En el argot futbolístico,
la palabra “desarme” lo usan los lusohablantes para referirse a las
intercepciones de balón. Cabe la metáfora si entendemos que el esférico es la
herramienta para hacer goles. De modo que tener el balón puede interpretarse
como “estar armado”.
Ahora pensemos en un
jugador como Casemiro. Su técnico nacional dibuja un 4-1-4-1 con él solo en la
medular cuando marca y que muta en un 4-1-2-3 con dos interiores muy próximos
cuando gana la posesión. De manera que puede interceptar pelotas por el centro
y descargarlo rápido. Rodearlo de creativos (Renato Augusto y Paulinho, dos ex
corinthianos) para que sus desarmes al rival tengan más sentido. Un futbolista se
ve más completo cuando tiene compañeros cerca porque se apoya en ellos para
ocultar sus debilidades. Por eso luce tanto el jugador merengue en la escuadra
brasileña.
Dependiendo del partido,
juega Casemiro o Fernandinho de mediocentro. Con un lateral a cada costado como
los falsos interiores del Manchester
de Guardiola, que más bien son laterales jugando por adentro. Cuando Alisson,
el portero designado por Tite, sale jugando con los pies (que por cierto lo
hace muy bien), Brasil suele alinear un 2-3-2-3. Una especie de W-W,
reinterpretando a Herbert Chapman. Con dos centrales a cada lado, el
mediocentro y los falsos interiores abiertos en cada banda. Quizá por eso se
tiene confianza para salir por abajo, porque ante la presión alta más violenta tiene líneas de
pase abiertas.
Uruguay pressed high, but Brazil insisted on building from the back instead of playing brainless long ballsTITE is REVOLUTIONIZING Brazil. pic.twitter.com/fd9VYts3Kb— Seleção Brasileira (@BrazilStat) 24 de marzo de 2017
¿Por qué insistimos en
estos automatismos? Son una novedad en el juego de la verdeamarela. Cuando se
usa un método más elaborado que azarosos pelotazos a las bandas apostando por el
regate de individualidades, hay identidad de juego.
Que se hayan manifestado
estos cambios tras la llegada de Tite no es casual. En Brasil está la escuela
vertical y la apoyada. El ex campeón del mundial de clubes se decanta por la
segunda. Con y sin la pelota. La importancia de las tácticas es esa, este no es
la canarinha de mejores individualidades,
pero es de la de elementos más cohesionados.
Y básicamente ese es el
fútbol que le gusta ver al brasileño. La canonización del balompié en el
gigante amazónico es peculiar, porque ninguna seleçao se ha ganado el corazón colectivo por su forma de juego
desde la del Mundial del España 1982. Esa escuadra, al igual que la de México
1970 no tenía tanta rigidez en el cumplimiento de un planteamiento del
entrenador.
Obviamente había ciertos patrones de juego que se cumplían, pero
eran basados en las cualidades de sus miembros. Ahora pasa lo mismo, Brasil parece más Brasil que nunca. De hecho,
ante rivales que ceden la iniciativa, el equipo funciona en piloto automático.
Parece que es más bonito
como juega que como gana. Estos futbolistas siguen jugando así golee, porque la
diversión con la bola va a seguir mientras haya juego. Esa es la perspectiva
que le importa a Tite para que sus dirigidos vean el gramado y no el placar.
Tite está tan emocionado que se tomó el asunto con cierta soberbia: “Si Brasil
gana la Copa del Mundo, me retiro como técnico”.
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