado, y aplaudió.
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