"Me atajé un penal
que va a quedar para la historia de Leticia" contaba, en una carta, un
pibe argentino recién salido de la Facultad de Medicina. Se llamaba Ernesto
Guevara. Era asmático, apuesto y extravagante. Era hincha de Rosario Central,
de los canallas, disfrutaba jugando al rugby, alentaba a Los Pumas y sentía
verdadera devoción por Alfredo Di Stéfano. Aquellas líneas las escribía Ernesto
en 1952, bordeando el Amazonas en compañía de su inseparable compadre Alberto
Granado, al que Ernesto apodadaba Pedernerita por su magnífico toque de balón,
en homenaje a Adolfo Pedernera, miembro de La Máquina de River Plate en los
cincuenta. Ernesto no era tan hábil con la redó en los pies. Por eso prefería
jugar de portero. Era el puesto que le exigía menos movilidad y donde podía
tener siempre, a su alcance, el inhalador que lo rescataba del asma.Todavía no
se había convertido en ‘El Che’.
En 1952, cuando todavía no
era conocido por ‘El Che’, Ernesto Guevara De la Serna y su inseparable Alberto
Granado decidieron recorrer Sudamérica en motocicleta, viaje que inspiraría la
posterior película ‘Diarios de motocicleta‘. Fue en ese viaje cuando llegaron
hasta Chile en moto y después, debieron proseguir su odisea en barco. Pasaron
por Leticia, un población en el Amazonas colombiano, en una barca que le
llamaron Mambo-Tango y allí, al encontrarse a varios caminantes que trabajaban
en clínicas para leprosos, tanto el Che como Alberto se presentaron como
amplios conocedores de la técnica futbolística. Los colombianos pensaron que,
por aquello de ser argentinos, debían saber bastante más de los rudimentos del
fútbol que ellos mismos, así que les admitieron como entrenadores de un equipo
llamado Independiente Sporting Club. Para reforzar el equipo, que no era
precisamente un dechado de virtudes, el Che decidió actuar como portero,
mientras que Granado fue delantero y lo hizo tan bien que los leticianos lo
llamaron Pedernerita, aludiendo al gran Adolfo Pedernera, el mítico argentino
de La Máquina de River que, por aquel entonces, actuaba en Millonarios.
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Después de esa breve etapa
por el Amazonas, Che y Granado acudieron a la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional, donde conocieron a varios estudiantes, entre ellos Julián
Córdoba, quien años después, explicó que tanto El Che como Granado le
suplicaron que los llevara a conocer a Alfredo Di Stéfano, que por aquellos
años estaba enrolado en el Millonarios colombiano después de una huelga de
jugadores en Argentina. A Di Stéfano lo encontraron en un restaurante del
centro, donde acostumbraba almorzar y La Saeta Rubia les regaló dos entradas
para el partido de Millonarios con el Real Madrid, de España. El Che no lo
sabía, pero en aquellos días se estaba fraguando su pase fichaje por el Barça,
y su posterior traspaso al Real Madrid. Claro, que Di Stéfano tampoco sabía que
aquel muchacho argentino que había conocido en Colombia, sería el mayor líder
revolucionario de la historia de América.
Otro legado futbolístico
del Che llegó en 1963, ya en Santiago de Cuba, donde su colega Granado recuerda
como si fuera ayer un partido de fútbol. Por aquellas fechas, El Che era
Ministro de Industria y un personaje tremendamente popular. Pero, según
Granado, "…cuando estaba en el arco, era arquero. Enfrentábamos al equipo
de fútbol de la universidad, que era entrenado por Arias, un español. Arias
recibió la pelota y avanzó, pero el Che salió del arco, se le vino encima y le
dio un revolcón. Nadie pensaba que el ministro se iba a tirar a los pies por
una pelota. Pero él era así…”. Llevaba en el alma el verbo competir. Primero
fue el balón, después, el mundo. Ahora que se celebra el cuadragésimo
aniversario de la muerte del Che Guevara, conviene recordar que, antes de
convertirse en un mito, el comandante de la revolución cubana era un pibe que
se llamaba Ernesto. Que era hincha de Rosario Central, que era asmático, que
jugaba rugby y que, de cuando en cuando, atajaba algún penalti cuando jugaba de
portero.
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