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Diego Sancho (@SanchoDiegoo)

En el argot futbolístico, la palabra “desarme” lo usan los lusohablantes para referirse a las intercepciones de balón. Cabe la metáfora si entendemos que el esférico es la herramienta para hacer goles. De modo que tener el balón puede interpretarse como “estar armado”.

Ahora pensemos en un jugador como Casemiro. Su técnico nacional dibuja un 4-1-4-1 con él solo en la medular cuando marca y que muta en un 4-1-2-3 con dos interiores muy próximos cuando gana la posesión. De manera que puede interceptar pelotas por el centro y descargarlo rápido. Rodearlo de creativos (Renato Augusto y Paulinho, dos ex corinthianos) para que sus desarmes al rival tengan más sentido. Un futbolista se ve más completo cuando tiene compañeros cerca porque se apoya en ellos para ocultar sus debilidades. Por eso luce tanto el jugador merengue en la escuadra brasileña.


Brasil con la pelota - Football tactics and formations

Dependiendo del partido, juega Casemiro o Fernandinho de mediocentro. Con un lateral a cada costado como los falsos interiores del Manchester de Guardiola, que más bien son laterales jugando por adentro. Cuando Alisson, el portero designado por Tite, sale jugando con los pies (que por cierto lo hace muy bien), Brasil suele alinear un 2-3-2-3. Una especie de W-W, reinterpretando a Herbert Chapman. Con dos centrales a cada lado, el mediocentro y los falsos interiores abiertos en cada banda. Quizá por eso se tiene confianza para salir por abajo, porque ante  la presión alta más violenta tiene líneas de pase abiertas.

¿Por qué insistimos en estos automatismos? Son una novedad en el juego de la verdeamarela. Cuando se usa un método más elaborado que azarosos pelotazos a las bandas apostando por el regate de individualidades, hay identidad de juego.

Que se hayan manifestado estos cambios tras la llegada de Tite no es casual. En Brasil está la escuela vertical y la apoyada. El ex campeón del mundial de clubes se decanta por la segunda. Con y sin la pelota. La importancia de las tácticas es esa, este no es la canarinha de mejores individualidades, pero es de la de elementos más cohesionados.

Y básicamente ese es el fútbol que le gusta ver al brasileño. La canonización del balompié en el gigante amazónico es peculiar, porque ninguna seleçao se ha ganado el corazón colectivo por su forma de juego desde la del Mundial del España 1982. Esa escuadra, al igual que la de México 1970 no tenía tanta rigidez en el cumplimiento de un planteamiento del entrenador. 

Obviamente había ciertos patrones de juego que se cumplían, pero eran basados en las cualidades de sus miembros. Ahora pasa lo mismo, Brasil parece más Brasil que nunca. De hecho, ante rivales que ceden la iniciativa, el equipo funciona en piloto automático.

Parece que es más bonito como juega que como gana. Estos futbolistas siguen jugando así golee, porque la diversión con la bola va a seguir mientras haya juego. Esa es la perspectiva que le importa a Tite para que sus dirigidos vean el gramado y no el placar. Tite está tan emocionado que se tomó el asunto con cierta soberbia: “Si Brasil gana la Copa del Mundo, me retiro como técnico”.

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