Los números en el fútbol
cada vez tienen más protagonismo. Lejos quedan ya los tiempos en los que los
once que salían al terreno de juego eran los que portaban esa numeración única,
sin nombres. Cada vez más los números son asociados a jugadores, son fuente de
recursos y en muchos casos guardan más cariño incluso que la propia camiseta
que los porta. También sirven para, o al menos antes sí era así, conocer al
“bueno” del equipo rival, tan simple como encontrar el número 10 del
contrincante. O al delantero titular, el 9.
En los tiempos actuales
los números cada vez se asocian menos a las características futbolísticas, como
por ejemplo en el caso de Toquero, delantero del Athletic que porta el 2 en su
espalda, un número unido siempre al lateral derecho.
Pero en esos tiempos no
tan lejanos, de los que vamos a hablar hoy aún existía esa mística, ese
sentimentalismo con los números. En el año 1997, el Inter de Milán fichaba a
Ronaldo y por motivos de marketing Nike, la empresa deportiva que representaba
al astro brasileño exigía en el contrato que el delantero llevara el número 9,
ya que por aquellos tiempos vendía las prendas deportivas con la firma “R9″. El
número 9 lo portaba entonces Iván Zamorano y en el segundo año de Ronaldo, se
le obligó a cambiar de dorsal para cedérselo al brasileño. El chileno tenía
gran apego a su número 9 que tantas alegrías le había brindado, por lo que
obligado a dejar su número, decidió escoger el 18, y lo curioso es que para no
perder la esencia de su número favorito, antes de cada partido pegaba dos
esparadrapos en forma de símbolo + entre uno y otro número, llevando así, de
forma figurada, otro 9 a la espalda.
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